Dice mucho, muchísimo, de las ganas que teníamos algunos de volver a experimentar música en directo que esta atípica edición del AMFest se llenara por completo en pleno diciembre, a la merced del viento y el frío en lo alto del Castillo de Montjuïc, durante sus tres jornadas. Un testamento no solo al ansia general de conciertos sino también al público fiel de un festival querido y único, que ha conseguido celebrarse otro año más tras dos duros mazazos. Primero lo fue, la anulación de sus fechas primigenias planeadas para principios de noviembre (cortesía de PROCICAT) y segundo, la inesperada baja de su cabeza de cartel Viva Belgrado por problemas de salud del cantante, apenas unos días antes de su celebración. Solo que pudiéramos estar ahí los fans de este festival juntos (pero con la distancia adecuada, por supuesto) ya es un pequeño milagro en sí, algo nada desdeñable en estos días.
Viernes
Reducido en tamaño y con la labor de suceder a su memorable pasada edición, el AMFest 2020 ha tenido la difícil labor de mantener su característica amplitud de miras recurriendo tan solo a nueve bandas y artistas de ámbito nacional, sin perder en calidad y talento. Los encargados de inaugurar la jornada del viernes fueron el trío experimental iou3R. Dispuestos en un semicírculo formado por un sinfín de teclados, cables, platos, cajas, guitarras y hasta un theremin, ejecutaron una pieza continua de media hora en la que confluían drone, post-rock, ambient, noise y doom funerario.
La entrada de la donostiarra Sara Zozaya en el escenario supuso un cambio de tercio, con su acercamiento a un post-rock menos abstracto y más aferrado a estructuras convencionales, dado a luminosas explosiones de shoegaze, supuso la cara más amable de la noche. El plato principal de la velada quedó reservado a Böira, que tuvo la difícil papeleta de reemplazar a Viva Belgrado, una de las principales atracciones del cartel original. El conjunto barcelonés jugó sobre seguro, defendiendo su post-metal melódico e instrumental, dieron gracias al público por estar ahí pese al frío y aprovecharon para anunciar un inminente nuevo disco previsto para 2021.
Sábado
Al día siguiente, vestido con un par de capas más de ropa e intentando aún hacerme de ver este tipo de conciertos anclado a una silla y desde la distancia, reemprendo la ruta a Montjuïc. La tanda de conciertos comienza de manera parecida con la actuación de Linalab, artista dedicada a la experimentación sonora, en la que capas y capas de sintetizadores, voces y drones de guitarra se fusionan en una sola. La actuación de Jardín de la Croix, referentes del rock instrumental patrio, fue un chute de energía necesario a medida que bajaban las temperaturas. Su música es un torrente imparable de math rock complejo con tintes progresivos y metálicos, un crescendo continuo e inagotable que si bien sonaba algo confuso al principio del concierto, fue mejorando a medida que avanzaba.
Otro grupo de intensidad arrasadora, Obsidian Kingdom, cerró la noche del sábado presentando su muy reciente Meat Machine; en directo fueron una picadora de carne, mezcla de prog virtuoso, electrónica, metal alternativo y death growls en una masa homogénea y demoledora.
Domingo
En la jornada de despedida del AMFest 2020, el pistoletazo de salida le tocó esta vez a Murina, dúo noise rock formado por Martina de Lugnani y Laura Vainiola que adopta la configuración bajo-batería para un ataque sónico sin refinar, casi cacofónico, rico en graves y de clara reminiscencia noventera. Manteniendo el nivel de decibelios llegó después Gyoza, heavy rock en estado puro. A base de grito y guitarrazo limpio, interpretaron las canciones de su nuevo Early Bird y cerraron con una demencial cover de Ruptura de Triángulo de Amor Bizarro rematada con una frenética coda final guiño a Queens of The Stone Age, claros referentes de la banda. El broche final lo puso Ànteros en lo que tal vez fue el concierto del festival, despidiendo al público con su screamo furioso y sentido, lleno de agresivas subidas y melancólicas bajadas, guitarras de tono limpio seguidas de ruidosas descargas de energía.
Al final, con el festival ya cerrado, la sensación general que estos tres días habían dejado era de nostalgia por este tipo de eventos, por reunirse con otra gente en frente de un escenario, incluso por las cosas molestas como el buscarse la vida después de los conciertos para volver a casa. También de agradecimiento por parte de los espectadores y cada uno de los artistas, contentos de volver a tocar tras varios meses en silencio, pero inevitablemente de una cierta amargura de saber que aún va a pasar mucho tiempo hasta poder disfrutar de actuaciones así como lo hacíamos antes y de que, si las cosas siguen como ahora, sin ayudas y dejadas a su suerte, tal vez ya no haya salas donde poder celebrar los conciertos del futuro. Una vez más y para quien no le haya quedado claro, la cultura es un bien esencial que hay que proteger y, por supuesto, también es segura.
Autores de este artículo

Miguel Lomana

Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.