“En Londres se lleva el concepto music hall, recintos más grandes que se llenan de vida al anochecer; pero en ciudades como París, Madrid o Barcelona es más bien late night y en teatros antiguos desprovistos de butacas”, me explica un agradable señor que había venido a Barcelona desde Reino Unido específicamente para ver a Yo La Tengo esta noche en Apolo.
Silencio sepulcral -incluso el casi imperceptible tecleado en mi portátil me parecía un barullo-, algo raro para una sala como esta y más aún estando completamente llena. Rompiendo el silencio, Ira Kaplan (voz), James McNew (bajo) y Georgia Hubley (todo lo demás). Un matiz: romper el silencio no es en ningún mundo paralelo una expresión adecuada para este trío de Nueva York. Más bien se deslizan entre el silencio para fusionarse con el aire. Si los humanos pudiéramos ver en nueve dimensiones seguramente veríamos las notas de YLT ondulándose encima de nuestras cabezas, estables y constantes pero a la vez efímeras y frágiles, fundiéndose con el ambiente como la niebla cuando muere.
Así fue la primera parte del concierto. Canciones como The summer, Ashes, You are here o la desmesuradamente aplaudida Black flowers marcaron esta primera ración acústica de Yo La Tengo. Después de esta última Kaplan diría que Barcelona sin duda era una de sus ciudades favoritas. En el interludio, un pseudointelectual debatía con sus amigues sobre por qué consideraba que YLT era una banda de culto. Sea o no, la cuestión es que llevan 30 años siendo referentes en su ámbito junto con otros grupos imprescindibles (para la definición del género shoegazing, para autorrealizarse como persona y para la vida en la Tierra así en general) como Low o Mogwai.
Casi tres horas de espectáculo de este matrimonio de tres. Las luces rojas vaticinaban la catarsis que estaba al caer con el segundo round, donde abandonarían lo acústico para pasarse a lo eléctrico, siguiendo el esquema que han explorado en otros conciertos (los más recientes: Santiago de Compostela, San Sebastián, Madrid y Zaragoza). “Sou collonuts!”, gritó un pavo. Dos segundos después, el estruendo. Heavy metal. Guitarrazos y mucho bullicio. El peregrino musical británico me sonreía como quien sonríe al ver que un niño se cae al suelo y se levanta sin un rasguño.
Little eyes, Autumn sweater, Double dare… En el segundo tiempo no se andaban con chiquilladas. Combinaban en perfecta armonía la tranquilidad con el desasosiego, la placidez con el ansia. Ahí sí que rompían: al cambiar de un registro a otro sin previo aviso, quebraban esquemas mentales. Y en esa readaptación estaba la magia. La necesidad de volver a engancharte hacía que, contra todo pronóstico, no perdieras el hilo. Aunque, a decir verdad, la música de Yo La Tengo es tan embaucadora que es difícil desprenderse de ella.








Autores de este artículo

Paula Pérez Fraga

Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.