“Dos artistas jamás deberían mezclarse por interés, es la antítesis del arte”. Esta frase tan contundente y veraz, al mismo tiempo, no podía haber salido de otra boca que no fuera la de Mayte Martín, artista íntegra y cabal como nadie. Su aseveración nos sirve para presentar a los dos protagonistas de una nueva noche para enmarcar del festival Grec 2022: Salvador Sobral y Marco Mezquida.
A estas dos figuras incontestables, jamás se les hubiera pasado por la cabeza unirse por puro mercantilismo. El cantante portugués y el pianista menorquín respetan, enormemente, su profesión y el oficio de comunicar a través de músicas sensibles. Lo suyo es un doble salto mortal sin red del que se salvan gracias a su enorme talento.
Sobral quien se hizo famoso al ganar, merecidamente, el Festival de Eurovisión de 2017 con la canción Amar pelos dois (simple anécdota) tiene una profunda relación con el jazz. Chet Baker es uno de sus referentes, ha colaborado con Júlio Resende (pionero del fado-jazz) y en 2010 se instaló en Barcelona para estudiar en el Taller de Músics. Por su parte, Mezquida (en su primer Grec) posee sobrada experiencia gracias a las colaboraciones con Silvia Pérez Cruz.
Así pues, el encuentro no debería sorprender a nadie, no tan solo por afinidades sonoras (jazz, bossa, latin, pop) sino también por el buen oído, gusto y el amor por lo natural, alejadísimo de marrullerías prefabricadas. Velada indispensable para gourmets alérgicos a baladros.
Travesuras elevadas
Salvador Sobral cortó, bruscamente, La souflesse (Paris, Lisboa, 2019) para presentar el proyecto y recordarnos que, a la misma hora, Diana Krall y Rosalía, estaban actuando en la ciudad. Después de agradecer la asistencia a su espectáculo, la retomó a modo de crooner juguetón e iconoclasta.
Estas dos virtudes, desarrolladas durante toda la velada, ya las expuso en las inaugurales In the wee small hours of the morning y Au creux de mon epaute (Charles Aznavour), mostrando su perfecto dominio del inglés y el francés, el control del “fiato”, la fluidez de su nítida línea vocal o la facilidad con la que flota mientras interpreta, cual nube en el limbo. Su dominio de la escena y de diversos estilos fue tan sorprendente que podríamos recrearnos durante horas. Antes de continuar, dejémosle espacio a Marco Mezquida.
Del exquisito pianista menorquín se ha dicho casi todo, pero cada vez que tenemos la suerte de escucharle, descubrimos detalles incomparables. Gigantesco en su acompañamiento minimalista del bolero Bravo (lectura referencial de la versión de Olga Guillot), metódico rememorando a Bach, sin cortarse, esplendoroso en el solo de Encontros e despedidas (Milton Nascimiento) o imaginativo acariciando las cuerdas del piano mientras Sobral instalaba su cabeza, debajo de la tapa, como queriendo decir: ¡qué bueno eres!. Marco Mezquida, complacido, cosió, con mimo, Ella disse-me assim, una de las perlas más preciadas del bendito portugués.
Mezquida se desplazó a Lisboa y nos consta que no habían elaborado demasiados ensayos, el resultado manifestaba lo contrario. Pareció que hubieran estado toda una vida juntos, dada la complicidad manifestada, hazaña sólo al alcance de los superdotados, confabulación que ya venía de las “jam sessions” compartidas en la calle Robadors de Barcelona hace unos cuantos años. Ese amor por el jazz (Sobral imitando los sonidos de una trompeta con la boca) quedó, nuevamente, exteriorizado en los standards You’d be so nice to come home to y Wonder who’s kissing her now. Dos piezas mayúsculas, reinventadas como todo el material preparado. Lo de quedarse inmóviles no entra en ninguno de sus pensamientos.
Entre la sobriedad y la locura
Marco (permítanme la familiaridad) es un artista meticuloso, serio, poco dado a las frivolidades, al menos en apariencia. Si no tuviera un punto de chifladura, jamás hubiera se hubiera fusionado con un compadre que se permite osadías como refrescar, sin manías, el Canta coracão de Geraldo Acevedo, improvisar ritmos africanos en As asas (Chico César) o vestirse de contratenor alemán para iniciar la magnánima Amar pelos dois.
Tampoco le hubiera dejado escribir la letra de la inédita El nostre amor vindrà al estilo naif veraniego, ni permitirle pasearse por las gradas cantando ‘a capella’ el Bridge over troubled water de Simon & Garfunkel. Ese magistral equilibrio entre la sobriedad y la locura fue la base para conseguir que el juego propuesto se convirtiera en una función superlativa.
Antes del exigido bis (Sobral estuvo vibrando cada instante y no quería que aquello terminara) empalmaron Tristeza dos dois, obra del insigne pianista portugués Bernardo Sassetti, con letra de Luisa Sobral, y la célebre Capim (Djavan) a las que dieron una dimensión desconocida y excitante, no podía ser de otro modo.
Por si faltaban sorpresas, para el largo bis, prepararon una pequeña ‘suite’ con temas del Abbey road de The Beatles: You never give me your money, Carry that weight, de nuevo You never… concluyéndola con Golden slumbers. Nada sencillo, todo calculado inteligentemente, incluida la coda, reprise de In the wee small hours of the morning, cerradura que redondeó el círculo perfecto. Genial.
Marco Mezquida y Salvador Sobral (tanto monta, monta tanto) convirtieron un esparcimiento en obra de arte, trocaron lo difícil en sencillo, firmando, en comandita, el mejor concierto de lo que llevamos de año, al menos el más verdadero, situado a cientos de quilómetros del ruido mediático.
Lo único que nos preocupa es saber cuándo repetirán. Por lo escuchado en los jardines del Teatre Grec, mientras firmaban, con amabilidad, sus discos, puede que sea pronto. La felicidad, por lo obtenido, se reflejaba en sus radiantes rostros. Arte mayor.
Autores de este artículo
Barracuda
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.