No hace falta ser muy sabio para adivinar que el Ethio-Jazz se trata de una hábil combinación entre la música tradicional etíope y lo que conocemos como jazz, en su forma más o menos tradicional. Dentro de esta mixtura también podemos encontrar influencias latinas, experimentación y algunas gotas de funk.
Lo que algunos quizás no sepan, es que nació en Etiopía a finales de los 50 y obtuvo gran popularidad en su capital, Addis Abeba, entre las décadas de los 60 y 70. Si quieren profundizar en este estilo, tan rico en tonalidades, les recomiendo sumergirse en la fabulosa colección Ethiopiques, del sello francés Buda Musique y, cómo no, en la discografía de uno de sus máximos representantes y todavía en activo a los 77 años: Mulatu Astatke.
El multiinstrumentista, natural de Jimma (Etiopía), quien tuvo que cancelar su actuación del mes de mayo, por motivos de todos conocidos, finalmente pudo mostrar su infinita maestría, en el popular club del carrer Nou de la Rambla, una fría noche de noviembre.
Ni esa contingencia, hizo que la asistencia menguara, todo lo contrario: la Sala Apolo registró un lleno como los de antaño (parece que haya pasado una eternidad desde el comienzo de la desdicha). Una multitud apiñada, incluso en la gradería, desafió a los peligros del encantador bichejo para deleite de los negacionistas y desespero de los angustiados, no vamos a tomar partido.
Resultó gratificante observar que una propuesta tan poco difundida y nada simplista, provocara tal alboroto; siempre existe una lucecita, dispuesta a encenderse, al final del ominoso pasadizo.
Creando atmósferas
A los oídos poco aguzados, la música de Mulatu Astatke les puede parecer monótona e incluso tediosa. Es indudable que su mundo sonoro transita por caminos, mayormente, llanos (a pesar de los constantes cambios rítmicos). Sin embargo, el objetivo principal del maestro etíope está centrado en el desarrollo de climas donde los instrumentistas vayan inventando instantáneas (que basculan entre el lirismo y lo espasmódico) en pos de reflejar homogeneidad. Pudimos comprobarlo, desde el inicio, con Tsome Diwuga, Dèwèl y Yèkèrmo Sèw, tema perteneciente a la banda sonora del film Broken flowers (Jim Jarmusch, 2005). No encontrarán, nunca, ningún solo que sirva para sacar pecho, todos serán utilizados para lograr el equilibrio antes mencionado; ni el saxofonista James Arben, líder de un banda compuesta por siete instrumentistas de alto rango, tocó más de lo estrictamente necesario; solidaridades efectivas.
A esta terna, sin desperdicio, le sucedió Nètsanèt, en la que, Astatke en los teclados e inmerso en territorios afro-psicodélicos y el cellista investigando sonidos de rasgos atonales, hipnotizaron a un público atónito ante el esplendor sonoro desplegado. No le fue a la zaga la larga suite titulada Chik Chikka (Kulun/Azmari/Chik Chikka), cercana al original folklore etíope y que sirvió para cerrar una primera parte de órdago.
Respetuosidad, estremecimiento y conclusiones
Acallar a mil trescientas almas es prácticamente inverosímil, Mulatu Astatke en Barcelona lo logró con la conmovedora Motherland. La perfecta y melancólica conjunción entre el cello y el vibráfono consiguieron el milagro: lo que hasta entonces había sido una fiesta contenida se transformó, repentinamente, en silencio sepulcral. Al escuchar los puros vocablos Madre Tierra o La Pachamama (se permite escoger), todavía se nos aviva la ambición de procurarnos un mundo mejor; ni la algarabía, generalizada, enturbió ese profundo sentimiento.
The way to nice, pieza de influencias latinas, que incluyó un exuberante solo de percusión y otro, más comedido, del experto trompetista Byron Wallen, introdujo la conclusión del deslumbrante show. La experimental Yekàtit, Yègelle Tezetá (quizá su máximo hit) y el auto homenaje Mulatu sirvieron, a los encajonados asistentes, para rendir pleitesía al ilustre creador.
Mulatu Astatke no es Lionel Hampton ni Mongo Santamaría ni tampoco Ray Barretto, pero atesora un tesoro único: la mutabilidad. Sea en el vibráfono, sentado en el teclado o repicando timbales y bongós siempre encontrarán su sello particular. Su destreza radica en manejar los instrumentos con sencillez y sabiduría, sin necesidad de dominarlos con rigurosidad. A menudo, es mucho más productivo manejar todos los dispositivos que centrarse en un solo; la creatividad se engrandece. El carismático Astatke, galvanizador de estilos y precursor de tantas y tantas cosas, ofreció su enésima clase magistral; no será la definitiva.
Autores de este artículo
Barracuda
Víctor Parreño
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