Muchos coinciden en que más que un álbum debut que vendió decenas de miles de copias, el primer disco de la Mala Rodríguez fue un asalto a la esfera del hip hop en España, la cual había estado dominada por hombres hasta su llegada. Además de abrir caminos para las generaciones de raperas que vinieron después, sentó las bases de un estilo fusión en el que amalgamaba su voz aflamencada con la cadencia agresiva del rap.
Después de 25 años de carrera, María Rodríguez Garrido, ha podido acumular un saco de éxitos –himnos– que la ponen en el podium de las artistas que pueden darse el lujo de hacer conciertos de hora y media en los que el público corea absolutamente cada una de sus canciones. Así fue su más reciente presentación en la sala Barts: un encuentro íntimo y sincero en el que, de la mano de la guitarrista (y flautista) Mari León, transformó aquellas líricas rebeldes en sentidos versos nostálgicos cargados del fogaje que ha podido cultivar en estas dos décadas y media.
Intimidad y confianza
Por cosas del destino una jerezana y una guatireña (Venezuela) se juntan en una tarima. La primera es una veterana de la poesía callejera que dispara versos sin ambages, y la segunda construye castillos con las cuerdas de su guitarra. Juntas fueron capaces de mantener el interés de un público que ya era fiel, pero que no estaba acostumbrado a verla en un formato de contemplación, sin luces de colores ni beats electrónicos, sino en su estado más natural, desnudo.
Antes de sumergirse en los éxitos de siempre, empezó el recital con Peleadora: un denso y oscuro ‘trap beat’ perteneciente a su último disco, Mala (Universal, 2020), en el que, al solo estar acompañada de la guitarra, queda en evidencia su potente registro vocal. El estallido de aplausos fue la pausa antes de entrar en materia: No van, Especias y especies, Tambalea y Con diez o con veinte, fueron cuatro temas que sonaron en retahíla hasta que llegó el turno de Tengo un trato y la sala Barts coreó “lo mío pa’ mi saco” al unísono, de principio a fin.
De vez en cuando algún asistente se desgarraba la voz para hacerle saber a La Mala que la amaba o que le quedaba muy bien el vestido que llevaba puesto, a lo que ella respondía “que bueno que les gustó, porque me costó mucho dinero”, y la sala estallaba en carcajadas. Aunque el formato íntimo y acústico daba un aura solemne, la velada estuvo llena de risas y situaciones en las que Mala Rodríguez y su acompañante, Mari León, hacían evidente su complicidad, confianza y química.
El poder de las redes sociales
En plena pandemia Mala Rodríguez saca su último disco. Entre varias canciones festivas, de ‘up beat’, hechas para menear la pelvis, se encuentra Mami, una sentida balada donde, acompañada por el pianista Emilio Aragón, la artista canta, con voz de niña, una sobrecogedora letra que dirige un mensaje a su madre, una mujer que pasa muchas horas fuera de casa trabajando para sacar a su familia adelante.
Mari León, quien había visto la interpretación de la canción en directo en el late show de Andreu Buenafuente, se conmovió e hizo una versión con flauta y guitarra. Pasan los meses y León asiste a uno de los primeros conciertos del verano pasado durante la desescalada, recuerda claramente: “el 10 de julio en las Nits del Primavera”, donde La Mala tendría participación. Días después, La Mari cuelga un video del directo de Mami y otro de su versión, a la que Unai Muguruza, el DJ que acompañaba a Rodríguez esa noche, responde con mucho entusiasmo.
Una cosa llevó a la otra y a los oídos de La Mala llegó aquella versión. Acto seguido: una guitarra, un jammin y nació la idea del acústico. Después del debut de este formato con un streaming dentro de la programación del Festival Quimera, empezaron a preparar la gira de los 20 años de Lujo Ibérico.
León, quien proviene de formación académica y fue flautista solista de una de las orquestas sinfónicas más importantes de Venezuela, tuvo el trabajo de hacer los arreglos. “Armonizar canciones de rap para mi fue un reto. Disfruté mucho el viaje a 20 años atrás y escuchar a María cantar con esa voz tan joven, y conociéndola ahora, me hace feliz ser parte, en esta manera tan íntima, del homenaje a este gran disco”, dice León.
Chistes, llantos y aplausos
“Se me da muy bien esto, yo debí haberme dedicado a la comedia”, comenta La Mala en uno de los breaks entre canción y canción, cuando el público no paraba de reírse por sus comentarios. No se podía inferir si era guionizado, improvisado o simplemente química, la manera en la que Rodríguez y León se comunicaban en tarima, en especial al interpretar En mi ciudad hace caló, en la que dramatizaron las voces que salen al principio de la versión original.
La cocinera, Con los ojos de engañá y Yo marco el minuto, canciones que, en su versión original hacen eco al hip hop clásico de principios de los 2000, ahora sonaban delicadas, lentas y más sentidas. En Gallo, Mari León se lució como multi instrumentista creando un loop rítmico con la guitarra y demostrando sus habilidades con un solo de flauta que hasta hizo que La Mala saliera de la tarima para darle su espacio.
Las siguientes dos canciones La niña y Por la noche tuvieron reacciones extremas: la primera, por su denso contenido, al contar “la historia de la niña que vivía en el barrio de La Paz”, le fue inevitable no soltar un par de lágrimas al conmoverse con los aplausos del público. La segunda, un himno, otro de los grandes clásicos de Mala Rodríguez, tuvo el acompañamiento eufórico de todo el público. Para cerrar la velada, un popurrí de canciones de distintos discos: Superbalada, de su último LP, Quién manda, uno de sus últimos hits antes de tomar un break de 7 años y, finalmente, Contigo, un single que hizo bailar a muchos en el verano del 2018.







Autores de este artículo

Mabe Chacín

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.