A un concierto de Mudhoney, están invitados todos aquellos a los que les enciende la llama del rock, venga de donde venga. No les verán etiquetados ni vestidos de modo atrayente (la procesión va por dentro). Lo que les une, es el mejunje que destila esa conjunción que va desde el hard o heavy, pasando por el punk, la new wave más cañera e incluso el pop ácido. Todo sirve para que la danza del pogo coja consistencia. No nos acercamos a los medios delanteros, pero hubo jarana de la buena.
El grunge no es de los estilos musicales que más han perdurado en el tiempo. De hecho, únicamente, seis bandas siguen dando vida al, supuesto, movimiento. Y decimos supuesto porqué, grupos de la enjundia de Nirvana, Soundgarden o Green River (origen de Pearl Jam y Mudhoney), no dejaron de ser remedos de sus referentes; que me perdonen los fans.
El cuarteto de Seattle, todavía, formado por Mark Arm (voz y guitarra), Steve Turner (guitarra), Guy Maddison (bajo) y Dan Peters (batería), no pudo competir con las huestes de Kurt Cobain, porqué, fieles a su talante, nunca quisieron bajarse del burro que, con el paso de los años, les convertiría en el punto de referencia de la corriente reinante. Nunca llegarán a pisarles los talones a los encumbrados, sin embargo, su trayectoria les ennoblecerá y, siempre, serán considerados como los fundadores de ese sonido que impulsó la discográfica Sub Pop.
Trallazos de tres minutos
No menos de treinta latigazos, pudimos escuchar en un Razzmatazz 2 que, si bien no se llenó del todo (nos visitaron hace dos años), registró una buena entrada y el público presente se lo pasó en grande: salta que te salta.
Repitiendo el repertorio habitual en esta gira, conjugaron algunas piezas de Plastic Eternity (2023) con lo más granado de su trayectoria.
Ese suave comienzo, con las primeras estrofas de If I Think, supuso un severo engaño. A partir de la finura, desencadenaron una locura de set, sin apenas pausas, que electrocutó al público saltarín y al que no lo fuera. “Es mejor que la última vez”, opinó un espectador que repetía por séptima ocasión. No vamos a dudar de sus impresiones.
Si nos piden una selección de lo mejor, podemos hacer un desguace: Touch Me I’m Sick nunca falla, como tampoco el pop acelerado de Who You Drivin’ Now? o F.D.K (Ramones a toda máquina), el trío moldeado por Let It Slide, Judgement, Rage, Retribution and Thyme, I’m Now (un poco de Stones ayuda a brincar) y, evidentemente, las propinas (se hicieron esperar) con Suck You Dry, Here Comes Sickness y In ‘n’ Out of Grace, todas previas al siglo XXI, lo mejor de su cosecha.
A nadie se le escapa que primicias como Souvenir of My Trip e, incluso, Little Dogs (muestra de humor negro iluminada por los tonos vocales de Iggy Pop), se muestran descompensadas si las comparamos con Paranoid Core o One Bad Actor, aunque estas, solamente, tengan cinco años de existencia. No obstante, el ritmo no frena. La voz de Mark Arm, gruñe como nunca, el bajo de Maddison ilumina Nerve Attack y Turner & Peters acaban de ejecutar la paranoia (Paranoid Core). Acabo saturado del empuje, aunque satisfecho por haber escuchado a unos tipos que creen en lo que hacen.
La pregunta del millón seguirá siendo: ¿Mudhoney son peores que los que vendieron más discos? Taxativamente, no. Ellos optaron por la crudeza y los otros (no pongo nombres) por la sencillez. El resultado ya lo conocemos.
Autores de este artículo
Barracuda
Montse Melero
Hacer fotos es la única cosa que me permite estar atenta durante más de diez minutos seguidos. Busco emoción, luces, color, reflejos, sombras, a ti en primera fila... soy como un gato negro, te costará distinguirme y también doy un poco menos de mala suerte.