Hace treinta y siete años el célebre periodista Hunter S. Thompson, padre del periodismo gonzo, ponía rumbo a Hawaii. Acompañado por el autor y artista Ralph Steadman, las aventuras surrealistas e inquietantes que ambos vivieron en aquella isla quedaron recogidas en las páginas de un libro que se publicaría tres años más tarde, en 1983, The curse of Lono, es decir, La maldición de Lono. Lono, el dios hawaiano de la fertilidad y la música.
La banda británica de country-rock Curse of Lono se apropia del nombre del libro de Thompson; es más, usa como herramienta el periodismo gonzo, en el que el periodista se convierte en parte del relato. Su primer álbum, Severed (Submarine Cat Records, 2017), contiene sus historias y ellos nos las cuentan en la sala BeGood de Barcelona, un local que resulta muy apropiado al crear un espacio íntimo con el público, tanto que para llegar a su camerino deben pasar entre la gente, por ejemplo. Just my head es el primer tema, la historia del cantante del grupo Felix Bechtolsheimer. Un relato duro, pero que suena realmente genial.
Lo que más impresiona de Curse of Lono es la calidad de su sonido. Entre sus melodías atisbo reminiscencias de almas atormentadas como la del gran Johnny Cash. Y es imposible que no recuerden a The National cuando tocan su I need my girl, aunque en sus voces suena diferente, aún más melancólica. Su sonido mezcla, como dicen ellos, el country-rock con música cinematográfica y americana algo gótica. Cierran el concierto con Pick up the pieces. El público no se mueve pero, cuando acaban de tocar, aplaude con mucha fuerza.
Chuck, todo un showman
No es casualidad que el cantante norteamericano de country-rock Chuck Prophet escogiese al grupo Curse of Lono como teloneros. Al fin y al cabo, él es uno de los grandes ‘contadores de historias’, ya sean suyas, de otros o inventadas. Sólo hace falta que nos fijemos en la canción con la que abre el concierto y que pone nombre a su último disco: Bobby Fuller died for your sins (Yep Roc Records, 2017). Bobby Fuller, cantante y guitarrista de rock estadounidense, murió en su coche en extrañas circunstancias: ¿suicidio o asesinato? Según Prophet, murió por nuestros pecados.
Chuck es un visionario. Su música resuelve incógnitas trascendentales como: ¿qué pasaría si fuésemos Connie Britton, la actriz y cantante estadounidense?; o: ¿quién puso el ‘bomp’ en el “bomp-shooby-dooby-bomp”?; ¿y el ‘ram’ en el “rama-lama-ding-dong”? Y, que no nos engañen, Jesucristo era muy cool: nunca bebió solo, publicó una novela superventas y desapareció. Todas las historias de Prophet son divertidas. Incluso cuando, en su canción-tributo Bad year fort rock and roll, que habla de las muertes de músicos en 2016 –David Bowie, Prince y George Michael, entre otros-, lo hace con humor.
La presencia de Prophet en el escenario es increíble. Transmite energía. Mueve todo su cuerpo, se agacha, grita, salta, se dirige y provoca al público… Es todo un showman. Y con su banda, The Mission Express (cuyo nombre, por cierto, hace referencia a una línea de autobús que atraviesa el vecindario de Prophet), la diversión está asegurada. Cuando toca la canción You did nos advierte, por medio de un intérprete escogido entre el público, que nos puede provocar un infarto y cada vez que pregunta quién puso el ‘bomp’, Stephanie Finch (cantante, pianista, guitarrista de la banda y pareja del artista) contesta “you did”. Siempre están bromeando. Con In the mausoleum el guitarrista James Deprato simula que se va a desmayar.
La conexión que tienen Prophet y Finch es magnética. Juntos hacen melodías perfectas. Se lanzan sonrisas y miradas típicas de ‘enamorados’, sin disimular. La verdad es que entre el público hay bastantes parejas comiéndose la boca -no sé si tendrá algo que ver-. Aunque también hay músicos solitarios. A mi izquierda, un grupito no deja de comentar las posturas de la guitarra (muchas veces, Prophet la pone en vertical) y aclaman cada solo comentando por lo bajinis cuestiones técnicas referentes a la posición de los dedos. Su emoción supera el éxtasis cuando parece que el cantante va a lanzar la guitarra al público.
No hay espectáculo de luces ni un gran background. Una mujer me comentaba al salir de la sala que, en este sentido, le había resultado un concierto aburrido. A otros, como a mis vecinos de al lado, les había apasionado. Por mi parte, pienso que Prophet y compañía no necesitan fuegos artificiales. Lo que hace especial el concierto es la actitud que mantienen durante toda la actuación, siempre dispuestos a divertirse y disfrutar, y, por supuesto, su buena música. Al llegar a casa puse en mi lista de reproducción el tema con el que cerraron el concierto, el clásico Shake some action de la banda de rock Flamin’ Groovies. Pero si algo saco en claro de este concierto es que me gustaría tomarme unas birras con Jesús. Lo que no sé es quién invitaría a quién.
Autores de este artículo
Celia Sales Valdés
Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.