Carmen Consoli es bastante más que una cantautora prestigiosa que ha obtenido discos de platino por las millonarias ventas de sus catorce grabaciones (11 en estudio y 3 en vivo) y ha colaborado con figuras de la altura de Henri Salvador, Franco Battiato, Lucio Dalla o Goran Bregovic. La siciliana es una artista comprometida con la custodia de la cultura de su país (ahí está el rescate de figuras tan inmensas y desconocidas como Rosa Balistreri) y que debido a su activismo, en otras lides, ha sido nombrada Embajadora de Buena Voluntad de Unicef y se le concedió La Orden del Mérito de la República Italiana en 2012. Muy contenta con la primera ministra Giorgia Meloni, no debe de estar.
Centrados en lo que a la música se refiere, diremos que el último capítulo de su historia se titula Volevo Fare la Rockstar (Narciso Records, 2021) y con un espectáculo del mismo título se ha lanzado, de nuevo, a la carretera.
Una de sus paradas fue en el icónico festival de la canción de autor BarnaSants, concretamente en el Casinet d’Hostafrancs, donde agotó las localidades. Allí estuvimos para llenarnos de su exquisito arte, comprobar la validez de sus nuevas creaciones y deleitarnos, nuevamente, con un buen número de las antiguas. Así lo esperábamos.
Concierto de carácter intimista que contó con la colaboración de Adriano Murania (violín) y Massimo Roccaforte (mandolina y guitarras). No nos consta que comieran marisco la noche anterior del acto ni que el Ayuntamiento de Barcelona tuviera que cerrar alguna calle por su seguridad.
La diferencia
Bastante lejos de la aparatosidad de un concierto de rock mainstream (cruda realidad) una sensible artista subía, horas más tarde y un día antes de otro diluvio de falsa honestidad, al humilde escenario del barrio de Hostafrancs.
No vamos a emprender aquí la absurda discusión sobre lo que es más auténtico (partida perdida), pero sí vamos a lanzar nuestro enésimo aliento a lo que, según nuestro parecer, son causas arrinconadas. Alguno pensará que el discurso es cansino y no le quitaremos razones, aunque en este concreto fin de semana el cruce de festejos musicales era tan disparejo, que vale la pena insistir. Fin de la cuestión.
El Casinet lo llenaron los italianos residentes en Barcelona, no nos engañemos. Ellos fueron el alma que amparó a la protagonista de la velada para llegar a una nube que su voz, en ocasiones, no pudo tocar. Cantar a pecho descubierto, con perfección, no es nada sencillo (más bien una quimera), por tanto, lo que hizo Carmen Consoli merece un sinfín de elogios.
Arrancó sola, agarrada a su guitarra, cantando Parole di burro (Narciso) el primer dardo hacia una diana que se le hizo pequeña. Consoli seleccionó veinte temas de los cuales no sobró ni uno. Fiore d’arancio, Una domenica al mare (ya con sus compañeros escoltándola), Qualcosa di me che non ti aspetti, Mago magone (con el violinista apretando el violín a lo John Cale) y L’ultimo bacio (“en Sicilia se cierra una puerta y se abre un portal enorme”, comentó la cantante para definir el carácter de su pueblo) fue el quinteto de apertura y que ayudó a la artista a mejorar esos ligeros fallos vocales ya comentados.
Si uno lee tan solo el título de la mayoría de sus canciones puede llevarse la impresión de que la tristeza las invade. Cierto es que no son historias de jolgorio, pero la pasión y esa energía con que las canta, le quitan cualquier atisbo de languidez, se transforman en pura emoción muy lejana al azúcar. El llanto que pueden provocar desemboca en alegría interna. Le cose de sempre, la maravillosa Pioggia d’aprile (por fin llovió un poquito en Barcelona) o Mandaci una cartolina (os mandaré una postal, dijo su abuelo en el lecho de muerte) se alejan de cualquier ñoñería. Carmen Consoli las interpreta con ritmo, incluso en ocasiones sincopado, ofreciéndoles un distintivo inimitable.
Nunca podrá llegar a la profundidad de la grandiosa Rosa Balistreri (una de sus referencias) sin embargo, su sincero homenaje en Bottana de to mà y Canta e cunta fueron sobresalientes. También estuvo soberbia reinterpretando a Franco Battiato en Stranizza d’amuri (regalo inesperado) y en todo lo que llegó después.
Final para enmarcar
Con el público volcado del todo (lo estuvo toda la noche) aparecieron Geisha (lanzando unos gritos espeluznantes), A finestra y ya en los bises, Blunotte, Amore di plástica (caballo de batalla) y In bianco e nero.
Desde la platea, una fan desesperada chilló: ¡Venere! la bendita Carmen la complació. Una despedida esperada y coreada al unísono por todos los asistentes quienes incluso se levantaron, arropando a su adorada estrella en los postreros instantes de otro recital majestuoso.
Carmen Consoli volvió a engrandecer su figura y demostró que con la sencillez se llega a las entrañas del corazón. La grandilocuencia se torna, casi siempre, en circo de la peor clase.
P.D.: A la salida y casi sin querer, pudimos charlar un rato con ella. Con una naturalidad que sólo poseen las mejores, recordó su actuación de 2017 en Jamboree, nos habló de un antiguo novio catalán, quiso hacerse unos divertidos selfies, cantó una estrofa de Vete de mí (comparación del arte de Bola de Nieve con Balistreri) y hasta nos invitó a ir a Sicilia.
En pocas horas vuelo hacia Catania. Hasta la vista.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.