El pasado 26 de marzo se cumplieron 50 años del estreno de Woodstock: 3 days of peace and music, el film dirigido por Michael Wadleigh con la asistencia de Thelma Schoonmaker y un joven Martin Scorsese como ayudantes de dirección y montaje. Durante los tres días que duró el festival, Wadleigh y su equipo quisieron captar la esencia de aquella cita y, después de un año de montaje y de edición, el documental veía la luz y se estrenaba en los cines de casi todo el mundo. Como era habitual en la época, tardó unos cuantos años más en llegar a España ya que, inicialmente, su exhibición estuvo prohibida. Finalmente, un 17 de mayo de hace 45 años, pudo ser estrenado. Eso sí, exclusivamente en algunas de las salas conocidas como de ‘Arte y ensayo’, de versión original, filmotecas o cine-clubs.
Referente cinematográfico
El documental se estrenó en Estados Unidos en 1970, un año después de la celebración del festival, agosto de 1969, debido a lo laborioso de su montaje, ya que se rodaron más de 120 horas. El filme marcó decisivamente el cine documental musical de la época y ha permanecido como un documento irrepetible y de referencia. Hasta tal punto que, pasados unos años, Scorsese volvió a las andadas con The last waltz de The Band (dato curioso: en unos días se estrena Once were brothers, con el mismo Scorsese como productor, estén atentos). La película recibió el Oscar al mejor documental de 1970, otorgado el 15 de abril de 1971 en Los Ángeles. También resultó nominada a los Oscar al mejor montaje y al mejor sonido y fue exhibida en la edición del Festival de Cannes de 1970 fuera de competición.

“¡Yo estuve allí!”
Todo el mundo estuvo en Woodstock. Y en el ‘mayo del 68’ parisino y en la ‘primavera de Praga’ o en la ‘revolução dos cravos’ en Lisboa. Tal y como ha pasado durante años con citas históricas de trascendente relevancia parece que, en los EUA, si cumples con unas ciertas características generacionales que lo hagan factible, puedes reivindicarte como partícipe de aquellos 3 días de paz, amor y rock and roll que marcaron la historia contemporánea. Quizá sea por el gran elenco de estrellas que pasaron (aunque sea popularmente sabido que se echaron en falta a otras muchas que rehusaron la invitación), o mucho más probable es que tenga que ver con la épica generada alrededor del festival, pero la cuestión es que todos quisiéramos haber formado parte de él. Y es comprensible. Woodstock fue mucho más que un festival.
Casi medio millón
Cuando un 15 de agosto de 1969 Michael Lang, Artie Kornfeld, Joel Rosenman y John P. Roberts daban el pistoletazo de salida a la Woodstock Music and Art Fair poco se imaginaban que las 60.000 personas que esperaban que acudiesen acabarían siendo unas 400.000; que el terreno de Bethel se convertiría en una especie de meca de peregrinaje para hippies y amantes del rock y que, en definitiva, sus nombres, junto con el de Woodstock, quedarían ligados eternamente a uno de los episodios más fructíferos cultural, artística, social y políticamente hablando de la historia, no sólo de los estadounidenses, sino de toda la humanidad.
De Woodstock a Bethel
¡Pero Woodstock no debería de haber sido el nombre que perdurara en el tiempo! La anécdota explica que, aunque originariamente debía alojarse en la localidad de Woodstock, donde un convaleciente Bob Dylan se recuperaba de su famoso accidente de moto y probaba de aislarse y alejarse de los fans, la presión vecinal en contra del festival, movida por el miedo al peligro de invasión de un manojo de jóvenes descerebrados que rompían cualquier norma establecida y que practicaban el amor libre, provocó que el festival tuviera que buscar urgentemente un nuevo emplazamiento.
De Bethel al mundo
Finalmente, con el futuro del festival en la cuerda floja, los terrenos del granjero Max Yasmur en Bethel, Nueva York, resultaron ser la mejor (o única) opción. Mejor opción para la organización, porque para el bueno de Yasmur, su complicidad, le supuso ser víctima de una campaña local de boicot a sus productos lácticos. Resulta curioso el hecho de que, con el traslado de todo un festival, también decidiesen llevarse el nombre de Woodstock hacia la granja de Bethel. A veces, la historia es así de caprichosa y permite paradojas como la que hace que el nombre de la población que bloqueó la celebración del festival, forzando el cambio de emplazamiento a la localidad de Bethel sea, precisamente, el que ha pasado a la historia.
Más que un festival, un concepto
Actualmente, cuando mencionamos Woodstock parece que evocamos una serie de conceptos y valores determinados, un momento histórico concreto. Todo un movimiento social, cultural y político agrupado en una sola palabra. Woodstock es revolución y contracultura. Sea como fuere, los 3 días de paz, música y amor significaron una pequeña esperanza que proclamaba la existencia de otra manera de vivir en una sociedad fuertemente marcada por los conflictos bélicos y raciales, así como por la escalada de tensiones entre los bloques oriental y occidental. El reflejo de una utopía, una muestra de aquello en lo que podía convertirse la sociedad. La lucha por un futuro basado en la solidaridad, el sentimiento comunitario y el arte en todas sus formas de expresión.

Hendrix deconstruyendo el himno de los EEUU
De entre la gran cantidad de imágenes que maravillaron a jóvenes de todo el mundo, no podemos evitar destacar la fabulosa actuación de Jimi Hendrix. La deconstrucción del himno de los Estados Unidos que el virtuoso guitarrista zurdo de Seattle punteó con su Stratocaster blanca para diestros, se convirtió en una perfecta definición del patriotismo antibelicista y antigubernamental que muchos jóvenes americanos sentían entonces como consecuencia de las actuaciones del gobierno en el conflicto de Vietnam.
Y la trascendencia de las otras actuaciones
Pero, a demás de la memorable actuación que ofreció Hendrix, que incluso llegó a merecer ser reeditada en formato DVD a parte del film original, Woodstock tuvo otras muchas actuaciones estelares que a menudo han pasado a un segundo plano. Y es que las actuaciones de Crosby, Still and Nash (y Neil Young que rehusó ser captado por las cámaras) o The Who interpretando buena parte de la entonces recientemente publicada opera rock Tommy, merecen tanta o más consideración. Y si bien es cierto que la ausencia de la estrella del folk del momento, Bob Dylan, es uno de los episodios más comentados de esta historia, la presencia de The Band, la formación que lo acompañó durante años, pudo saciar (¡y de qué manera!) las expectativas de la audiencia con himnos como The Weight o I shall be realeased.
Woodstock más allá de Woodstock
En la versión original, el documental duraba alrededor de 3 horas. 185 minutos de película en la que el mundo pudo ver qué aspecto tenían en directo las formaciones que lideraban la sociedad del cambio. Pero hoy sabemos que la importancia de este documental supera el simple hecho de haber documentado un acontecimiento de tan gran magnitud histórica. Woodstock: 3 days of Peace and Music se transformó en el elemento propagador del espíritu Woodstock a escala mundial, construyendo el mito eterno, permitiendo que numerosas generaciones de jóvenes participaran de este espíritu y formaran parte del sueño.
Mirando al futuro
Gracias al trabajo de Wadleigh y de su equipo, 50 años después aún se puede vivir este sueño. No todo el mundo tuvo la suerte de estar en Woodstock en el 69. Pero, gracias al documental, todo el mundo ha estado en Woodstock. Y hasta puede que provoque que generaciones posteriores se sientan herederas. La música, las imágenes que quedan en Woodstock: 3 days of Peace and Music hacen que el legado del espíritu de Woodstock siga presente en una sociedad que aún espera poder vivir plenamente en la paz, la libertad y el arte.
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