A punto de cumplir los 80, Milton Nascimento nos dice adiós. Con él se va una parte fundamental de la música brasileña de los últimos cincuenta años y, conociendo el legado sonoro del enorme (en todos los sentidos) país sudamericano, estamos hablando de palabras escritas en mayúsculas y negrita. No nos cansaremos de recordarlo, seguimos creyendo en la inquietud de los inteligentes fisgones. Mientras coetáneos (nos situamos a finales de los 60) como Veloso, Gil, Costa o Zé, estaban enfrascados iluminando el movimiento Tropicàlia en Salvador de Bahia, Nascimento fundaba, en la región de Minas Gerais, junto a Lô Borges, el colectivo Clube da Esquina.
El de Rio de Janeiro apostó por un sonido pleno de majestuosos arreglos orquestales, inusualmente complejo y tan innovador como melancólico, apoyado en su hermoso e inimitable falsete. Esa transformación canora, de tintes casi sagrados, le elevó hasta lo más alto, llegando a compartir aventuras harmónicas con Wayne Shorter, Mercedes Sosa, George Duke o Quincy Jones. Citamos cuatro, la lista de insignes cómplices es interminable.
Tras ser galardonado con infinidad de premios, firmar unos cuarenta discos (algunos de llevarse a la famosa isla solitaria), y ser faro para varias generaciones, Bituca (apodo con el que lo llaman sus amigos y nombre de la brasileña Universidad de Música Popular) abandona la escena y lo hace con el Tour La última sesión de música, en la que repasa sus canciones más gloriosas.
Esta vez, más que nunca, íbamos a presenciar un acontecimiento histórico. Genuflexión: aparece la leyenda
Milton “Bituca” Nascimento
En ocasiones no podemos utilizar la vara de medir convencional. Entraba dentro de los cálculos previos que la emoción iba a superar el interés artístico del show y así fue en cierto modo.
Los seguidores del maestro (que abarrotaron el Apolo) le acogieron cual deidad al verle sentado en una cómoda butaca con un pequeño acordeón entre las manos. Los que tuvimos la suerte de estar en la zona VIP (una estrategia que complicó aún más el, ya de por sí dificultoso, desplazamiento por la sala) oteamos como Nascimiento avanzó en la oscuridad (por aquello de encubrir su evidente deterioro físico) hasta aparecer milagrosamente en el citado sillón; en la conclusión el eclipse se repitió.
Su voz no es lo que era, aunque todavía lució tímido falsete en Lília y arrancó una gran ovación al atacar, con garra, la grandiosa Caçador de mim (maravillosa coda), sin embargo, todo está perdonado. La motivación de esta gira es despedirse personalmente de sus admiradores, el nivel artístico es lo de menos, pero no por eso hay que descuidarlo, lo mostraron de sobras. Milton y su crew no han salido a pasearse. El espectáculo fue enormemente digno gracias a la excelencia de una banda liderada por el guitarrista Wilson Lopes y el apoyo, en guitarra acústica, flauta y voces, de Zé Ibarra, un prometedor valor de 22 años que ejerció también de telonero. Su aportación vocal, especialmente en Travessia, tuvo una importancia vital, sin él nada hubiera sido lo mismo.
Historia de una vida
Los efluvios africanos de Tambores de minas, constituyeron el preludio de un repertorio sin mácula por donde desfiló lo más granado de su ramillete de perlas preciosas, hasta un total de veinticinco si no nos fallan las cuentas (medleys incluidos).
No les aburriremos con un listado interminable, pero sí queremos hacer un pequeño resumen para que ustedes puedan rememorarlas en sus aposentos. El seminal Travessia (1967) ocupó parte del primer tramo. En él aparecieron Canção do sal, Morro velho y Outubro, tripleta imposible de batir por nadie que no fuera él mismo. Lo hizo con Tudo que você podía ser, las coreadas Nada será como antes (intro pianística del bolero Vete de mí), Fé cega, faca amolada y Volver a los 17, canción incluida en Geraes (1976) compartida junto a Mercedes Sosa, el sensible Ibarra la sustituyó con fenomenal temple.
Conjuntó Calix bento, Peixinos do mar y Cuitelinho, desató la locura con Canção da América, Nos bailes da vida y Fazenda, para rematar el hechizo con O cio da terra, Maria Maria, Encontros e despedidas y la citada Travessia. Punto final. Música de otra dimensión, solemne, de aquella que ya no se esculpe porqué la sinrazón ha roto el alma. Hablamos de ese espíritu inmaculado que siempre ha llenado el corazón de Milton Nascimiento, personalidad irrepetible.
La emoción envolvió la noche: recogimiento, baile, lágrimas (y no pocas), alabanzas enloquecidas, gritos de ¡Bituca, Bituca, Bituca! e incluso desafíos políticos. Al lanzar un emotivo ¡Viva Brasil!, la respuesta de los allí presentes erizó la piel: “FORA BOLSONARO”. Era el grito de los que se sienten humillados por la farsa de un burdo dictador que está matando (como todos los que utilizan la tiranía para gobernar) un país inabarcable que no merece tal suplicio.
Milton Nascimento se retira y nosotros lloramos. El corazón hecho pedazos. Noche imborrable.
Vou seguindo pela vida me esquecendo de você. Eu não quero mais a norte tenho muito que viver. Vou quere amar de novo e se não der não vou sofrer. Já não sonho, hoje faço com meu braço o meu viver
Travessia, Milton Nascimento
Autores de este artículo
Barracuda
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.