Acudí al Festival Jardins de Pedralbes ataviado con sombrero, sabía, con certeza, que debería quitármelo al finalizar la actuación, no me equivoqué.
Gilberto Gil es una de las figuras más importantes de la historia de la música popular brasileña y, en consecuencia, de cualquiera que se haya creado. El bahiano, figura señera del Tropicalismo (movimiento floreciente a finales de los 60’s), ha sido siempre un revolucionario. Junto a talentos como Caetano Veloso, Os Mutantes, Gal Costa o Tom Zé, dio la vuelta al clásico sonido brasilero juntando la samba, bossa-nova y lo tradicional, con pizcas de psicodelia, rock’n’roll o reggae; una metamorfosis que, si bien no alcanzó un éxito rotundo sobre todo más allá de las fronteras creadoras, sirvió para remover cimientos. Eso siempre es saludable.
El ex-ministro de cultura de Brasil, con el gobierno de Lula da Silva, no tiene la fuerza arrolladora y rompedora de sus comienzos, sin embargo, recién cumplidos los 77 años, mantiene el talento creativo intacto y una actividad artística que reta al paso inexorable del tiempo, prueba de ello es su enésima obra maestra: Ok Ok Ok (Geléia Geral, 2018). Según sus propias palabras, el reciente trabajo es una celebración de la vida, vistos los resultados, sólo nos queda festejarla conjuntamente.
En los últimos tiempos la salud le ha pasado alguna cara factura al insigne intérprete, por suerte la cardióloga Roberta Saretta trató la enfermedad con mimo y acierto, a ella le dedicó la segunda canción del set: Quatro pedacinhos, tema centrado en la calidad de vida, en la necesidad del bienestar, la importancia del cuidado de nuestra salud. El recital había comenzado con la pieza qué da título a su último trabajo, motivo de la gira y eje central de la noche, pero hubo también muchos y sabrosos recuerdos al pasado.
Gil empezó algo frío de voz, temblorosa en algunos pasajes, el desgaste nos llega a todos, pero se fue entonando poco a poco y acabó pletórico. A Lugar comun (magnífico solo de trompeta a cargo de Diogo Gomes), le siguieron la novedosa Lia e Deia (preciosidad en la que suplió la falta de fuelle con una musicalidad y gusto extraordinarios) y Se eu quiser falar com Deus, añeja tonada dedicada al maestro recientemente fallecido João Gilberto, charla con el Creador convertida en uno de los instantes más emocionantes de la cálida velada. Todavía quedaban momentos íntimos por vivir, pero después de la calma apareció el frenesí funk. Gilberto se levantó de la silla y en pie (ya no se volvió a sentar) se marcó un triunvirato de órdago. De él, con la banda a pleno rendimiento, surgieron Na real, Seu olhar y la vivaz Tocarte, esplendido cocktail de nuevas y viejas sensaciones. Ocho músicos excepcionales, entre los cuales se hallaban tres de sus hijos: Nara, Jose y Bem, éste cómo director de la banda.
Pasado el brío, Gil entonó la balada de amor Drão para seguidamente dar entrada a Roberta Sá, una artista de primer nivel necesitada de más cancha. Juntos cantaron Afogamento y la pegadiza Giro. Desde estas humildes líneas suplicamos a los organizadores del evento, o a cualquiera que nos lea, una pronta contratación para asistir a un concierto suyo en solitario, la belleza de su canto lo merece.
El único reparo que podríamos objetarle, fue invitar al escenario a su jovencísima nieta para interpretar a dúo el reggae Goodbye, my girl, un riesgo inútil capaz de ensuciar lo impoluto, licencia perdonada. A partir de ese desacierto, Gil se convirtió en un ciclón.
Vistió de rockero contestatario en Ouço (gritos contra el presidente Bolsonaro, ratificados con un escueto “mundo loco”), convirtió Pedralbes en el relevo del carnaval de Bahia con Ilê Ayê y Nossa gente (Avisa lá), noqueando definitivamente al personal en tono jamaicano con Extra y la frenética samba Maracatu Atómico, manos arriba, fervor extremo. Con el público desgañitándose, volvió a recrearse sirviendo una lectura apabullante de Toda menina bahiana, el viejo sabio lo había conseguido de nuevo. ¿Viejo?, miento, la partida de nacimiento engaña muy a menudo. Forever Young.
Mientras se acercaba hacia el camerino, una enloquecida fan le gritó sollozando: “obrigada Gil, obrigada”. Nos unimos al agradecimiento. Hasta la próxima cita.
P. D.: Permítanme acabar estas líneas con unos versos, a modo de homenaje, de una de las grandes canciones del desaparecido João Gilberto. Su adiós nos deja huérfanos de sensibilidad y armonía. Toda nuestra gratitud por tantas notas regaladas.
Vai, minha tristeza, e diz a ela / Que sem ela não pode ser / Diz-lhe numa prece que ela regresse / Porque eu não posso mais sofrer / Chega de saudade, a realidade é que / Sem ela não há paz, não há beleza / É só tristeza e a melancolia que não sai de mim / Não sai de mim, não sai
(Chega de saudade, João Gilberto)
Autores de este artículo
Barracuda
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.