Con tan solo veintiún años ya la consideran una estrella y, según algunos, calificar de sublime su primer larga duración, Collapsed in Sunbeams (Transgressive, 2021) es quedarse corto.
Resulta innegable que como cantante o recitadora y, sobre todo, en el arte de la poesía (sus inspiradas y valientes líricas lo testifican), la británica Arlo Parks, supera con creces el nivel medio de las artistas encasilladas en el cosmos ficticio del neosoul; pero de aquí a declarar, con rotundidad, que estamos ante algo sempiterno, lo mejor que le ha ocurrido al pop en años, etc… va un trecho muy largo, básicamente porqué su currículum todavía es demasiado corto.
La falta de auténticos talentos incita a encumbrar promesas que, en poco tiempo, se despeñan sin remedio; la videncia es muy atrevida. No estamos dudando de sus capacidades, simplemente creemos en el consabido dicho de que el tiempo dictará sentencia y, asimismo, somos devotos del incrédulo apóstol Tomás.
Para comprobar si nuestra desconfianza se sustentaba en realidades, nos dirigimos a la Sala Apolo para contemplarla al natural, sin las coartadas del trabajo en estudio; el directo siempre pone las cosas en su sitio. ¿Estarían justificados todos los elogios vertidos sobre ella?
Estribillos pegajosos
Comenzaremos por el final. La mayor virtud que, destacaríamos, de la lozana artista británica, es la habilidad y acierto que ha tenido en recuperar la vieja costumbre (demasiado olvidada) de construir canciones pegadizas. Aquellas que cantas en la ducha o aparecen en tu cerebro cuando menos te lo esperas: la búsqueda del estribillo perdido.
Esa pericia destacó, especialmente, en Hope, único bis del concierto y una de sus composiciones más meritorias. El público que volvió a llenar el Apolo (el espectáculo saltó de La [2] a la sala principal), la tarareó con ímpetu, al igual que Caroline, Eugene (facilona melodía) o Black dog; tres dianas seguras.
A pesar de ese irresistible gancho, nuestros peores presagios se cumplieron: Arlo Parks no superó la prueba del algodón. Un escenario importante empequeñece hasta al más grande, imagínense de qué manera es capaz de atropellar a una principianta. Quizá la culpa no fue toda suya; cometió algún desajuste en la entonación, pero por lo general se defendió con gallardía e incluso llegó a emocionar en la desenchufada Angel’s eyes; rapeó con gracia en Portra 400 y apretó con fuerza en Too good, tema de reminiscencias funky con palmarias referencias a Nile Rodgers. El verdadero problema surgió en el acompañamiento de fondo.
Monotonía insufrible
La frondosidad y el groove con clase, relucientes en Collapsed in Sunbeams, desaparecieron por completo debido al flojísimo rendimiento de una banda inexperta (la apelotonada sonorización tampoco les ayudó), que más que acompañar a la cabeza de cartel, la puso en mil y un aprietos. El primer premio se lo llevó un baterista incapaz de variar de tono en la hora escasa que duró el show. Se supone que un estilo caracterizado por su innato feeling, necesita de instrumentistas que improvisen, sorprendan y no dejen que los pies de los espectadores queden inmovilizados; gracias a su talante machacón, ocurrió todo lo contrario. Tampoco le fue a la zaga su sosía guitarrista, a quien le dio igual enfundarse el traje del creador de Chic que el de Brian May (Super sad generation); desatinos que todavía quedaron más pronunciados en unos remates llenos de efectos enfatizados e infantiles. Del resto de músicos poco se puede decir: capearon el temporal, limitándose a seguir el apelmazado ritmo; un lastre demasiado grave.
No hablaríamos de este modo si el producto no fuera vendido con aires de magnificencia: un enorme rótulo iluminado en el que se podía leer (aunque fueras miope) ARLO PARKS y los variados ramos de flores que decoraban lujosamente el escenario, no parecieron ser sinónimo de penurias. Tampoco escatimaron en promoción ni en merchandising: camisetas estampadas con el nombre de la estrella, el álbum y el EP editados y algunas cosillas más. No entendemos, pues, el deficiente nivel interpretativo que diluyó el género, situándose en tierra de nadie; a menudo, estos misterios son indescifrables.
Esta circunstancia, nada baladí, no pareció importar al respetable, mucho más interesado en disfrutar con los hits de la sugerente creadora londinense.
Como decíamos al principio, es demasiado pronto para lanzar campanas al vuelo o ir de entierro. Anaïs Oluwatoyin Estelle Marinho (Arlo Parks) tiene, ante sí, una oportunidad de oro que no debe desaprovechar, sería una lástima. Puliendo sus prestaciones en vivo (no existen dudas de que lo hará) tenemos artista para rato. Así lo deseamos.









Autores de este artículo

Barracuda

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.