La fiel audiencia que sigue a Kristian Matsson (me permitirán dirigirme a él con su auténtico nombre, lo de The Tallest Man On Earth es una broma y demasiado largo) no falló en su nueva visita a nuestras tierras, la sala grande del Apolo ocupó tres cuartas partes de su aforo.
Si hemos de encontrar motivos por los que este ya talludito artista (41), natural de Leksand (Suecia), obtiene tanta repercusión con su propuesta indie folk, alejada de la coyuntura musical que nos rodea, deberíamos buscarlos en su habilidad como compositor (aunque a veces la monotonía invade el discurso), el gusto en encontrar buenos referentes (Dylan, por supuesto), pero, sobre todo, por su peculiar estilo como cantante. Matsson posee un peculiar timbre de voz, de exagerados picos agudos, que le diferencian de otros cantautores similares. No puede evitar asemejarse al señor Zimmerman (Throw right at me o la novedosa Every little heart) pero, sin embargo, se atreve a iniciar la actuación con Moonshiner (cover de Dylan) sin intentar imitar la voz del de Duluth. Esto nos demuestra su capacidad camaleónica y las ganas de no quedarse estancado en etiquetas.
Siguiendo con el tema de su gran resonancia, es ineludible resaltar su simpatía y la perfecta comunicación con el público que le eleva, definitivamente, a los altares. Domina muy bien el escenario, tanto en los momentos de tranquilidad como en los que debe utilizar algo de histrionismo para llenar las tablas de dinamismo. Entró de manera sorprendente (casi patinando), se arrodilló, se tendió en el suelo y hasta apareció (en la tanda de bises) por un lugar insospechado. Estos recursos le sirvieron para aguantar el show solito (estilo Juan Palomo), sin necesidad de acompañamiento ninguno. Tan solo utiliza guitarras (contamos siete de diferentes tipos) y un teclado eléctrico para satisfacer a la entregada clientela. ¿Se acuerdan del hombre orquesta?, pues eso.
Siempre acostumbra a iniciar las funciones con För sent för Edelweiss (Håkan Hellström), en esta ocasión utilizó una versión pregrabada que empalmó con la citada versión de Dylan y uno de sus más célebres sucesos, King of Spain, tocada con ukelele.
A la cuarta porción, empezó a desgranar las recientes creaciones (en total seis), salpicadas con grabaciones pretéritas que, obviamente, fueron las más ovacionadas. Tiempo tendrán las nuevas de coger carrerilla, porqué poseen valiosos mimbres. Hemos hablado de Every little heart (potencial hit), pero también podríamos hacerlo de Looking for love, Major league (en ella utilizó el banjo), Henry St. (piano), Blees you o Foothills, todas las que interpretó. Se notó la falta de los excelentes arreglos que ha preparado para ellas en estudio, no obstante, ya sabemos que si la composición es buena, la desnudez acaba sentando bien.
Entre las preferidas por la platea, destacaríamos, Bleubird, Love is all, Burden of tomorrow, Revelation blues (jugueteando con los presentes), I won’t be found, The gardener y, cómo no, los bises, compuestos por la dupla 1904 (fraseos a lo Lou Reed) y The dreamer, tanto la suplicaron que, finalmente, apareció. Buen catálogo, aunque nuestra querida fotógrafa Marina y este redactor, quedamos entusiasmados con Rivers, lo mejor de la noche.
Kristian Matsson ha salido de gira con un espectáculo, tan introspectivo (adecuadísima iluminación) como ágil, dónde muestra todas sus virtudes y algunas carencias o defectos ya mencionados. Triunfará en cualquier lugar donde se apee, eso no lo duden.
A diferencia de astros de poca monta, el hombre más alto de la Tierra (no lo es) parece un tipo muy normal que actúa con naturalidad y se hace querer. ¿Qué más podemos pedir? A un servidor le parece suficiente.








Autores de este artículo

Barracuda

Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.