Los enamorados de Ethel Waters, Joséphine Baker o Sarah Vaughan estamos de enhorabuena. Un ángel negro llegó desde Miami hace casi veintinueve años para saciar nuestra sed. Hemos pasado demasiado tiempo sin ver aparecer un relevo con tantas facultades, sobre todo a nivel interpretativo, cantar es bastante más que lanzar notas al aire. Las comparaciones acostumbran a ser odiosas, injustas y embusteras. Hablamos de pioneras irrepetibles, épocas incomparables, escenarios distintos. Cécile McLorin Salvant, no viene a emular a nadie ni a substituirlo, nuestro ser alado aparece perpetuando un legado de valor incalculable. Ella no calca, se nutre de sus guías renovando unas estructuras poco mejorables, aunque algo alicaídas, necesitadas de empuje, ella las impregnará de lozanía para no olvidarlas jamás.
Un suave preludio pianístico del ejemplar Sullivan Fortner, anunció All through the night, standard popularizado por Ella Fitzgerald donde McLorin demostró todas sus habilidades. Facilidad de fraseo, un amplio registro, que le permite sobresalir tanto en notas altas como en las profundas y un saber estar en el escenario poco habitual a su edad. Viste de amarillo chillón conjuntado con sus inconfundibles gafas interestelares de pasta blanca, realzadas por una sonrisa contagiosa. Imagen chocante en una cantante de jazz clásico aunque, si escuchamos con atención el segundo tema de la velada, observaremos que en realidad no es así exactamente. En Fog, canción extraída del premiado For one to love (Mack Avenue, 2015), comenzamos a notar peculiaridades repetidas a lo largo del repertorio. Pieza de corte clásico (firmada por ella misma) que balancea entre lo tradicional y una agilidad vocal vertiginosa, deudora de los musicales más modernos de Stephen Sondheim. Un maridaje excepcional al gusto del gran maestro neoyorquino. Estilo (el del musical) que domina con autoridad, siendo capaz de convertirse en una Judy Garland post moderna en The trolley song (Meet me in St. Louis. Vincente Minelli, 1944) o hacerte creer, sin atrezzo, que está duchándose, al igual que lo hacía la protagonista de Summer stocks (Charles Walters, 1950), mientras entonaba la maravillosa If you feel like singing, sing.
Cécile McLorin Salvant, ha vuelto a ganar otro premio Grammy (en su caso justamente) por la nueva producción Dreams and Daggers (Mack Avenue, 2017), aunque lo utilizó con cuenta gotas. Revisó admirablemente Let’s face the music and dance (Irving Berlin) y poco más. Parece odiar la repetición, goza mezclando estilos: Góspel cruzado con el jazz del pianista Cy Coleman (I’ve got your number) o el pop del dúo Bacharach – David (Wives and lovers). El folclore tradicional estadounidense apareció en John Henry, tremebunda historia personal de aquel héroe afroamericano, fuente inspiradora para cantantes como Paul Robenson, Woody Guthrie o Johnny Cash. En ella se lució especialmente el contrabajista Paul Sikivie, viajando en clase business a Tremé, el famoso barrio de New Orleans. Kyle Poole (baterista), no perdonaría nuestro olvido, sus prestaciones fueron irreprochables.
No acaban aquí las audacias de miss McLorin: se atreve a utilizar poesías de James Joyce o Boris Vian, a desempolvar nuevamente Gracias a la vida, en un castellano perfecto (fruto de sus ascendentes franceses y haitianos) o acabar homenajeando, a capella, a Bessie Smith con St. Louis gal. Wynton Marsalis es su más firme avalador, no lo necesita, la solvencia es ella misma. El respetable, puesto en pie, la despidió turbado. Sólo faltaron flores, las mereció sobradamente.
La sala Barts vivió una noche memorable enmarcada dentro del festival Grec, presentada también por la organización como una de las previas del próximo Voll-Damm Festival Internacional de Jazz de Barcelona, que llega a su cincuentenario.
A pesar del éxito unánime obtenido, siempre aparecen aquellos a quienes les encanta bautizar con agua un Château Margaux. La música ejecutada por el trío acompañante de la norteamericana, nada tiene que ver con el muzak o el lounge. Es jazz estilizado, melódico, no por ello menos recio o genuino. Los solos interminables o improvisaciones circenses, juegan en otra competición, la del tedio.
Hammer be the death of me, me, me
Hammer be the death of me
John Henry
Autores de este artículo
Barracuda
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.