La importancia del espacio en el que se realiza un espectáculo suele ser minusvalorada en contraposición con lo que trae el espectáculo en sí, especialmente si este se trata de un concierto y más todavía si se trata de artistas que giran entre espaciosos teatros, salas pequeñas y festivales multitudinarios al aire libre.
En el caso de Tarta Relena, el dúo ‘a cappella’ formado por Helena Ros y Marta Torrella, mover su espectáculo desde un lugar como l’Auditori de Barcelona o la sala BARTS a El Pumarejo de L’Hospitalet, escondido en un polígono industrial, íntimo y brumoso por efecto de las máquinas de humo, cambia por completo el acercamiento a su mundo compuesto de voz, percusión electrónica y el misterioso anillo de luz que las envuelve en cada concierto.
Entre lo alienígena y lo terreno
A tan poca distancia este enorme círculo en diagonal, perímetro del concierto entero del dúo parecía haber aparecido como un portal entre dos mundos. Dentro de él, nada más que dos secuenciadores conectados a un ordenador y, en medio, un cántaro de barro, una imagen que de por sí sola ya serviría para hacer una aproximación de cómo suena la música de Tarta Relena: un punto medio entre lo ancestral y lo futurista.
Mientras el anillo, poco a poco, se iba llenando de luz, Marta y Helena, en lados opuestos del escenario, se adentraban mientras interpretaban Las alamedas, adaptación del poema de Federico García Lorca. El dominio completo y la capacidad de compenetración de las voces de este dúo queda patente desde el principio, conformando un único instrumento poderosísimo que ocupó al completo el espacio sonoro de la sala.
La parte sobrehumana
Todo a lo que no podían alcanzar sus voces, Tarta Relena lo relegaban al electrónico diseño de sonido que las acompañó, de manera sutil o imponente, durante todo el repertorio: percusiones, repiqueteos, silbidos, toques de reverb o muros de frecuencias altas y bajas, amplificando el dramatismo de los cantos mediterráneos interpretados por el grupo. El cántaro, elemento anacrónico de la escenografía, sirvió también su propósito en el concierto, haciendo de elemento de percusión físico junto a las olas de sonido digitales.
Con la eliminación de la distancia artista-público las canciones sonaron más inmensas, los golpes y ritmos retumbando en el pecho del que escribe con gran fuerza. La desaparición de esta barrera implicaba también un ambiente menos solemne y, tristemente, un mayor ruido por parte del público que se hacía notar especialmente en la pausa entre canciones, momentos en los que Marta y Helena aprovechaban para explicar la historia detrás de algunas de sus canciones.
Con todo, el concierto enmarcado dentro del ciclo Curtcircuit impulsado por la ASACC, consiguió cerrar con nota alta y, esta vez sí, con una comunión total con los asistentes, eliminando toda floritura electrónica para quedarse con lo básico, voz, palmas y celebración cantando So de pastera, canción popular mallorquina que sirvió para dar el punto final.
Autores de este artículo
Miguel Lomana
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.