Un cuarto de siglo, muchos éxitos, una casi-disolución, una pierna rota en directo y miles de sonrisas cada vez que se suben a un escenario. El reinado de los Foo Fighters en el imperio en horas bajas del rock continúa tras el hiato por la pandemia –nunca se habían tomado un descanso tan largo en todo este tiempo–, habiendo tenido que posponer su tour de 25 aniversario y retrasar casi un año entero la salida de su nueva referencia que hoy, por fin, podemos degustar. Tener novedades de Dave Grohl y los suyos, independientemente de que el nuevo material guste más o menos, no puede considerarse más que una inmejorable noticia, ya que son uno de los activos de referencia para fans del rock, músicos y medios de medio planeta.
Puesto que a estrellas del rock no se llega por casualidad, y menos a revalidar mandato por varias legislaturas, nos hemos propuesto repasar algunas de las claves que han fraguado una trayectoria deseable por muchos y que aun promete ofrecer varios capítulos de gloria más
A más registros, más rock
Los Foo Fighters nunca han inventado nada, pero han sabido beber de las mejores influencias para crear un cóctel sonoro con sello propio. Abarcan casi todo lo que compone el espectro del rock, desde Led Zeppelin a los Beatles, de Motorhead a Queen, pasando por el punk, el blues o la americana. Incluso han llegado a girar en teatros en formato acústico. Esta faceta camaleónica supone un gran atractivo y sirve de enciclopedia musical tanto para la adolescente que los fue escuchando desde su primer trabajo allá por 1995 y desarrolló sus gustos con cada nuevo lanzamiento, como para el que se los pondrá hoy por primera vez. Las referencias siempre están ahí y los Foo se encargan de transmitirnos su legado.
Precisamente su nuevo LP que ve hoy la luz, Medicine at Midnight, ha sido gestado siguiendo la idea de crear una especie de Let’s Dance de Bowie, focalizándose en los grooves y ritmos para crear, sin olvidar las guitarras, temas que enganchen e inviten a mover el cuerpo, según ha explicado el propio Dave. Bajo la batuta de Greg Kurstin, conocido por producciones de superéxitos pop (Adele, Beck, Pink), han querido seguir la línea de su predecesor Concrete and Gold (2017), en el cual ya bañaron las guitarras con numerosos coros y capas brillantes para todos los públicos.
Es innegable, por muy fan que uno sea, la tendencia acomodada de sus últimas composiciones, rellenadas indiscriminadamente con ooohoohs y aaahs. Por mucho hype que intenten generar sobre los discos, invitando a Paul McCartney a tocar o grabando en ocho estudios distintos, lo que vale de verdad son las canciones y, en ese sentido, siguen lejos de esa inmejorable oda al hardrock que supuso el monumental Wasting Light (2011). Probablemente no vuelvan a tener semejante nivel de inspiración, aunque, siendo justos, sus nuevas propuestas son más que suficientes para aguantar el tirón y contentar a los fans con un manojo de buenas canciones.
Tocan cada canción como si fuese la última
Quizás la principal razón para que estén donde están y no bajen de la cima, sean sus apabullantemente grandiosos e hipnóticos directos. Sí, vale, “cada canción como si fuese la última”, lo dan todo, entendido, muchos grupos lo dan todo; ¿qué tienen estos de especial? Lo particular no es que la frase sea una forma de hablar, si no que sea literalmente lo que hacen.
Un final de show clásico que reconozcamos fácilmente puede incluir una versión extendida de la canción; también solos y fragmentos que originalmente no están en el disco; o acaba con un largo redoble de batería mientras el resto de músicos sacan ruido como broche. Dave Grohl y los suyos ofrecen la experiencia rock total, haciendo todo esto a la vez y durante cerca de tres horas, animando a corear los estribillos una y otra vez dentro de un trance de guitarras que va mucho más allá de las canciones de una banda tocadas en vivo. No es casualidad que lleven más de una década siendo considerados por muchos como el grupo con mejor directo del planeta.
Se hacen querer
Para acabar, no podemos dejar de repasar algunas de las anécdotas que hacen que se les considere una de las bandas más majas de la escena mundial. Las hay de todos los colores: parar un show para echar a un tío que andaba armando jaleo, sabotear una manifestación anti-gay con un concierto sobre ruedas… Incluso conocieron a Rick Astley en el backstage del Fuji Rock y al cuarto de hora estaban versionando juntos y en directo su archiconocido Never Gonna Give You Up.
Cómo no mencionar el día en el que Grohl se rompe una pierna a los diez minutos de show y sigue tocando con un cabestrillo durante dos horas más. Tras operarse, hizo el resto de la gira sentado en un trono que él mismo diseño, más tarde reciclado por Axl Rose para seguir girando con AC/DC. No tardaron en hacer merch con la radiografía, aprovechando que la expresión “break a leg” en inglés es equivalente a nuestro “mucha mierda”. Se hacen notar allá donde van y seguir oyendo noticias suyas es la mejor noticia posible; significará que el rock aún late con fuerza.
Autor de este artículo