La nigeriana Yemi Alade ganó en 2009 el Peak talent show de su país natal, premio que cambió su vida y la lanzó a la fama. Visto el poderío vocal y escénico ofrecido en la primera visita a nuestro país, proponemos a los responsables de OT, La voz y demás concursos risibles, cesen de sus cargos inmediatamente, bajen persianas o, como última alternativa, corran a buscar concursantes al continente negro; el crédito un día u otro se acaba.
Una insulsa introducción musical dio entrada a dos atléticos bailarines (escuderos durante toda la noche), vestidos con monos tejanos y tirantes medio desabrochados. La potente voz de la africana empieza a resonar desde bastidores. Una aglomeración de jóvenes admiradoras jaleará la vigorosa aparición de la novel estrella. Tumbum, canción perteneciente a su segundo álbum Mama Africa (Effyzzie Music, 2016), nos descubrió varias cosas en el primer envite: íbamos a asistir a un espectáculo vibrante y festivo de una cantante que, a pesar de hacerse famosa por sus múltiples videos publicados en YouTube, no es el habitual producto fabricado para usar y tirar.
Detrás de ese impactante colorido hay intérprete, voz y tablas, por desgracia el trío de músicos acompañantes no estuvo a la altura. La gira promocional del nuevo disco Black magic (Effyzzie Music, 2017), se ha centrado en las habilidades, el carisma de Alade, y la buena sintonía alcanzada con sus dos incansables danzadores; la sutilidad sonora se quedó en el punto de partida. Nuestra protagonista atesora virtudes como excelente vocalista, registros vocales de enjundia: brava cuando lo necesita y delicada si la velocidad mengua, algo así como Miriam Makeba y Chaka Khan dándose un abrazo. Se sobrepuso a un tejido musical pobre, falto de calorías, sin gancho, fisurado, un selector utilizando samples, hubiera dado más juego. El inicio con tumbao latino en Marry me rozó el ridículo: si no se sabe jugar mejor, es recomendable mirar el partido desde la grada.
¿A la música de Yemi Alade se la puede denominar africana? Si somos estrictos, la respuesta es negativa. Es evidente que en temas del estilo de Knack am, aflora ese aroma inconfundible, el característico juego guitarrístico africano (desaparecido en la velada que nos ocupa), pero en general deberíamos hablar de armonías bailables inofensivas. Un poco de latin, algo de pop, gotas de hip hop y dancehall de escaso brío. En definitiva, lo que se lleva en estos tiempos: languidez y nada de impertinencia. Yemi Alade podría con algo más duro, otra cosa es que le dejasen. La mayoría de los presentes (la media no sobrepasó los treinta años) se lo pasaron en grande en La [2] de Apolo. Las féminas tomaron el escenario para bailar solas, sin varones impertinentes, algo así como el antidaggering. No es no. Más tarde cuatro mozalbetes intentaron tomar el relevo con mucha menor fortuna.
Después de preguntar varias veces por él, Yemi, finalmente encontró a Johnny. En su canción más conocida el combo pareció animarse, aunque tampoco llegó la sangre al río, ni hubo contracturas. Fin de fiesta rematado por un selfie gigantesco para inmortalizar esa única parada en nuestro territorio. Final encantador.
Nigeria podría considerarse el corazón de la música africana, el reino de la polirritmia, un país que ha visto crecer a Fela Sowande, Orlando Julius Ekemode, Fela Kuti, Tony Allen, King Sunny Adé y tantos otros. Un tesoro inabarcable. Allí, en África occidental seguirán naciendo talentos, así lo ha querido la providencia. Yemi Alade lo ha hecho para seguir dando vida a ese legado. Aprovechémoslo, aunque los tiempos cambien sin remedio.
Autores de este artículo
Barracuda
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.