Siete décadas aloja el cuerpo de Mark Knopfler; su mente, sin embargo, parece que se mantiene intacta: nos encontrábamos ayer ante un creador incansable. Fue precisamente en la década de los 70 cuando formó Dire Straits con su hermano David —que, por cierto, solamente estuvo los tres primeros años; un buen día se fue y desde entonces siguen sin dirigirse la palabra—. Supongo que ya conoces la historia: banda de rock originaria de Escocia que consiguió vender millones de discos gracias a títulos como Brothers in arms, que albergaba los hits So far away, Walk of life o Money for nothing, por ejemplo, hasta que en 1995 anunciaron su separación. Desde entonces, Knopfler ha continuado en la música con una prolifera carrera en solitario, así como siendo productor de grandes estrellas como Randy Newman o Bob Dylan y creador de bandas sonoras (la más reseñable quizá sea La princesa prometida).
En la parte anímica, decíamos, no hay notas discordantes; pero en el plano corpóreo, la cosa cambia. “I’m an old man”, dijo antes de comenzar la segunda canción, Nobody does that —primera vez que la interpretaba en vivo, igual que las interesantísimas Heart full of holes y Silvertown blues—. Un Palau Sant Jordi hasta arriba (con asientos en pista, eso sí) le gritó que no. Él replicó con un sí que bailaba entre la resignación y la aceptación. Por eso este concierto era un hola y era un adiós. Era feliz y era triste. El tour mundial Down the road wherever comenzó en Barcelona (le siguen los conciertos de Valencia, Madrid, Coruña, etc, así como múltiples paradas internacionales). Afirmó amar Barcelona, hacía tiempo que no venía y declaró sentirse siempre bienvenido aquí, pero al nada de dar comienzo el espectáculo aseguró que esta sería la última vez en esta ciudad tan querida para él. Así es: para sorpresa de las trece mil personas que estábamos allí, Mark Knopfler dejaba entrever que esta sería su última gira. Y es que sus allegados le pedían “no more travelling”. Para Knopfler es tiempo de otra cosa ahora. Así es y así debe ser. “Nevermind”, añadió, como queriendo decir que a una cita como esta no viene uno a lamentarse.
Pese a la impactante noticia, el show se mantuvo reposado, calmado, uniforme, sin grandes sobresaltos. Miento: hubo algún que otro culmen. El más significativo quizá el primero, por aquello del atractivo de la novedad. Se repasaron los éxitos de su carrera en solitario (entre el country, el folk irlandés y el blues, entre otros géneros), pero era evidente que debía incluir los clásicos de Dire Straits. El primero en sonar fue Romeo and Juliet (Marking movies, 1980)… mitiquísima. Encima del escenario, todo en calma. Pero en los asientos se vivía diferente. En cuanto las primeras notas brotaron del saxo, el público enloqueció. ¿Qué decir? Pues que fue una interpretación preciosa y sentida; músicos espectaculares, voz impecable; emoción entre los asistentes. Y esta frase bien podría servir para definir todo el concierto de Mark Knopfler. Solo una crítica a realizar por mi parte, con la suficiente relevancia como para ensombrecer toda la propuesta. Intachables músicos, eso sí: ni una sola mujer sobre el escenario. Knopfler pegó ahí una patinada importante.
Partes totalmente instrumentales se iban intercalando con brevísimos monólogos y temas como Your latest trick (Brothers in arms, 1985). Y, de nuevo, unos elegantes saxo y voz. Esta fue la canción con la que mis abuelos se reconciliaron, la canción que protagonizó la boda de mis padres y la canción que sonaba de fondo en mi primera cita romántica. Eterna. Única. Atemporal. No fue el único tema que subió un poco los decibelios, tanto para los oídos como para las mentes. Poco después algunos se cansaron de estar cansados. Unos primeros valientes se levantaron y se situaron, de pie, en las primeras filas. Ocurre a menudo en conciertos con este formato que llega un punto en el que la cosa está tan caliente que al público le viene de no sé dónde un instinto insurrecto y automáticamente deja tener importancia la obligación de permanecer sentados. Money for nothing después de los bises avivó la llama y resubió a un público ya bastante subido para lo que las circunstancias permitían.
En definitiva. Una despedida tristeliz, con momentos vívidos y otros con cierta letanía. Una pena que probablemente el público de Barcelona no pueda disfrutar de nuevo de este creador sempiterno. Pero, como decía antes, así es y así debe ser. Por lo menos podrán contarle a nuestros nietos que vieron en directo al fundador de Dire Straits. Mark Knopfler acabó el recital con una instrumental Going home, ¿la metáfora perfecta para expresar que ya le es hora de estar en su hogar?
Autores de este artículo
Paula Pérez Fraga
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.