Es muy posible que muchos desconozcan el significado de la palabra “aposiopesis” y es lógico. La propia Sílvia Pérez Cruz la descubrió hace quince años en una clase de retórica musical, lo cual demuestra que no somos tan tontos. Su significado, algo así como la energía del silencio para transmitir emociones (silencios expresivos), caló muy hondo en la de Palafrugell, tanto que fue determinante a la hora de buscar canciones que transmitieran esa sensación. Como por ejemplo El niño mudo (pieza con letra de Lorca y popularizada por Quilapayún). Sílvia encontró en Marco Mezquida el compañero perfecto para entender dicho estremecimiento y juntos decidieron vivir dentro de ese silencio arrebatador. Sólo faltó que el pianista menorquín le explicara el complejo significado de ‘MA’ en japonés (saber parar, entender las pausas, el espacio entre cosas que existen una cerca de la otra…) para que todo cobrara más sentido.
Dos años después del primer encuentro, volaron hacia Tokyo para tocar en el pequeño Blue Note de la ciudad nipona. Tan solo un centenar de personas asistieron al evento, pero el efecto causado fue tan grande que decidieron editar esa actuación creando un disco titulado MA.Live in Tokyo (Universal, 2020). Citada grabación se puede encontrar en formato digital y muy pronto podrán tocarla si lo desean; la industria está un poco parada, ya saben a lo que me refiero.
Con esos moldes la pareja perfecta se presentó en el Teatre Lliure de Barcelona (Sala Fabià Puigserver) intentando rememorar las mismas conmociones obtenidas en Japón, aunque fuera con el doble de espectadores. Lo lograron. Para conseguir la intimidad requerida utilizaron un fondo rojo ondulado y tenues luces de iluminación. La platea quedó oscura, ominosa, quizá la experiencia podría haber sido menos lúgubre.
El recital
Apenas sin luz, Sílvia comenzó interpretando Joia (Arigato Gozaimasu) de modo conmovedor. Combinándola posteriormente con Estrela, estrela, canción del compositor brasileiro Vitor Amil a la que también dio un sorprendente toque oriental. Palpable demostración del trabajo realizado en cuanto a reorientación de los temas escogidos. En ella Mezquida ofreció las primeras muestras del dominio de su instrumento, del cual extrae todas sus posibilidades sea con las teclas, pellizcando las cuerdas del interior o como elemento percutivo al igual que hiciera su adorado Keith Jarrett.
Sílvia Pérez Cruz es una artista versátil, tanto vocal como instrumentalmente. Preparada para cantar en castellano, catalán, inglés, portugués o incluso en japonés con soltura y también tocar la guitarra o el piano con solvencia. Los problemas (en mi opinión) vienen por otros motivos. De ignorantes sería obviar el precioso color de su voz, la capacidad para cambiar registros y un potencial escénico más que notable. Sin embargo todas esas aptitudes a veces juegan en su contra por querer estrujarlas en demasía. En la bellísima pieza de Maria del Mar Bonet Mallorca i no trobaràs la mar (refugiada bajo la casa-piano de Mezquida, quizá abrumada por el talento del balear) o también en Plumita, busca tanto la floritura vocal y la exclamación impactante que pierde solidez e incluso dificulta la comprensión de los textos.
Nos encontramos ante una problemática compleja ya que tantos son los que idolatran este estilo tan característico como a los que les irrita. Su éxito debería dar la razón a los primeros, así que lo dejamos en manos de los jueces.
Más moderada estuvo en su nueva creación La flor, El niño mudo, Oración del remanso (espectacular composición del argentino Jorge Fandermole). Finísima en Mañana (textos de Ana María Moix) e incluso en Barco negro, tema tratado como una especie de fado/blues estupendamente concebido. Aquí la aplaudimos, no sé puede jugar de tú a tú con Amalia Rodríguez, así que es mejor jugar con cartas propias. Ejemplo que debería calar en los meros copiadores, ésos que no saben dónde están sus límites.
Apuntamos entre lo mejor de la velada una arriesgada versión de The sound of silence (Simon & Garfunkel), Siga el baile (Edgardo Donato & Carlos Warren) y la versión minimalista de No surprises (Radiohead) tocada con mini piano y gran originalidad. La terna, algo desigual, con Christus factus est / Lonely Woman / My funny Valentine proporcionó el paso al sospechado final con Pequeño vals vienés. Esta gloriosa creación fruto de tres genios, Lorca-Cohen-Morente, resume en pocos minutos todos los supuestos vicios y virtudes de Sílvia Pérez Cruz: exceso de manierismo contrapuesto con una precisa entonación, fuerte sentimiento y buena colocación de las notas. El ying y el yang de la catalana.
Marco Mezquida no posee la misma popularidad de su partenaire, sin embargo estamos hablando de uno de los pianistas con más proyección internacional. Poseedor de una cultura musical inmensa. Capacitado para tocar clásico, blues, ragtime, jazz clásico, avant garde o lo que se le antoje. Un auténtico prodigio que debemos cuidar entre todos. No le gustará que le consideremos la estrella de la noche –MA es un trabajo a cuatro manos– pero lo fue de cabo a rabo. Estratosférico.
Nadie salió defraudado, destilaron empatía y amor al arte, mostrando una complicidad que sólo puede regalar la buena música. ¿Indisolubles? Por el momento seguirá el baile.




Autores de este artículo

Barracuda

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.