Acabada la agotadora gira de promoción de Manga (Columbia, 2019), Mayra Andrade necesitaba tomarse un “break” y afrontar el inminente futuro con más tranquilidad. Dicho y hecho.
La fina cantante (nacida en Cuba, aunque de orígenes caboverdianos), se presentó en el Paral·lel 62 acompañada del notorio guitarrista Djodje Almeida y arropada por una escenografía tan elegante como insólita. Pareció que hubiera trasladado el salón de su casa en pos de transmitir la intimidad requerida. Plantas circundantes, una lámpara antigua y un cómodo sillón, del que tan solo se levantó una vez para amenizar con una tímida danza uno de los temas bailables (hubieron pocos), fueron los elementos utilizados para acreditar ese momento de sosiego del que hablábamos al principio y que tanto anhelaba. Ese precioso entorno, iluminado con exquisito gusto, podría haber chocado con la amplitud del teatro, sin embargo, Andrade y Almeida se las ingeniaron para que el contacto, con el entregado público, fuera lo más cercano posible. Lo consiguieron a base de empatía, calidad y la inusitada belleza de su propuesta musical. Al terminar la audición, pudimos escuchar comentarios tipo: “casi me ha gustado más que con banda”. No le llevaremos la contraria a esta espectadora, ya que lo visto y escuchado rozó la perfección.
Muchos, “supuestos creadores”, se empeñan en construir aparatosos montajes para complacer a una audiencia que requiere espectacularidad. Todas las opciones son válidas, pero cuando alguien quiere demostrar su verdadera valía, lo mejor es hacerlo desguarnecido, incluso enseñando carencias; la verdad no contiene disfraces. Una guitarra (tocada a nivel superior), un poco de percusión autóctona y la inconmensurable voz de Andrade, nos elevaron al edén.
Si el tono emocional de la noche fue muy alto de por sí, lo enfatizó todavía más una dolorosa noticia que nos había llegado por la mañana: el fallecimiento, a los 45 de años, de Sara Tavares. La intérprete lisboeta, aunque también de origen caboverdiano, guardaba muy buena relación con nuestra protagonista, y Andrade le dedicó el show sollozando de amargura. Quizá por ello, antes de cantar Tenpu ki bai, nos habló del paso del tiempo que vuela a una velocidad peligrosa; debemos aprovecharlo cuanto más podamos. “Antes de irme de este mundo quiero dejar lo mejor de mi canto”, espetó. Ya lo ha hecho.
Descalza y hablando, entre tema y tema, con voz tenue, como si mantuviera una conversación privada con los presentes, desgranó una veintena de canciones, varias de su último trabajo (que ya son tarareadas) y, prácticamente, todos sus grandes hits elaborados en una carrera que ya alcanza las dos décadas de duración.
El repertorio estaba preparado de antemano, no obstante, y gracias a la complicidad con Almeida, dio la impresión que fueron cambiando el orden preestablecido según les apetecía o mandaban las circunstancias. Les quedó de perlas.
Tuvieron que pasar cinco temas para escuchar alguno del citado Manga. En este pequeño “set” aparecieron Plena, Manga, Kodé, Pull up (coreada), Vapor di Imigrason, Segredu y Afeto, esta última cantada junto a la portuguesa Maro que actúa el miércoles 23 dentro de la programación del 55 Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. Una inesperada sorpresa que nos complació a todos. Dos cantantes que no gritan. ¡Aleluya!
Tampoco faltaron a la cita, Konsiénsia, Stória, stória…, Odjus fitchádu, Mon carroussel (en francés, no hablaremos de las malditas colonizaciones), Téra Lonji, etc…, no les aburriremos con todo el listado.
En definitiva: Mayra Andrade y Djodje Almeida nos regalaron un espectáculo hermosísimo, sensitivo y mágico. No tanto como los que ofrece el Mago Pop día a día, a pocos metros de distancia, pero casi. Ellos en lugar de sacar conejos de chisteras, tocan música cicatrizante. No se lo cambio.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.