A veces me pregunto cómo debe ser para un artista estar para siempre atado a su “gran obra”, el típico álbum o canción tan reverenciado, tan amado por sus fans que puede llegar a eclipsar toda una carrera. El que sigue pagando gastos vía royalties y al que hay que recurrir de vez en cuando para alimentarse ¿Cómo convivir con aquella obra maestra a la que tarde o temprano tienes que volver?
Tras comenzar su concierto en La Nau de Barcelona con una versión comprimida de su último álbum I Have Nothing to Say to the Mayor of L.A., Dean Wareham dio introducción a un par de temas más de dicho disco y comentó que en breve se pondrían con “lo otro”. Ese “otro” era On Fire, el segundo álbum de la primera banda de Wareham, Galaxie 500; una piedra angular del primer dream pop y, 33 años más tarde, la razón por la que todos los asistentes nos encontrábamos congregados ahí.
“We love that guy”
Sin embargo, antes de continuar con el repaso que Wareham y su banda dieron a su obra magna, uno se siente en la obligación de tomar un pequeño desvío y mencionar el primer concierto de la noche: el delirante karaoke/performance del telonero Ryder the Eagle, un francés con pintas de cowboy hortera en horas bajas. Solo ante el público, reluciente, divorciado y desesperado, cantó sus canciones de desamor dando tumbos por toda la sala, del escenario a en medio del público hasta finalizar su concierto subido a la barra del bar, apropiándose de birra de los asistentes para bebérsela él. La suma de excentricidades desplegadas en 40 minutos podría dar para rellenar uno o dos más de estos artículos y casi amenazaba con arrebatar el protagonismo al artista principal, quien también declaró “amar” a este imprevisible torbellino.
Regresar a tiempos lejanos
Volviendo a Galaxie 500 o, por lo menos, los restos de Galaxie 500 (la formación original, completada por Damon Krukowski y Naomi Yang, no ha vuelto a reunirse desde su ruptura en 1991), Wareham ofreció una versión ligeramente alterada de su tracklist original; cambios por lo general menores, pero hechos para guardarse un as bajo la manga. Y de los letárgicos primeros acordes de Blue Thunder en adelante fue como ser transportado de manera instantánea a ese mundo hipnótico y liviano creado tanto tiempo atrás. La actitud de Dean Wareham arriba en el escenario, ligeramente desapegada de todo aquello, de sus canciones, no se trasladaba a su guitarra y su voz, cada solo y cada alarido tan característico del álbum fiel a su grabación original.
Poco a poco se fue desplegando la belleza de On Fire. Simple, sí, incluso repetitiva –todas las canciones de la setlist podrían reducirse a los mismos tres o cuatro componentes esenciales– pero igualmente atrayente, sentimental, adorable.
El as de la manga mencionado antes fue Strange, cuarto tema del álbum y hit de la banda a posteriori, impulsada por el algoritmo de Spotify a ser su canción con más escuchas; también, uno de los temas más memorables del álbum por méritos propios, coreado junto a Wareham por todos los asistentes. Y para finalizar, un bis consistente en los dos bonus tracks del disco, Victory Garden (tema original de The Red Krayola) y su famosa cover de Ceremony, de New Order, ralentizada y llevada al terreno de la banda. Para muestra de lo adorada que es esta versión, un tipo gritó “¡a esto es a lo que hemos venido!” con tan solo oír las primeras notas para luego vociferar la canción fuera de sí. Una reacción algo extrema para una canción en el fondo tan deprimente, pero así funciona la música en directo a veces.
Dejando aparte lo que pueda sentir sobre tener que volver eternamente a su obra maestra, uno solo tuvo que estar presente allí para ver que nadie podría interpretar este álbum así si no albergase un amor profundo por él y que Dean Wareham, claramente, conserva ese amor.






Autores de este artículo

Miguel Lomana

Montse Melero
Hacer fotos es la única cosa que me permite estar atenta durante más de diez minutos seguidos. Busco emoción, luces, color, reflejos, sombras, a ti en primera fila... soy como un gato negro, te costará distinguirme y también doy un poco menos de mala suerte.