Miren Iza (Hondarribia, 1979) se ha convertido a lo largo de los últimos años en una de las voces de referencia de la escena independiente de la música en español. Tras dar sus primeros pasos en el punk-rock como integrante de Electrobikinis, la artista vasca se ha consolidado ahora con un estilo más reposado con su proyecto personal Tulsa. Unos días antes de la parada que su gira hace en Barcelona, la visitamos en las oficinas de The Project en la Ciudad Condal.
Presentas Ese Éxtasis (2021, Intromúsica), un álbum que se publicó hace casi dos años y se grabó en 2020… ¿Ha cambiado tu percepción del disco desde entonces?
Los discos tienen una primera etapa muy traviesa o indomable, en la que no sabes muy bien lo que has hecho. A medida que va pasando el tiempo te vas a otra cosa y van cambiando. Mi percepción de Ese Éxtasis ha cambiado en la medida en que ya estoy grabando un nuevo trabajo y no he podido sobarlo, no lo he tocado tanto como me habría gustado. El disco ha tenido una vida muy interrumpida por cosas mías y por otras circunstancias.
Ese Éxtasis fue tu sexto álbum en solitario como Tulsa. ¿Cada vez cuesta más ponerse a escribir y a girar?
Al contrario, diría que, de toda mi vida, la única vez que he tenido tantas ganas de tocar como ahora fue cuando empecé con Electrobikinis. Además, es sorprendente porque este disco tardé bastante en publicarlo porque estaba desanimada.
¿Por qué?
La grabación durante el año 2020 fue una especie de salvación personal, en un año muy extraño. Fue muy feliz. Nos envolvía una especie de esperanza… Cuando terminamos el proceso, me invadió una sensación de pensar “para qué lo voy a sacar”. Con todo lo que implica y comentabas antes. Comprométete a terminar el objeto físico, luego ponte a ver si hay conciertos, monta la banda, haz la promo… Me sentía desfondada y tardé unos meses en encontrar esa energía.
Claro, con el primer disco te quieres comer el mundo, con el segundo reafirmar lo que has demostrado con el debut, pero luego… Es siempre el mismo ciclo.
No se puede explicar racionalmente. Si te pones a intentar hacerlo, lo dejas. En mi caso, tengo la necesidad de hacer estas canciones… Y si luego encuentro la gente adecuada con la que me apetece pasar muchísimas horas e irme de gira, pues lo haré. Pero si no, no.
¿Y qué cambió para que finalmente decidieras sacar el disco?
Fue muy importante la gente cercana, que me transmitió confianza. Un par de personas escucharon el álbum y me dijeron que era cojonudo. A veces la soledad te lleva a dar voz a fantasmas internos que quizás deberías ignorar.

La deriva de los festivales masivos me preocupa más como ciudadana normal que como música. Pienso que se maltrata sistemáticamente al público.
Leí una entrevista en la que cargabas contra el modelo de festivales masivos de música. ¿No te da miedo a quedarte fuera del circuito?
Fíjate, después de esa entrevista me tiraron un poco de las orejas… (risas) Pero creo que lo más triste es no hablar de las cosas que pensamos. La deriva de los festivales masivos me preocupa más como ciudadana normal que como música. Pienso que se maltrata sistemáticamente al público. Y a la vez creo que el público más joven quizás no lo sabe todavía. Muchos jóvenes no son conscientes de que hay otras experiencias musicales posibles que son mejores… O mejor dicho, diferentes. No me gusta hablar en estos términos tan categóricos.
Da la sensación que con el modelo actual se premia más la cantidad que la calidad.
Eso es. Recuerdo que, cuando tenía 17 años, fui al FIB a Benicàssim y apenas dormí. Estaba en primera fila… ¡El cuerpo me aguantaba todo! Pero ahora lo pienso y tampoco disfruté muchísimo. Tuve la oportunidad de ver a Björk, Teenage Fanclub, Yo La Tengo… Era un sueño. ¿Cómo habrían sido cada uno de esos conciertos en lugares separados? ¿Y toda mi atención puesta sobre el escenario? No digo que los festivales actuales sean una mala experiencia, pero sí que la música a veces queda un poco al margen. Ahora, si nos parece bien a todos, ¡quién soy yo para decir que no se haga!
Muchas personas se encuentran con el problema de que ciertas bandas o artistas solo se pueden ver en directo en los festivales.
He llegado a la conclusión radical de que a esas bandas no las voy a ver. Creo que no pasa nada por no pagar 200 euros para ver a Björk. Como consumidor, tienes que decidir qué haces y qué no haces. Hay un formato interesante de festival, que es el que se realiza en salas durante varias semanas. Ese sistema sí que puede tener músculo suficiente para pagar los que esos nombres piden.
Claro, el tema es que resulten económicamente provechosos para todas las partes implicadas.
Quizás hay que revisar también cuanto cobran los cabezas de cartel… A veces me da la impresión de que la música se está convirtiendo en una industria muy poco ética. Del nivel de otras industrias poco éticas.
¿Cómo el fútbol? Por ejemplo.
Sí, que dices “esto huele muy mal”. Y antes no era así. Desde luego, el espíritu del indie o del rock era otra cosa. No vengo aquí a sentar las bases de nada, pero tenemos que revisar ciertas cosas… Entiendo a los promotores, pero a lo mejor es un momento adecuado para dar paso a promotores que trabajen de otra manera, con más ética.

Impugno totalmente la palabra terapéutica. Está demasiado sobada. Esa idea significa entrar en el terreno de la utilidad de la música, que siempre es un poco resbaladizo y a veces tramposo.
Cambiando radicalmente de tema. Además de artista, eres psiquiatra. ¿Cómo se relacionan estas dos vocaciones?
La relación más pura que tienen es que los conflictos o las reflexiones que me pueden llegar a través de la psiquiatría me van transformando. Cada día, una persona me presenta una historia distinta. Esto me va generando un poso que, al final, se materializa en una canción. Pero a la vez, y esto anula todo lo anterior, es algo inconsciente. Durante muchos años, intenté que ambos mundo no se juntaran en absoluto. Vivía muy disociada y tenía mucha tensión dentro. Ahora ya no.
¿Crees en ese tópico que dice que la música puede llegar ser terapéutica?
Para empezar, impugno totalmente la palabra terapéutica. Está demasiado sobada. Esa idea significa entrar en el terreno de la utilidad de la música, que siempre es un poco resbaladizo y a veces tramposo. De hecho, es hasta feo, porque el arte no tiene que tener una utilidad. Obviamente, todos hemos sentido alguna vez una especie de bálsamo escuchando música. Cuando estás afligido y te pones cierta música, eso llega al cerebro más primitivo y sientes una especie de calma inmediata.
¿Con qué se va a encontrar la gente que te vaya a ver el próximo 23 de febrero en el Apolo?
¡Pues con Tejero no! (nos reímos) El espectáculo se ha concebido con algo más de teatralidad, aunque me da un poco de reparo usar esa palabra. Seguramente es una transición a otra cosa futura. Además, la energía que le dan a mis canciones Mariana y Clara, que son mis amigas y me acompañan en esta gira, es muy bonita. ¡Me recuerdan a unos potros!
Antes me has anunciado que ya estás grabando tu nuevo disco. ¿Se sabe ya cuando se estrenará?
Todavía tengo que terminarlo. Tiene que salir este mismo 2023. Voy grabando en el estudio a poco a poco. Me funciona más. Te cambia mucho la perspectiva. Grabas una canción y, cuando pasa un tiempo, vuelves a ella y descubres nuevas cosas. Si a las canciones les das tiempo, se relacionan entre ellas. Se viene un álbum bastante conceptual.
Autores de este artículo

Pere Millan Roca

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.