Esta santa casa estaba muy preocupada desde que Roberto Tierz (su alma máter) decidió jubilarse y traspasar la sala Sidecar. En ella celebró su sexto aniversario (con una exposición del trabajo realizado y un triple concierto) y su vínculo, como pueden sospechar, es estrecho. El local no cierra, pero es sabido por todos que va a convertirse en una coctelería o algo similar. Lo de si seguirán los shows en directo o que línea tomarán si continúan, es un secreto muy bien guardado por los nuevos propietarios.
Antes de que empiecen a servir sangría por un tubo (recemos para que así no sea y predomine la sensatez), el legendario sótano preparó dos ricas veladas a las que no podíamos faltar, ni nosotros ni el público que, en más de una ocasión, había esquivado a la turistada para escuchar música en vivo.
Advertidos de las estrecheces que sufriríamos, nos dirigimos a la Plaça Reial de Barcelona con una sensación que combinaba gozo y tristeza a partes iguales. Comienza la ceremonia.
Segundos fuera
Con el permiso de Fundación Tony Manero (la influencia de la black music los hermana), Los Manolos y aquel invento fallido de El Chaval de la Peca), Azucarillo Kings han sido los mejores adaptadores de éxitos reconocidos en este tedioso país. No creemos que fuera una casualidad de calendario contar con ellos para el festejo. Ramon Faura y Carles Mestre, resucitaron a la banda, pasados 17 años sin tocar juntos, y el reencuentro ocurrió, precisamente, en el Sidecar hace casi 6; su visita estaba cantada.
Si obviamos imperfecciones técnicas (no valen para el tremendo teclista Pablo Quiroga), recuerdo pocas funciones tan divertidas como la ofrecida por Faura y sus amigos. De acuerdo, tienen una jeta que se la pisan y, probablemente, sus versiones (exceptuando Versión lógica de Supertramp) no mejoran a las originales. Sin embargo, es tanta la ilusión y energía que ponen reinterpretando sus canciones de referencia (disco-funk y rumba-rock) que serían los acompañantes perfectos para la trillada isla desierta.
Esa feroz Espeluznante (Thriller) sumada a ¿Por qué soy tan sexy? (frívola lectura del clásico de Rod Stewart), Odisea espacial (con ellos sólo pueden los Calatrava), Himno en el wáter (Deep Purple) o esa genial parodia (a Faura le encanta el original) del Losing my religión de REM (Sufro a saco), manifestaron que están en muy buena forma y que son imprescindibles para sacarnos de la modorra imperante. Gritar “hijos del metal” con unas maracas en las manos, no tiene precio. Nos aseguraron que reincidirán. Ojalá sea cierto.
Cuando Tania Lozano y Victor F. Clares aka Ladilla Rusa aparecieron, no cabía ni un alfiler en el Sidecar. Esta pareja, amante del petardeo y de los ritmos electro-pop (no importa la procedencia), son sinónimo de juerga, para bien o para mal. En esta ocasión decidieron inventarse un show de Karaoke titulado Chilla con Ladilla en la que iban a participar los presentes y algún miembro, atrevido, de la crew de la sala. Comenzaron solos con su hit Macaulay Culkin y Mi gran noche (versión Raphael), dos atractivos relámpagos, previos al horror.
Opinar de este invento del demonio, creado por el Premio Nobel de la Paz, Daisuke Inoue, es hacerlo sobre la antítesis de lo que uno piensa que es el arte, a no ser que aparezca una iluminada que nos desmienta con su sabiduría vocal y no lo hizo. En este tramo, escuchamos canciones de Shakira, Camilo Sesto, Estopa (cantada por Lozano), Chimo Bayo y un largo etc. En escena desafinó hasta F. Clares; no importó lo más mínimo, todo sonó a, fingida, libertad.
Arrasaron que era lo importante; las objeciones son privadas. Tania Lozano aseveró: “no tenemos sentido del ridículo”. Ni que lo juren.
Noche de abdicación
El mismo cartel de Sold Out, que nos recibió el día anterior, no nos impidió el acceso a la genuina cava que, en la segunda sesión de despedida, prometía mayores emociones y música más seria (el que quiera confundirse que levante la mano).
A diferencia del día anterior, el pequeño Sidecar (sólo hablamos de tamaño), se llenó cuándo los trabajadores apuntaron “pueden entrar” y no se vació hasta casi echarnos a patadas. Era una noche para no olvidar y la mayoría de la prensa barcelonesa, hizo acto de presencia. La excepcionalidad del evento debía ser redactada.
El agitador cultural Fito Lapuente, introdujo, calurosamente, a todos los artistas que iban a colaborar en otra noche histórica. Realzó la figura de Roberto Tierz (le ofreció protagonismo infructuosamente) y acabó siendo elemento indispensable en todos los intercambios. El primero en ser presentado fue, para nosotros, el héroe del festejo: Josele Santiago (Los Enemigos). El inadaptado (adjetivo personal) crooner de voz cazallera, que hacía mucho tiempo que no actuaba, en solitario, enfrente de una muchedumbre (“no me acordaba lo que se petaba esto”), ofreció una lección maestra de alguien que no se casa ni con su esposa. Con sus “canciones de taberna”, logró hipnotizar a un público que, exceptuando seguidores osados, no era la opción de cabecera. Pensando, la carcelaria e indispensable Desde el jergón (no por experiencia propia), La cuenta atrás u Olé Papa, son himnos para los que creemos que esto del show business es algo más que canturrear cuatro notas. Josele reside en otra galaxia. Nos congratulamos de ello.
Conozco a varios incondicionales de Rebeldes ’79 a quienes les hubiera gustado paladear los éxitos de Carlos Segarra, Aurelio Morata y Moisés Sorolla, pero no fue así. El bueno de Morata (contrabajista de pro) nos contó, al finalizar su actuación, que habían tenido poderosas dudas para elegir las canciones que tocar. Finalmente, escogieron volver a sus raíces e interpretar los clásicos que les marcaron. Ahí estuvieron Red hot, Love potion number 9, Route 66 o el Somethin’ Else del idolatrado Eddie Cochran. Les podemos adelantar, en exclusiva, que superada la canícula del verano, tendremos excelentes noticias convertidas en forma de disco. No desesperen.
Sidecar había anunciado la noticia de un grupo sorpresa, para el finiquito, cuyo nombre apareció, infortunadamente, bastantes días antes de la efeméride. La campanada acabó diluida.
Marc Ros, Jesús Senra, y Axel Pi, el trio que conforma Sidonie, debutaron como banda en Sidecar. ¿Existe mejor manera de cerrar una etapa (obviando gustos) que con los adorados barceloneses? Difícilmente, aunque cueste digerirlo. Ellos fueron los que obtuvieron las mayores ovaciones y los que cerraron, con un minuto de silencio (o entierro vikingo, pueden escoger), el triste adiós, no voy a ser el que falsifique la realidad. De todas maneras, esos facilones estribillos (marca Ros) que encandilan tanto como se olvidan (no comparen con Radio Futura o Tequila) chutan pero no marcan, si se me permite utilizar el argot futbolístico.
Diga lo que diga, no atrancará el impacto de Fascinado, El peor grupo del mundo, Portlligat, Carreteras infinitas o sus primeros escarceos en inglés. Cerraron la apretujada fiesta por todo lo alto, dejándose alma, corazón y vida. El amor por algo se demuestra así. Prejuicios a la mar.
Si el listo pajarito, que nos anuncia informes exclusivos, no se equivoca, el Sidecar no parará de funcionar y el actual personal seguirá en sus puestos. Otra cosa será (cuando el cambio sea definitivo) comprobar si un Negroni cuadra con un guitarrazo punk. Seguiremos informando.
P.D: No tenemos palabras para agradecer las facilidades concedidas por todos los compañeros del viejo rincón de la tan entrañable como controvertida Plaça Reial. Simplemente les damos nuestras sentidas gracias. Suerte.
Imagen de portada © Marina Tomàs
Autores de este artículo
Barracuda
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.
