El capitalismo siempre pide más y más y más. Pero pocas veces pide mejor. Pide crecimiento, no perfeccionamiento. El Cruïlla va a la contra de esos mandatos. Mientras otros se preocupan por vender más y más entradas, y expandirse en todas las ciudades que puedan, y ganar más y más dinero… el Cruïlla apuesta por mantenerse fiel a lo local, por poner en el centro a su público y por los valores sociales. Es evidente que esta moderación le resta competitividad. Aún encima en un fin de semana donde se están celebrando mil festivales más repartidos por toda la península y con nombres que se te cae la mandíbula al suelo. A esto los fans de este festival respondemos: otros tienen un cartel más despampanante, pero en el Cruïlla te lo pasas mejor. A priori Juan Luis Guerra no llama tanto como Pixies, pero si en el primero disfrutas como un enano cada tema y en el segundo te aburres descontando el par de canciones que coreas… ¿quién gana?
Y aquí hay algo importante que creo define bastante el tarannà del equipo (al final las empresas son las personas que están detrás de ellas) que es la atención a los detalles. Las activaciones de marcas éticas, los vasos biodegradables, la decoración del escenario principal… por separado nada excede mucho más allá de lo anecdótico pero al juntar decenas de detalles como estos y similares, se crea un conjunto de lugar amable y luminoso. Otro detalle que parece baladí y obvio pero no lo es: que los que están arriba se preocupen por conocer y entablar conversaciones con los miembros del staff más satélite (en vez de traerlos de otro país como si fueran mercancía, ejem). Y esa energía de alguna manera pienso que se va contagiando. Conocí a Guille, un chaval encantador, encargado de controlar uno de los accesos. Mil horas trabajadas a sus espaldas pero con una sonrisa y preocupándose de que todos estuvieran a gusto, ayudando a pijas desubicadas y a limpiadoras agotadas. “Estoy agotado pero me motiva pensar que con el dinero que gane vamos a ir con mi novia a un japonés buenísimo del centro, ella también curra a dios, se lo merece todo”, me contó.
En este afán de mejorar, van haciendo experimentos. Uno de ellos ha sido el método de pago únicamente a través del móvil. Después de crear una cuenta en la que te pedían todos tus datos, solo podías pagar mediante la web unas cantidades prefijadas como si hicieras una compra online. No podías pagar con tarjeta y menos con efectivo. Y si te picaba la curiosidad entrabas en tu cuenta y ahí veías todas tus transacciones (deposité x€ a las 23.50, me gasté x€ en tomar esto y esto a las 23.54). A ver… entiendo que las estadísticas colectivas han de ser de lo más curiosas. A qué hora cena la gente, si prefiere opción vegana o carnívora, cuántas bebidas energéticas se consumen a partir de x hora, el gasto medio total por persona dependiendo de la tipología del público y así hasta agotar opciones. Pero como individua prefiero que nadie sepa cuántas Dauras (otro dato colectivo curioso: cuántos celíacos andábamos por ahí circulando) me tomo porque yo misma prefiero no saberlo. Jordi Herreruela es un fan del big data y, hasta cierto punto, yo también, pero no juguemos con fuego que la gente ya viene caliente de casa. Sea como sea, el tener que contar con un móvil full cargado o estar vendidísimo para hacer cualquier cosa y que esa fuera la única manera, no acabó de gustar. No tanto por la información depositada sino por ser un método no conocido y un poco incómodo, pero lo anterior también cabe tenerlo en cuenta.
En definitiva. La competencia es brutal y el público es exigente. Un festival como el Cruïlla, que pone esta atención y cariño en los pequeños detalles, cuyos valores sociales y medioambientales están intrínsecos mires donde mires, y que se preocupa por hacer las cosas cada vez mejor con este afán de pulir la propuesta; quizá sufrirá para no quedarse atrás en la inevitable carrera del capitalismo, pero quiero pensar que somos muchas las personas que valoramos este respeto por el público, la sociedad en general y sobre todo por la música.
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