Pimpinela es más un fenómeno sociológico que musical. Nunca sabremos si fue antes el huevo o la gallina, pero no recuerdo un dúo que se hiciera de oro peleándose encima de un escenario. “Cuando empezamos nadie creía que éramos hermanos”, afirma, en una entrevista, Joaquín Galán, compositor de todos los temas de la pareja. Tiene toda la razón, sus enfrentamientos parecían de un matrimonio real y esa simbiosis imaginaria, fue la que conquistó el corazón de un sinnúmero de personas en todo el mundo. Pasado el tiempo nos dimos cuenta que, en el fondo, era imposible un amor que no fuera fraternal, se hubieran matado en cualquiera de sus actuaciones. ¿Buenos actores? Posiblemente.
Lo que está fuera de toda discusión, es que con sus películas de desdén y otras relacionadas con la familia y su indisolubilidad, han vendido más de 30 millones de discos y, pasados cuatro décadas, siguen emocionando a los que vivieron la época de mayor esplendor y a generaciones posteriores. Los datos y el público reunido en el Teatre Coliseum no engañan. El gusto es una cosa bien distinta.
Con las entradas agotadas para el primer concierto anunciado, no había más remedio que programar otro. Sólo vi dos sillas vacías. Exitazo.
Dos trazas. Misma devoción.
Un par de sillones, separados por un jarrón de flores y situados a primera línea del escenario (poco utilizados), dieron la bienvenida a los enfervorizados seguidores que no dejaron de aplaudir, canturrerar y bailar (cuando el ritmo se aceleraba) cada una de las canciones interpretadas por sus ídolos, llegando, en ocasiones, al paroxismo.
Es evidente que, los Galán, dónde más ovaciones generan es en el terreno de las disputas. Cuando Lucía preguntó, en el bis, si querían pelea o no, la respuesta fue contundente: pelea. Cantaron Me engañaste (una estúpida más) y el teatro se vino abajo con el grito final que Joaquín encajó como pudo. Sin embargo, cuando evocan a sus padres (Siempre vivirás dentro de mí o El amor no se puede olvidar), a la cuna que les une (La familia) o a temas más livianos, acompañados de ritmos andinos (Corazón gitano, Buena onda, Cuánto te quiero) los incondicionales siguen gozando del mismo modo.
En un espectáculo de dos horas de duración y dónde tenían que aparecer todos los grandes hits, era lógico que alguna pieza se acortara e incluso, aparecieran dípticos o trípticos que incluyeron las estrofas más conocidas. Fue el caso de Esto no es amor/Yo qué soy (inicio del show), Nunca más/ Fuera de mi vida o Ahora decide/Valiente, dupla que cerraron con A esa (revolcón total).
La reina de la fiesta
El mayor de los Galán (68) es el artífice de todas las piezas, elemento fundamental del triunfo conseguido a lo largo de su trayectoria. También resulta un buen sparring encajando los ataques de su pareja despechada y explicando memorias entre canción y canción, pero no nos engañemos: es un cantante mediocre y con el paso del tiempo ha empeorado, las desafinaciones fueron constantes. De todos maneras, ese es su rol, quizá si fuera Dyango (precioso el homenaje con el video de su colaboración en Por ese hombre) se acercaría al nivel de Lucía y todo sería menos impactante.
Ella, a sus 62 años, mantiene el poderío vocal intacto y la fiereza que siempre la ha caracterizado. Delicada en Me falta una flor y tremenda en Olvídame y pega la vuelta, en la que otro de sus rugidos, casi echa de escena al pobre marido o amante ficticio. La mujer traicionada siempre gana la contienda y al adúltero tan solo le queda poner cara de póker. Quizá, a veces, grita demasiado, pero su seguridad en esas notas es contundente y esa elegancia con la que se mueve, borran ese defecto. Prestaciones muy destacables.
Aunque todos los temas fueron reverenciados por una parroquia rendida a los pies de los argentinos (una seguidora vino ex profeso desde Argentina para verlos y les entrego una pancarta con confetis incluidos) podríamos destacar los vítores a Cómo le digo, Mentía, Ese estúpido que llama o el alborotado cierre con Cuánto te quiero. La demostración de que siguen intentando emular tiempos pasados la encontramos en esa lograda ficción de 2022, dividida en dos partes, titulada Cuando lo veo/Lloró, videos excelentemente realizados en los que Lucía quiso demostrar su faceta de actriz. Al igual que en el de Traición, con gran sorpresa conclusiva.
La utilización del video mientras se canta en directo causa impacto, pero hace que prestes más atención a ellos que a los propios protagonistas. Decisión técnica que abunda en este tipo de espectáculos y que, según mi opinión no es necesaria. Como tampoco lo fueron los saludos grabados de Gloria y Emilio Estefan, José Mercé, Santago Segura, Julio Iglesias, Maluma y el inefable José Mota quien se atrevió a perpetrar una de sus horrendas imitaciones.
Insistiendo en la temática del suplicio, tampoco hacían falta la aparición de cuatro esforzados bailarines (coreografiados de modo excesivamente elemental), una enorme mesa, con comida y bebida de atrezzo, para festejar las virtudes de la familia unida, El año que se detuvo el tiempo, meliflua creación de 2020 para recordar la funesta pandemia ni Sólo hay un ganador (risible versión del The winner takes it all de los Abba). Tampoco nos olvidamos del extracto con que se despidieron: la infumable En lo bueno y en lo malo (Hermanos). Cuando se desea contentar a toda clase de público se cometen errores, perdonables, pero errores al fin y al cabo.
Les acompañaron, en el apoyo musical, cinco músicos bien ensamblados y dos coristas. Como pueden suponer los arreglos fueron muy convencionales aunque efectivos, en ese sentido nada que reprochar.
En definitiva: Espectáculo calculado para no defraudar a nadie, resuelto con profesionalidad y si ningún altibajo reseñable.
A Pimpinela debemos verlos y escucharlos sin ningún tipo de prejuicio, pensando que la gran mayoría que los adoran te van a dejar sin argumentos posibles. Respetar y ser respetado. Cualquier opinión que se aparte de estos valores no merece ni comentarios. ¿Cursis? Sí, pero con dignidad
Autores de este artículo
Barracuda
Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.