En Qualsevol Nit somos especialistas en meternos donde no nos llaman o, mejor dicho, lejos de la pesada coyuntura imperante. El Tradicionàrius es uno de los eventos perfectos para hacernos eco (quizá baldío) de que otras cosas distintas e interesantes se cuecen bajo el yugo de lo manido. La monotonía es improductiva y desde nuestro humilde espacio intentamos combatirla. Variedad ante todo.
Uno de los platos fuertes del festival (que cumple este año su 36 edición) llegaba desde California transportando su mandolina. El músico, compositor y educador musical John Reischman se presentó por primera vez en Barcelona acompañado del guitarrista Chris Luquette, el entusiasta violinista francés Raphael Maillet, Maribel Rivero (contrabajo) y Lluís Gómez (banjo).
Si no fuera por Roberto Ruiz Cubero (fan de Reischman y presente junto a su hermano Enrique) o locos inquietos como Associació de Bluegrass y Old-Time Al Ras (coorganizadores del concierto), la mandolina, nacida en Italia a finales del siglo XVI y de sonido parecido a la bandurria española (aunque utilizada en muchos más ámbitos musicales), sería un instrumento prácticamente desaparecido en nuestro país, al igual que el banjo y otros utilizados para la causa.
La presencia de Reischman (ganador de un Grammy) serviría para regalarnos los oídos con su sonido cristalino y de paso rescatar lo mejor del legado de la música de raíz norteamericana: folk, bluegrass, swing o lo que se le pudiera ocurrir al maestro mandolinista. El Centre Artesà Tradicionàrius, sito en el barrio de Gràcia barcelonés, iba ser testigo de una velada incomparable e hipnótica.
Camaradería y humildad
Lluís Gómez, el magnífico banjista del Maresme, estaba eufórico al finalizar la fiesta: había podido compartir escenario con Reischman y su amigo Luquette, la acogedora sala se había llenado (mostró sorpresa por ello) y la conexión entre músicos funcionó a las mil maravillas. No sabemos si existieron muchos ensayos previos, pero, la verdad, es que pareció que hubieran tocado juntos desde siempre; el bluegrass une como pocas cosas. Una forma de vida.
Pese a su innegable jerarquía, John Reischman es un hombre sencillo, noble y respetuoso. Cuando crea notas imposibles con su inseparable mandolina todo crece. Sin embargo, ofrece mucha cancha a sus compañeros, complaciéndose de escucharlos. Su cara de felicidad fue la fiel demostración de ese goce. Tanto se mantuvo al margen, que Chris Luquette cogió el testigo y ofreció una lección magistral, incluso cantando como en los clásicos She’s gone, gone, gone, Salty dog o Freeborn man. También pudieron lucirse el citado Gómez, introduciendo su composición La flor (dedicada a su padre) y la invitada Carol Durán, motivadísima al interpretar Rumbagrass, discutible beneplácito, aunque muy acorde con el ambiente relajado y chispeante que reinó durante toda la noche.
Vitalidad y belleza
En este país pocos son los seguidores de este movimiento, pero el folk les bulle en las venas. Lo pudimos comprobar en la Jam montada, antes del show, en el precioso bar del Centre, y en cada solo interpretado por los oficiantes. Aplausos interminables, exclamaciones de admiración o infinitos comentarios elogiosos, reflejos de lealtad a un estilo. Forman una familia inseparable.
Nos consta que muchos califican al bluegrass como música repetitiva y exclusiva de un país lejano, sobre este punto mejor nos callamos. Si abrieran un poco los oídos, se tropezarían con un estilo vital, ardiente, sanador, lleno de vivos colores y de tonos muy diferenciados.
En el set preparado para la ocasión pudimos escuchar orgías rítmicas tipo Saltspring (preñada de magníficos solos con objetivo unitario), el majestuoso medio tiempo The coyote trail, Columbus stockade blues (Carol Durán y Oriol Saña en los violines), la ensoñadora The North Shore (preciosa pieza perteneciente al álbum Up in the Woods) o dos tremendos bises: Nine pound hammer y Little pine siskin, piezas claves del universo grass.
En un contexto donde gana lo impostado, bailes prefabricados y apuestas cada vez más alejadas de lo orgánico, fue reconfortante vibrar con unos intérpretes que disfrutan con lo que hacen, luchan para el bien común y se lo pasan de maravilla tocando sus viejos instrumentos. Esta energía se repartió entre los asistentes quienes vivieron esta actuación tan apasionada como si pertenecieran a la misma crew protagonista.
El grandioso Luquette (un auténtico fuera de serie) nos comentó, refrendando este comentario, lo bien que se sentía utilizando guitarras acústicas, huyendo de aparatos enchufados a la electricidad. Así mismo, se congratuló de la cantidad de amantes de los sones de raíces hallados en Barcelona; un oasis en el desierto nacional.
Antes de encarar la citada Freeborn man, espetó enérgicamente: “más bluegrass”. Eso también queremos nosotros. Nuestras vidas se allanarían.
John Reiscman llegó, maravilló, marchó sin hacer ruido y dejando una huella imborrable. Vuelve pronto amigo.
I’m a free born man. My home is on my back. I know every inch of highway and every foot of back road, every mile of railroad track”
(Freeborn man, Tradicional)







Autores de este artículo

Barracuda

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.