Voy a romper uno de mis principios, pero la ocasión lo merece. No puedo substraer el concierto de ayer al papel que Camel ha tenido en mi educación musical adolescente. Se me hace difícil objetivar el análisis sin explicar brevemente lo que representó el grupo en mi juventud. Hasta cierto punto, creo que esta pequeña digresión es justificable porque gran parte del público de ayer eran también seguidores de largo recorrido y, seguramente, en más de uno, Camel habrá tenido un papel similar.
La música llegó a mí a principios de los 80, en cintas de cassette. Tras el Eye in the sky de The Alan Parsons Project, aparecieron Pink Floyd y Camel. Luego llegarían King Crimson, Talk Talk y, a partir de ahí, la posibilidad de investigar cualquier estilo, la búsqueda de la originalidad, de la creación sin ataduras. Explorar. Más allá. Siempre más allá. Camel, pues, quedó como un eslabón superado, pero no exento de valor, en el proceso de conocimiento y de apertura de miras de un adolescente de extrarradio apasionado por la música.
Ya en 1997, cuando hacía tiempo que habían dejado de ser centrales en mis preferencias, me reencontré con ellos. Si aquello fue una mirada al pasado, nos podemos imaginar lo que representa este concierto, 21 años después.
Al concierto de 1997 me acompañó mi hermano. No hace mucho decidió abandonar este mundo. El paso del tiempo, el peso de la desaparición, la evidencia de nuestra levedad son componentes que están muy presente cuando asistes al concierto de un grupo que pisa las tablas desde hace casi medio siglo, y al que conoces desde hace décadas. Te sitúa ante el espejo de tu propia levedad.
Por el camino, Camel también ha experimentado el dolor de la pérdida. Su colíder, el teclista Pete Bardens, los abandonó en 1978 y falleció a principios de los años 2000, por lo que hace tiempo que la reunión de sus dos fuerzas motrices es imposible. El resto de integrantes de la formación original, el bajista Doug Ferguson y el batería Andy Ward, también dejaron el barco hace décadas.
Nos encontramos pues con una entidad que ya no es un grupo sino el acompañamiento del guitarrista, cantante y flautista Andy Latimer, el otrora colíder de la banda original y el único que permanece desde su creación. Camel es un vehículo para el recuerdo del pasado más exitoso de la banda y para la reinterpretación de los últimos discos, creados por Latimer, y que son bastante menos interesantes que los que la banda original editó en la década de los 70.
¿Qué sentido tiene escuchar la interpretación integral en directo de Moonmadness, un disco de 1976 y el último de la formación clásica de Camel, más de 40 años después? Se podría decir que, a riesgo de convertirnos en estatuas de sal, la música que entonces se grabó atesora valor todavía, y la interpretación no le va a la zaga.
Latimer, de 69 años y con una mala salud de hierro que estuvo a punto de hacerle sucumbir ya hace unas décadas, se sigue enfrentando a los trastes de su Burny Super Grade con la misma emoción del adolescente que practica sus primeros acordes.
Situados en el entorno del rock progresivo, lo que hizo a Camel diferentes fue la búsqueda de la emoción, más que el deslumbramiento por la técnica. Esa capacidad de transmitir sigue siendo, casi medio siglo después, uno de sus principales activos. Pocos guitarristas hacen llorar a la guitarra con la fuerza de Latimer. La recuperación de la bellísima suite Ice -escondida en el álbum de transición I can see your house from here, de 1979, cuando el mundo ya los había dejado atrás-, ofreció 10 minutos de lirismo instrumental arrebatador, de una tristeza extrema, de una guitarra eléctrica que gritaba su soledad en un mundo inhóspito. No hay aquí prodigios de digitación, sino emoción en estado puro. Tras la finalización del tema, los espectadores que llenaban la Barts no pudieron hacer otra cosa que levantarse para aplaudir, arrebatados, con los ojos brillantes. Fue, sin duda, el momento culminante de la noche.
En la versión actual de Camel acompañan al líder su fiel escudero Colin Bass, a las voces y al bajo, integrante desde 1977; Denis Clement, a la batería desde el año 2000, y la incorporación más reciente es el teclista, vocalista y multiinstrumentista Pete Jones, que nos sorprendió por la belleza de su voz y los desatados solos de saxo que ofreció en Lunar sea y en Lady fantasy.
Grandes músicos, sin duda, pero, en la interpretación de los temas antiguos eché a faltar el pulso saltarín, leve y jazzístico de Andy Ward, el batería original, otra de las características más reconocibles de los Camel de los 70. Clement, un batería más roquero y contundente, restó sutileza al conjunto. A pesar de esos pequeños peros, el resultado final fue más que satisfactorio.
Acabó la actuación cerca de la medianoche. Andy Latimer se despedía del público con los ojos a punto de desbordarse. Y apareció otra vez el espejo. Porque muchos de los que estábamos allí también les despedíamos con los ojos brillantes. Llenos de emoción.
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