Un secreto es una cosa oculta. Quién sabe por qué empezamos a ocultar cosas, a los demás y a nosotros mismos. Pero el hecho es que lo hacemos. Y adaptamos nuestros secretos a nuestros silencios: ahí es cuando ellos hablan, siempre tan callados, hasta que un día estallan como una gota de lluvia contra un cristal. Convirtiéndose en miles de pequeñas gotas.
Los Secretos también son un grupo de música. Primero se llamaron a sí mismos Tos, cuando eran unos chicos jóvenes y todavía tenían muy pocas cosas que esconder. Eran los hermanos Urquijo (Enrique, Javier y Álvaro), junto a su amigo y batería José Enrique Cano, ‘Canito’. Este último falleció en un accidente de coche en la nochevieja de 1979 para 1980, y, en el concierto homenaje que se le brindó, se gestó la movida madrileña.
Allí estaban Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides o Mamá, entre otros. Todos eran jóvenes e intensamente rebeldes, pero no con esa clase de rebeldía revolucionaria que se integra con los tiempos de cambio, sino con una vocación de admiración hacia la cultura pop, hacia el baile, el color, las luces. Esa cosa ochentera que ya pisaba los Estados Unidos desde hacía diez años y que en la España de la transición no hacía más que asomar la cabeza. Esas ganas de pasarlo bien.
Después del evento, los chicos de Tos pasaron a denominarse Los Secretos. Ficharon a Pedro Antonio Díaz para relevar a ‘Canito’ en la batería y se lanzaron al mercado. Pedro trajo a la banda muchas cosas: un sonido eléctrico, muy próximo al pop anglosajón, y una serie de letras muy pegadizas que hicieron de Los secretos (Polygram, 1981), el primer y homónimo álbum del grupo, un rotundo éxito. Las canciones de dicho disco que pasarían a la posteridad, sin embargo, no serían otras que Déjame y Ojos de perdida, ambas compuestas y escritas por Enrique Urquijo, quien empezaba a asomar entre los mecanismos del grupo como un talento diferente.
El sonido de Los Secretos se mantuvo próximo al estilo de la movida hasta 1984, cuando Pedro Antonio Díaz corrió la misma suerte que ‘Canito’ y falleció en otro accidente de tráfico. Entonces, el grupo se disolvió. La alargada sombra de los dos baterías y amigos perdidos abatió a los hermanos Urquijo, que decidieron apartarse momentáneamente de los escenarios.
Dos años después, la pulsión creativa de Enrique devolvió a la vida al grupo. Y fue entonces cuando sus cuestiones veladas, las cosas ocultas de Los Secretos, comenzaron a salir a la luz. El mediano de los hermanos Urquijo se reveló como un extraordinario escritor de baladas en Primer cruce y Continuará, los dos álbumes que devolvieron a la vida al grupo. En ellos, canciones como Buena chica, No digas que no o Por el túnel (versionando a Joaquín Sabina, con el que comenzarían una más que prolífica relación) dieron un giro radical a su estilo. Aquella banda ya no pertenecía a la movida, pese a haber sido la misma que había provocado su nacimiento. Aquella era la banda de Enrique Urquijo, un compositor delicado y frágil, un músico dotado de una sensibilidad extraordinaria.
Aquella era la banda de Enrique Urquijo, un compositor delicado y frágil, un músico dotado de una sensibilidad extraordinaria.
Junto a su hermano Álvaro y al guitarrista Ramón Arroyo, Urquijo dio comienzo entonces a la que fue la época gloriosa de Los Secretos, un grupo al que pronto se incorporaría también Jesús Redondo en los teclados, quien acabó por definir el sonido que la banda adoptaría en sus discos más emblemáticos, que vendrían a continuación.
El periodo comprendido entre 1989 y 1993 fue inmensamente prolífico para ellos, encadenando tres álbumes de una calidad que ya nunca recuperarían. La calle del olvido (Producciones Twins, 1989) abriría la veda, incluyendo canciones tan redondas como la que le proporciona el título o Qué solo estás. El in crescendo de Los Secretos se mantendría con la salida a la luz de Adiós, tristeza (DRO/EastWest Spain, 1991), un disco en el que Álvaro Urquijo ganaría protagonismo como una figura a tener en cuenta, escapándose ligeramente de la sombra de su hermano mayor. Cambio de planes culminaría una etapa de esplendor inaudito, un lustro en el que el grupo ascendería directamente a los cielos de la música española.
A partir de ahí empezó la caída. Enrique arrancó por otro lado su proyecto personal: Los Problemas, con el que sacó a la luz un álbum en el que se alejaba del sonido de Los Secretos y exploraba la naturaleza de su propia sensibilidad. Mientras, la banda publicó Dos caras distintas, ya en 1995. Dicho disco, lejos ya de la inspiración que cubría los tres anteriores, fue el último coletazo de un grupo en pleno proceso de desintegración, e incluyó una de sus canciones más recordadas, como es Pero a tu lado. En 1996 publicaron Grandes éxitos y, en 1999, un día antes de la salida al mercado del segundo volumen, Los Secretos recibieron el golpe definitivo: Enrique Urquijo había muerto.
Lo que en principio se suponía una bofetada mortal supuso la resurrección del grupo. Del dolor nació un año después A tu lado, el precioso álbum homenaje al líder de Los Secretos en el que participaron una buena parte de aquellos artistas que lo habían acompañado a lo largo de sus dos décadas como músico. Voces como las de Carlos Tarque (M Clan), Ariel Rot (Tequila), Antonio Vega (Nacha Pop), Jesús Cifuentes (Celtas Cortos), Pau Donés (Jarabe de Palo), Mikel Erentxun (Duncan Dhu), David Summers (Hombres G), Nacho Campillo (Tam Tam Go!), Miguel Ríos, Manolo Tena o Luz Casal rindieron tributo a Enrique Urquijo en un disco inolvidable en el que se incluyó la última canción cantada por él: Hoy la vi. Ese era el legado de Los Secretos, un grupo que, paradójicamente, había llegado a exponerse con una absoluta desnudez.
Los años posteriores a la muerte de Enrique no fueron excesivamente productivos para la banda. Solo para escuchar (DRO/EastWest Spain, 2002) funcionó relativamente bien, pero a partir de ahí la producción musical de Los Secretos se estancó. Álvaro Urquijo, ahora como líder indiscutible del grupo, se las arregló para que, en 2011, saliera a la luz el que es (hasta hoy) el último gran álbum de una banda memorable, titulado En este mundo raro (Warner, 2011).
En él, el hermano pequeño se convierte en una voz experimentada, y se adentra en las profundidades de la oscuridad, de la pérdida y el paso del tiempo. Ya no hay ‘secretos’ en su música, ya no queda nada de Tos. Solo la memoria de un grupo valiente que revolucionó las cosas y después corrió al encuentro con sus emociones. Porque ambas cosas no tienen por qué ser incompatibles.
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