Greta Van Fleet: Benditas imitaciones

Salvadores del rock o imitadores descafeinados, de todo se ha dicho y escrito sobre Greta Van Fleet. La exitosa banda liderada por el trío de hermanos Kiszka revolucionó el panorama internacional con su debut en 2017, levantando todo tipo de comentarios (que aún siguen) por su particular a la par que clásico estilo musical. Sean dignos herederos de la música de Led Zeppelin o burdos plagiadores, gusten o no, la realidad es que han enganchado a varias generaciones que ni siquiera estuvieron cerca de nacer en aquellos años a un género cada vez más minoritario, reservado en la actualidad a viejas glorias y bandas tributo. Recordemos, una era que ha marcado el devenir de la música moderna por numerosas décadas. Solo por eso, ya deberían merecer algo de crédito.

Una buena cantidad de público llenaba ya el Sant Jordi Club de Barcelona tiempo antes de la llegada de las estrellas de la noche. Las sólidas actuaciones previas de Hannah Wickland y Black Honey –también esperadas, visto el efusivo recibimiento obtenido– auguraban una velada de alto voltaje para la que no quedaban entradas, más que en la reventa de última hora en la misma puerta del recinto. Echando un vistazo entre los presentes, se podía apreciar una diferencia generacional muy notable a la que nos encontramos, por ejemplo, en el regreso de The Black Crowes –mítica banda que recuperó con gran éxito el rock clásico en los noventa– en el mismo lugar hace un año. En aquella ocasión, raro era cruzarte con alguien de menos de cuarenta; el pasado domingo fue lo más normal, entre la diversidad de edades y estilos de público que se personó al recinto ubicado en Montjuic.

La ocasión servía para presentar en sociedad el cuarto largo de los norteamericanos, un Starcatcher (Lava Records, 2023) que iba a copar la mayor parte del setlist con sus temas, dejando sitio también a otros grandes éxitos. La caída del telón desvelaba a los cuatro protagonistas saludando desde lo alto, para arrancar seguidamente con The Falling Sky, previsible primera elección de su último trabajo, algo escasa de fuerza por parte de la banda. Esa tarea fue cubierta, en contrapartida, por la espectacular pirotecnia desplegada para la ocasión.

El viaje propuesto por los estadounidenses iba a ser pausado y para disfrutar de las vistas, con varias paradas en las distintas atmósferas que debe ofrecer un concierto de rock clásico. Así, para el cuarto tema ya nos habíamos pasado a las baladas con un fondo de estrellas iluminando el recinto. Brilló la sagrada liturgia de Meeting The Master, la más aclamada de su reciente obra, experiencia mística para el lucimiento vocal de Josh Kiszka, mimetizándose con las notas más agudas de la guitarra. La siguió otro clásico como Heat Above, con esos reconocibles acordes y una ejecución pasmosa que llenó de energía a todas las presentes. Del cantante poco más añadiremos, nada que no supiéramos, le podríamos hacer una crónica aparte. Es un fuera de serie que hace parecer fácil lo increíble.

A estas alturas (quinto tema, recordemos), quedaba claro que era una noche abocada inevitablemente al más rotundo éxito. Todo lo mostrado denotaba un cuidado que rozaba la exquisitez, orquestando una coreografía de fuegos, luces, vestuarios y talento musical desbordado que no se ve todos los días. Imposible fallar con semejante montaje. Los de Michigan quisieron anteponer claramente la calidad frente a la cantidad, mimando cada tema para sacarle el máximo jugo posible. Las intros alargadas o secciones intermedias extra fueron una constante en cada corte de la casi veintena que sonaron, teniendo también cada miembro su momento para lucirse. Tras tirar la sala abajo con Highway Tune –su hit por excelencia– Danny Wagner ofreció un derroche de destreza a la batería rozando la locura, atizando todo tipo de toms, platillos, dobles bombos y demás instrumentos dispuestos. Abusaron algo más con los solos de guitarra en la parte previa al final, todo sea dicho, aunque no le saquemos demasiada punta al lápiz: dieron todo lo que se le pide a una experiencia rock total.

Diferentes sets, para realzar cada tema y mostrar todos sus registros, perfectamente diferenciados pero encajados sin apuros en un gran ejercicio de logística en vivo. La bella versión de Unchained Melody dio entrada a la sección acústica del show (sin batería, con Wagner a la mandolina), en la que no pudimos más que rendirnos ante la grandeza de un himno como Black Smoke Rising, llevado magistralmente a un tempo más pausado y una intimidad casi impensable de conseguir a partir de ciertos aforos. La manera en la que se alzó la voz de Josh emocionó, recordando a las actuaciones de las más míticas leyendas del género; esas grabaciones en directo que cualquier amante del rock recupera con asiduidad. De lo mejor de la noche.

Volviendo al modo eléctrico, la escenografía jugo un papel aún más importante, ya que la cosa fue alternando entre el infierno y el cielo, con varios temas sacados de Starcatcher. Volvieron las llamaradas en Fate of the Faithful y empezaron los interminables solos de guitarra de Jake Kiszka, alargados, entre tema y tema hasta cerca de la media hora. Solo los interrumpió en instantes breves su hermano Josh, apareciendo con su capa blanca entre las nubes cual ser superior (Sacred the Thread), en el enésimo cambio de vestuario que se marcó. El fuego eterno acabaría ganando la partida final en The Archer, momento culminante escogido para desplegar todos los trucos del hombre a las seis cuerdas: paseos entre las llamas, la guitarra por detrás de la cabeza y una pirotecnia final que nos dejó con la boca abierta.

Faltaban temas por sonar y algún clásico como Safari Song acabaría quedándose fuera del setlist, pero no podíamos marcharnos sin emocionarnos con Light My Love, introducida al piano y acompañada por los brazos y gargantas de las casi cinco mil almas presentes. Su brillante melodía y coreables estribillos culminaron en una explosión arcoíris, disfrutada y celebrada por todas. Farewell For Now, la despedida hasta la próxima, finiquitó dos horas y media –que bien merecieron el poco asequible precio de la entrada– bajo una lluvia de estrellas y los cuatro héroes de la noche desapareciendo entre la niebla. Ahí queda grabado en nuestras retinas. Leíamos en una entrevista de hace un tiempo que decían algo como que el rock siempre estará allí, aunque a veces haya que salir a buscarlo. Al menos mientras Greta Van Fleet sigan ejerciendo de mensajeros, no nos cabe duda de que seguirá estando en su sitio, aunque, ¿cuántos salvadores del rock llevamos ya? Quizás Julian Casablancas querría decir algo al respecto.