Esta santa casa siempre ha seguido el camino de Estrella Morente con sumo interés, en esta ocasión no iba a ser menos.
La granadina editó, hace justamente un año, Leo, disco abierto de miras e intenso en el que tienen cabida desde el flamenco más ortodoxo hasta el tango o la ranchera. Un álbum sin trabas que es, ante todo, un homenaje a mujeres que la han marcado como Rosalía de Castro, María Zambrano o Frida Kahlo. Es poco probable que Estrella repita, ahora o en el futuro, aquel prodigio que le produjo su padre Enrique, titulado Mi cante y un poema (2001), pero en sus discos siempre encontraremos aire puro, poco viciado.
El concierto de la Basílica de Santa Maria del Mar, en el que estaría acompañada de su grupo habitual, no parecía el sitio idóneo para dar rienda suelta al desgarro de la nueva grabación. Su título: Concert de Nadal, hacía presagiar que escucharíamos un repertorio adecuado a las fechas y exclusivo para el templo que lo acogía. Esta incógnita le ofrecía un carácter excepcional y probablemente distinto a las últimas veladas en las que habíamos gozado de sus enormes facultades. El umbral de la simpar iglesia gótica nos esperaba.
Cante serio
Las hay que cantan con la ayuda de la electrónica, otras sin músicos (enlatadas) y Estrella Morente siempre lo hace al viejo estilo: con intérpretes, coros y palmeros. No vamos a perder más el tiempo en disquisiciones baldías que nos encierran, pero puestos a escoger (cómo diría Serrat) prefiero la desnudez a la impostura (esto es de propia autoría).
La percusión y las palmas reciben a Estrella Morente quien, vestida totalmente de negro, se dirige hacia su silla, no sin antes hacer una reverencia al altar mayor.
Desgraciadamente, faltó a la cita (no conocemos los motivos) José Carbonell Monty, el segundo guitarrista. Esta ausencia restó colorido a la velada, propiciando que José Carbonell “Montoyita”, tuviera que duplicar esfuerzos. Lo hizo con finura y su solvencia habitual.
Estrella planteó un espectáculo respetuoso, circunspecto, en el que cruzó temas de su muestrario como Calle del aire, Caracol (dedicada a su abuela) o Tangos del Chavico, canciones populares tipo Los cuatro muleros con villancicos y piezas de carácter religioso, perfectas para estos días de celebraciones.
Lejos de abordar este tipo de repertorio de manera tópica, la Morente le dio la vuelta ofreciéndolo de modo diferente (el suyo propio), aunque respetando, en todo momento, las raíces originales. Quizá la manera más adecuada de definir ese estilo sobrio y, al mismo tiempo, vibrante sería calificarlo como “morentiano”, en el sentido más amplio del adjetivo.
Nuestra protagonista es de las pocas cantaoras actuales que te pellizcan el pecho cuando las escuchas. En algún instante se le rompe la voz, pero no sucede ni por falta de técnica ni por un estado vocal deficiente (estuvo pletórica toda la noche). Los quejíos largos (marca Enrique) que se quiebran, son fruto de algo tan intangible como la pasión y de esa magia nacida por la gracia de Dios.
Ni el sonido (algo defectuoso) que se perdía entre la columnata del templo alteró una actuación turbadora; las notas giraron por las curvas de la iglesia para clavarse en los corazones de un público que abarrotó Santa Maria del Mar.
Desde el primer momento se la vio conmovida. Pisar suelo sagrado le ayudó a dar lo mejor de su arte. De hecho, siempre que visita Cataluña lo hace. Quiere a esta tierra y una de las razones (según sus palabras) es porqué ama a personas como Mayte Martín, presente en la sala y que recibió una sonora ovación. Quizá su asistencia le provocó una mayor motivación y afinó hasta límites insospechados.
Navidad flamenca
Tras un bonito interludio de Montoyita (su fiel escudero) titulado Amargura que sirvió de pequeño descanso, Estrella retornó a escena con un elegante mantón para encarar el tramo más navideño del recital.
Arrancó con una imponente interpretación de Los Campanilleros, por parte de Ángel Gabarre. La cantante continuó con El Tamborilero (baile incluido), Adeste Fideles, Noche de paz y un par de maravillosos remates: el primero (con pandereta en mano y el ramo de flores regalado por la organización) fue la emblemática Los caminos se hicieron (Antonio Mairena). Sola ante el peligro, la entonó “a capella” paseándose por el pasillo central, lo que provocó el delirio generalizado. Ante la insistencia, volvió al altar ofreciendo una especie de apasionada saeta. Conmoción máxima.
Mingus B. Formentor me comentó, en una ocasión, que asistir a una función de Enrique Morente era como ir a misa, una cosa muy parecida sucedió, en la noche del 21 de diciembre, con la hija mayor del genio fallecido hace ya 12 años.
Estrella Morente es la que mejor ha aprendido y entendido el legado de su padre e incluso le ha superado en la faceta melódica.
Su presencia impone, su voz enamora y la integridad que demuestra cada vez que se sube a un escenario es única e irrebatible.
El que escribe estas líneas salió de la basílica henchido de emoción y hasta quedó imbuido por el espíritu de estas comerciales fiestas. Iluminado por una estrella gigante: la Morente.
Felices Pascuas








Autores de este artículo

Barracuda

Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.