El nombre artístico de Josh Edwards (Londres, 1991) sintetiza la esencia de su búsqueda artística. Lo componen dos palabras que no son sino la misma: Blanco White es un seudónimo que entrelaza las dos herencias que construyen su genealogía biográfica y también musical. En On The Other Side, su primer álbum de estudio, este artista originario de las islas británicas recoge el mapa de los sonidos de su lugar de origen, pero también de aquellos otros en los que ha vivido, desde Latinoamérica a Cádiz, donde compuso la mayor parte de las canciones de este disco. Hablamos con Josh Edwards; hablamos con Blanco White.
Por empezar dando contexto, Josh: ¿cuál es la ascendencia que te trae a On The Other Side? ¿cómo has ido conformando esta identidad?
En primer lugar, siempre he tenido interés en lo folclórico. En un contexto anglosajón, durante mi niñez y adolescencia admiré a artistas como Leonard Cohen o Bob Dylan –que, para mí, son tanto poetas como músicos–. Al irme a España, el flamenco transformó mis ideas en cuanto a la música; más tarde, en Bolivia, descubrí el charango. Pienso que, musicalmente, ese instrumento ha cambiado mi vida. Su sonido construye con gran precisión ese universo al que yo aspiro, es muy particular y tiene ese deje triste que encuentro totalmente único.
Trabajo mucho sobre la memoria, reconstruyendo imágenes del pasado.
¿Podríamos decir que su sonido define la atmósfera que buscas generar?
Sí. A menudo me encuentro buscando otros sonidos, probando con otros instrumentos, y siempre trato de hacer que éstos encajen con el charango. Por ejemplo, pienso que las baterías normales no mezclan bien con él, y es por eso que apenas las empleo. También por eso trabajo más alrededor de ciertos tipos de guitarras, de sintetizadores, teclados…
Creo que aquí podemos tirar un paralelismo entre lo musical y lo discursivo: es cierto que las herencias cruzadas hacen que tu álbum fluctúe mucho a nivel sonoro y sea un artefacto muy ecléctico, pero también creo que existe un núcleo discursivo muy fijado, una mirada sobre el pasado envuelta en niebla, una suerte de nostalgia en el centro de todo.
Cuando juego con los sonidos busco algo parecido a lo que dices… algo así como una sensación de misterio. Es verdad que trabajo mucho sobre la memoria, reconstruyendo imágenes del pasado. Cuando escribo trato de explorar ese tipo de cuestiones e ideas, quizá más vinculadas con un universo onírico, más borroso, más surreal.
Cuando me trasladé a Cádiz, al aprender español, fue cuando se activó mi interés por los idiomas y el lenguaje en general.
Me gustaría que me contases también cómo has trabajado el disco a nivel de producción, cuál ha sido el proceso musical que te ha traído hasta este sonido específico.
Es posible que la producción sea la parte más importante para mí dentro de todo el proceso de creación, aquello que más me interesa. Me gusta que sea algo en permanente desarrollo: nunca dejo de buscar, de intentar nuevas cosas, de probar nuevos instrumentos. Trabajando en este disco, por ejemplo, he incidido mucho en el uso del bajo y los sintetizadores, dos herramientas con las que antes apenas estaba familiarizado. Algo curioso sobre este tema es que compuse la mayoría de las canciones en el sur de España, pero las grabé todas en Londres. En ese sentido, es como si hubiese grabado el disco dos veces.
Mencionabas antes la influencia de músicos como Dylan o Cohen; la canción Desert days parte de un relato de Borges… podríamos decir que la literatura tiene un peso importante, al menos, en tu primer proceso de escritura, que después sufre una segunda reescritura en la producción.
Para mí, la escritura de las letras es prácticamente un proceso aparte en la creación. Primero trabajo el diseño del sonido, exploro musicalmente el ambiente que quiero tratar. La letra viene después, una vez la atmósfera ya existe. En otro orden de cosas, como bien dices, en mi escritura siempre está presente aquella literatura que, a lo largo de mi vida, ha sido importante para mí.
Creo que tu forma de escribir indaga especialmente en lo no-dicho, en la evocación de espacios que no aparecen explícitamente… un poco en ese misterio que mencionabas al hablar de la música.
Yo, como adolescente, apenas leía poesía. Fue cuando me trasladé a Cádiz, al aprender español, cuando se activó mi interés por los idiomas y el lenguaje en general. De repente, el propio inglés empezó a interesarme de una manera en que nunca lo había hecho: empecé a leer poesía y tomé conciencia de las posibilidades del lenguaje a la hora de explorar las imágenes, lo visual… en poetas como Dylan Thomas o William Butler Yeats, por ejemplo, este aspecto reluce especialmente, me conmueve de manera muy profunda. Al escribir siempre busco imágenes, trato, a través de la letra, de explorar espacios distintos y de entroncarlos con el ambiente que construyo musicalmente.
Al girar la mirada sobre el lenguaje sufrí una especie de revelación, comprendí que, de una simple combinación de palabras, eventualmente, puede emanar algo misterioso. Puedo decir que estoy enamorado del lenguaje. Y me gusta también indagar en las distintas posibilidades musicales de cada uno de los idiomas: mi tema Mano a mano, que cierra el disco y es el único escrito en español, no tendría sentido en inglés. Y eso me parece muy emocionante.
Me parece inevitable terminar preguntándote cómo estás asumiendo que el lanzamiento de tu álbum debut se esté produciendo en este contexto de encierro, sin contacto directo con el público, sin la posibilidad de dar conciertos.
Es obvio que atravesamos un momento muy extraño para todos, un momento sin precedentes. Yo terminé la grabación del disco justo el día anterior al inicio de la cuarentena. Fuimos a Abbey Road para la masterización; el día después, Abbey Road cerró. Todo ese periodo final había sido muy intenso para mí, así que la cuarentena casi ha caído en mi vida como el descanso que necesitaba. Pero ya estoy listo para entrar al mundo otra vez, quiero tocar música con mi banda, tengo muchas ganas de volver a dar conciertos. Pero hay que ser cautos y esperar. Los conciertos ya vendrán.
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