Nadie puede negar el espíritu y las ganas de agradar que Annie & The Caldwells pusieron encima del escenario, pero tampoco podemos ignorar que dicho empeño supo a poco.
Podríamos estar de acuerdo en que más vale una hora intensa (55 minutos de reloj) que dos o tres rellenadas con nimiedades. Desgraciadamente, la familia de West Point abusó del efecto “chicle” y no se centró en concretar su buen hacer, tanto vocal como instrumentalmente. Que nadie piense que su show en la (2) de Apolo fue un fiasco, pero podía haber dado mucho más de sí.
Annie Caldwell, sea con los Staples Jr. Singers o con la formación que presentó, en una sala a media asta, (valga el símil con la bandera) apura su garganta hasta el máximo posible, no obstante, si no fuera por la ayuda de sus hijas (tres inmejorables coristas), nos tememos que el show no hubiera alcanzado niveles respetables. Va sobrada de carisma (incluso sentada) y las potentes notas surgidas de su privilegiada garganta, todavía causan respeto, sin embargo, el cansancio físico hace mella e impide un jolgorio mayor, tanto en duración como en prestancias.
Musicalmente, la banda brindó un coctel formado por buenas dosis de góspel-soul, adornadas con toques de blues y funk setentero (a lo Kool & the Gang) macizo, sin florituras baratas, repleto de una cadencia sonora contundente y sin fallos que no precisó, apenas, pruebas de sonido (los pajaritos siempre cuentan secretillos interesantes). Con sabiduría y agallas, el combo, comandado por el veterano Willie Joe Caldwell, no decayó en ningún momento, mostrando solidez y mucho “groove”, la clave del bailoteo.
El show arrancó con Wrong (reciente single) para continuar con temas como We made it (2018) y sabrosos acercamientos al blues religioso, en el que Annie ofreció lo mejor de sí misma, aunque alargando en demasía los enérgicos destellos. La fe es un rayo que no cesa.
Si algo quedó claro en esta intensa, aunque fugaz, demostración de aptitudes rítmicas, es que el poderío vocal negro siempre será superior, salvo raras excepciones, al blanco y que por poco que trabajen, las caderas se mueven y el alma revive.
Este relato nos ha quedado corto, cierto. Ya les hemos explicado el motivo. Tiempo habrá para reflexionar sobre estas cuestiones. No percibimos enfado del público, quizá la procesión iba por dentro.
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Barracuda
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Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.