Kamasi Washington tiene previsto actuar en Madrid —13 de mayo, La Riviera— y Barcelona —14 de mayo, Razzmatazz—, donde presentará Harmony of difference (Dom Chi, 2017). En ambos conciertos también es muy probable que adelante algunos de los temas que formarán parte de su próximo trabajo, previsto para el mes de junio. Desde que publicó su primer disco, The epic (Brainfeeder, 2015), Washington ha obtenido un éxito sin precedentes que le ha llevado a conquistar los templos de la música pop. Sin embargo, el saxofonista de Los Ángeles es un artista de jazz sin trampa ni cartón.
¿Es posible que un músico de ‘jazz y nada más’, que diría el gran Cifu, alcance un éxito similar al de una estrella del pop sin tan siquiera recurrir al encuentro con el pop rock, como hizo en su tiempo Miles Davis o, más recientemente, The Bad Plus?
Hay fenómenos que cuestan de comprender, como por ejemplo que un artista de jazz sin ningún tipo de aditivo que le sitúe fuera de esta música —por ejemplo, ser cantante y parecerse más un artista de britpop que un crooner de toda la vida— tenga un éxito tan clamoroso entre la (casi) siempre hermética parroquia del indie. ¿Por qué un saxofonista de jazz que en realidad no ofrece nada extraordinario, salvo la calidad innegable de su propuesta, consiguió en 2015, con un primer disco, ganarse la aquiescencia del productor Gilles Peterson, además de unos cuantos ‘best of’, y suscitó calificativos como el de ‘salvador del jazz’, protagonista del ‘jazz del siglo XXI’ y otras sentencias por el estilo? ¿Qué ha hecho Kamasi Washington para encandilar al público de festivales como los de Glastombury, Coachela o el Primavera Sound? ¿Es posible que un músico de ‘jazz y nada más’, que diría el gran Cifu, alcance un éxito similar al de una estrella del pop sin tan siquiera recurrir al encuentro con el pop rock, como hizo en su tiempo Miles Davis o, más recientemente, The Bad Plus?
Kamasi Washington nació en 1981, en Los Ángeles, ciudad que vivió su esplendor jazzístico en la década de los 40-50 con la irrupción del West Coast jazz, más conocido como el cool jazz o ‘jazz blanco’. Los Ángeles sigue gozando de una excelente escena de jazz, en comparación con la de otras ciudades del planeta, pero sin la pátina vanguardista de Chicago y la Vieja Europa ni, por supuesto, la primacía de la escena neoyorquina. No obstante, la ciudad californiana continúa siendo uno de los grandes centros del negocio del espectáculo y, en el seno de esta industria, como músico de estudio, es donde Kamasi Washington inició su carrera artística. Lo hizo tocando al servicio de otros músicos como Lauryn Hill, Chaka Khan o el rapero Kendrick Lamar, con quien volvió a colaborar en 2015. La biografía de Kamasi también cuenta que se crió en una familia de músicos, que antes de ser un profesional de la música tuvo el magisterio de tótems de la categoría de Kenny Burrell y Billy Higgins, y que en 1999 ganó el prestigioso premio John Coltrane. Lideraba entonces una banda en la que compartía escenario con Cameron Graves, otro fenómeno en ciernes, y Thundercat, hoy uno de los bajistas más codiciados de la música negra. Graves y Thundercat son hoy colaboradores habituales del músico de Los Ángeles.
The epic es una obra casi de tintes sinfónicos en la que Washington coquetea con diferentes lenguajes de la música negra
En 2011 contribuyó a la fundación de un colectivo de músicos, West Coast Get Down, embrión de un proceso creativo que llegó a su zenit en 2015 con la publicación de The epic, la obra que le catapultó al éxito. Antes, sin embargo, se había encerrado en el estudio con los compañeros del colectivo angelino para dar rienda suelta a sus propias creaciones. Sucedió en el invierno de 2011 y consistió en una serie de sesiones maratonianas marcadas por la “desesperación”, como confesaba al periodista Roger Roca en una entrevista concedida a Rockdelux en 2015. En esa misma pieza, Washington también declara lo siguiente: “Fue un salto al vacío y un acto de desesperación. Sabíamos que teníamos cosas propias que contar. Y aunque de eso no saliera ni un solo disco, ya habría valido la pena”. Por fortuna salió el trabajo. Lo grabó con algunos de los miembros del WCGD y la discográfica Brainfeeder accedió a publicarlo: una obra kilométrica de 175 minutos de duración, presentada en un formato de disco triple. Podría haber pasado como una excentricidad y sin embargo fue uno de los éxitos más sonados de las últimas décadas de la música de jazz.
The epic hace honor al título: 17 composiciones, algunas de casi 15 minutos, con títulos como The next step, The rhythm changes, Seven prayers, The message o Malcom’s theme. Hay también un estándar de toda la vida —Cherookee— y una versión del Clair de lune de Debussy. Es un disco ambicioso, hasta cierto punto barroco, en el que colaboran hasta trece músicos y donde prevalecen pequeños detalles de todo tipo, lirismo, contrastes climáticos, solos de categoría, buenos arreglos, un tratamiento rítmico y tímbrico exquisito y, sobre todo, melodías logradas, épicas, emotivas. Es una obra casi de tintes sinfónicos en la que Washington coquetea con diferentes lenguajes de la música negra. También destaca el empleo remarcable de la voz, ya sea incorporando fragmentos cantados o, en especial, con la integración continua de coros. Es casi como si fuera un fresco gigantesco.
¿The epic representa la ‘salvación el jazz’? A priori, no adelanta ninguna escuela del siglo XXI. La música de Washington tiene amagos o influencias, más o menos veladas, de la new thing sesentera, de Pharoah Sanders, de Sun Ra o, incluso, de Coltrane —de John y de Alice—. ‘Black music’, ‘black culture’, cien por cien. En este sentido, críticos tan severos como Ben Ratliff, referente mundial del periodismo jazzístico desde su tribuna en The New York times, revelaba en 2015 algunas de las claves del éxito de la propuesta washingtoniana: “El hecho de que toque con una banda de música negra que reúne nuevas ideas sobre el jazz, junto con otras más antiguas y aún valiosas [también] sobre el jazz, y de hip hop o del evangelio, simplemente creo que es muy atractivo”. Ratliff respondía a las preguntas de Mike Rubin en el digital Red Bull music academy. En ese mismo reportaje, Ratliff valoraba la calidad de la banda de Washington: “un recurso valioso que emociona a la gente,” apuntaba.
Trascendente, cósmico, espiritual. “¿Puede ser espiritual la música de jazz y de pop?”, se preguntaba la semana pasada la periodista del The guardian Kitty Empire. Se respondía a sí misma vinculando la música a la convulsión política actual, destacando “la aceptación entusiasta de los sonidos que surgen del momento.” Lo decía en un artículo en el que hablaba de Kamasi Washington. Para Ted Gioia, crítico y reconocidísimo historiador del jazz, The epic es un disco “extraordinario”, con “una gran visión del jazz, no como algo aprendido en la escuela”. Lo declaraba en una entrevista concedida al digital The best of our knowledge. Gioia incluyó The epic en su codiciada lista de los 100 mejores álbumes de 2015.
Al margen de los elogios que recibió con The epic, Aaron Williams, editor de la revista de tendencias Uproxx, se atrevió a dictaminar que Harmony of difference, el segundo disco de Kamasi Washington, “contiene el potencial para cambiar la visión que tiene el mundo sobre el jazz”. Tal vez se excedió, aunque Harmony of difference supone en cierto modo una continuidad con The epic. Eso sí, con una duración muy inferior a la del trabajo anterior. La otra diferencia con The epic estriba en una mayor unidad entre los diferentes cortes del disco. Truth, el primer sencillo del disco —sí, aunque sea un disco de jazz, podemos hablar en este caso de un sencillo— es una pieza emotiva, con una cadencia seductora, un canto a la negritud evocado a través de un videoclip, recurso inédito en una producción de jazz. Truth es en realidad una suerte de reprise de Desire, el tema con el que abre el disco. Otras piezas, Humility o Knowledge, nos retrotraen al talante de The epic. También hay guiños al groove, Perspective, y a los ritmos brasileños, en Integrity. Harmony of diffence tiene todos los ingredientes para cosechar el mismo éxito que The epic.
Pero —volvamos al inicio—, ¿por qué es más que probable que Kamasi Washington logre otra vez un éxito inaudito entre los que jamás escuchan jazz? ¿Por qué, además de actuar en grandes festivales de jazz, Washington llevará a cabo presentaciones en escenarios de pop rock, territorio casi vedado por ley a cualquier propuesta de jazz? Quién sabe. En todo caso, el éxito de Washington debería ser una estímulo para recuperar el valiosísimo legado que apunta con su propuesta y, sobre todo, para sacar de las catacumbas otras propuestas tan o más valiosas del jazz del siglo XXI —nacionales e internacionales— que también podrían hacer las delicias del hipsterismo más generoso. Quizás tenga razón Aaron Williams cuando dice que, con la música de Washington, el mundo cambiará la visión que tiene sobre el jazz. Ojalá.
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