El cambio de década de los 80 a los 90 trajo consigo un nuevo género musical que evolucionó y desplegó su máximo potencial con un ímpetu y una velocidad prácticamente equivalentes al tiempo que tardó en quedarse estancado y relegado a un segundo plano. El shoegaze, una derivación del noise pop de los 80 que cogía sus muros de ‘feedback’ de guitarra y los utilizaba para crear atmósferas densas y oníricas, tuvo su máximo exponente en tres grupos, los irlandeses My Bloody Valentine y los ingleses Slowdive y RIDE. De estos tres grupos el que casi siempre suele ser puesto en un escalón inferior por los más puristas del género es precisamente el que nos ocupa, la formación de Andy Bell y Mark Gardener.
Tanto en sus inicios como en su regreso esta pasada década, Ride siempre han sido considerados algo menores, tal vez por situarse más cerca que sus contemporáneos del Britpop (el género que desbancó en popularidad al shoegaze) o por estar más centrados en las melodías pop que en la experimentación sónica. Sea como sea, el concierto de Ride en Apolo sirvió para demostrar que nadie hace lo que hacen como ellos. En definitiva, que juegan en una liga propia.
Al contrario que muchas bandas con un legado tan pesado como RIDE, el grupo se decidió a tocar casi la totalidad de This Is Not a Safe Place (Wichita Recordings, 2019), su último disco y el segundo tras su reunión de 2014. Una colección de temas pegadizos e incluso bailables que deja la distorsión algo más de lado y que, si bien en su versión de estudio pueden llegar a sonar algo planos, en directo convencieron y mantuvieron a su público enganchado en todo momento.
Medio ocultos bajo los juegos de luces durante todo el concierto, sin llamar apenas la atención sobre sí mismos, el cuarteto tuvo también tiempo para volver al inicio de su discografía, de casi 30 años de edad, y a transportarnos al mundo cálido, ruidoso y psicodélico de sus primeras canciones. Rescataron de su segundo álbum Going Blank Again (Creation Records, 1992) las hipnóticas Leave Them All Behind y OX4, que son la pura representación de cómo suena el verano y que en directo recibieron una rendición digna de lo que se merecen.
La recta final del concierto tuvo como gran protagonista su debut Nowhere (Creation Records, 1990), considerado por muchos como su obra maestra, y resaltó todas las virtudes que hicieron famosa a esta banda: la capacidad de intercambiar atmósferas delicadas y bellas con ataques ensordecedores de ‘feedback’ de un momento a otro, la virtuosidad de su batería, Laurence Colbert, y su capacidad de propulsar cada canción o las melódicas líneas de bajo de Steve Queralt. Todos estos elementos se mostraron en todo su esplendor en canciones como Dreams Burn Down o Polar Bear.
Tras tocar Vapour Trail, el grupo se marchó del escenario y se hizo rogar unos cinco minutos hasta volver para ejecutar el bis, que comenzó con una sorprendente elección, In This Room, una pieza larga, melancólica y de tono apagado, casi derrotista. Pero era todo un pequeño engaño, la calma antes de la tormenta que supuso su famosísima Seagull, un final eufórico que aseguró que todos los asistentes al concierto de RIDE en Apolo se fueran de allí con los tímpanos reventados y una sonrisa en la cara.
Autores de este artículo
Miguel Lomana
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.
1 comentario en «RIDE: La alegría es ruidosa»
Muy buena crónica felicidades, el concierto en Madrid estuvo muy bien y llenaron la sala But.
Un saludo.