Sidecar está lleno. No hay espacio vital en toda la sala: desde el escenario hasta el guardarropa, ubicado en el extremo opuesto, hay decenas y decenas de personas dispuestas como pueden. “Tengo las manos aquí metidas porque casi me das con el pelo en la cara”, se excusa un hombre con una chica que casi le mete uno de sus moñitos en el ojo. El panorama no es de extrañar. Sidecar nunca ha sido muy grande, y hoy sube a su escenario Khruangbin, el trio de thai-funk originario de Texas que visita España por primera vez con Barcelona como primera escala. Las entradas se han vendido como churros. No ha quedado ni una.
Ahora, el público espera, expectante, y se apagan las luces. Las siluetas de Laura Lee, Mark Speer y Donald Johnson aparecen en la penumbra. Una vez se han instalado en escena, las primeras notas comienzan a sonar. Se trata de The number 4, uno de los temas de The infamous Bill (Night Time Stories, 2014). La guitarra de Speer, altamente reverberada, emite melodías que parecen ir rebotando por las paredes de la sala. Te acarician las orejas tiernamente, con un vaivén constante, suave, sensual, que te transporta a otro lugar. Una playa paradisíaca del sudeste asiático, tal vez. O quizás una ciudad de la misma zona en plenos años 60. Y es que Khruangbin, que significa ‘mosca de motor’ en tailandés, toma gran parte de su inspiración en los cassettes de música tailandesa de aquella época y en el funk de aquel país.
El bajo de Laura Lee y la guitarra eléctrica parecen cantar. Enlazan la primera canción con Cómo me quieres, uno de los temas de su último trabajo, titulado Con todo el mundo (Night Time Stories, 2018). Aquí también, las voces brillan por su ausencia y dejan que las cuerdas de ambos instrumentos se expresen por sí solas. De repente, batería, bajo y guitarra bajan el volumen y comienzan a tocar muy suave, para luego subir otra vez, extremadamente rápido, y provocar en el público una oleada de bailes psicodélicos.
Uno tras otro, los temas se van sucediendo. A pesar de ser de diferentes discos, parecen haber sido dispuestos de manera a crear una cierta continuidad. La recién publicada August 10 viene seguida de August twelve, que proviene del primer EP de la banda, The universe smiles upon you (Night Time Stories, 2015).
No falta Maria también, otro de los temas de Con todo el mundo (Night Time Stories, 2018), a la que sigue una versión de Dance of Maria, una canción publicada por el compositor libanés Elias Al Rahbani en Mosaic of the Orient (Parlophone, Voix de l’Orient, 1972). Esta asociación no es coincidencia: los sonidos orientales han sido una de las principales influencias del último trabajo de la banda.
Suenan también algunos de sus éxitos por excelencia, Mr. White y Two fish and an elephant, y Lady and man, que aunque sea de su último trabajo, apunta a maneras. A pesar de la falta de espacio, el público se las maneja para bailar. Algunos, los que menos sitio tienen, tan sólo mueven la cabeza. Aquellos que disponen de más, pero, se contonean libremente al compás de los ritmos que emanan de las cuerdas de Lee y Speer, de la batería de Johnson.
Le llega el turno a White gloves, y la sala se entusiasma. Es una de las canciones más escuchadas de la banda. Son las once de la noche pasadas y los ritmos psicodélicos de Khruangbin parecen llevar al trance a todos los espectadores de Sidecar. No hacen falta drogas. No hacen falta voces. No hace falta que los músicos hagan prueba de una actitud sobrada en el escenario. De hecho, los tres miembros de la banda casi no han hablado en todo el concierto, ni han hecho poses ni posturas bizarras. Se han limitado a hacer aquello que saben: compartir su música y dejar que ella mueva al público. Sin artificios.





Autores de este artículo
Marina Montaner

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.