El Dorado Sociedad Flamenca Barcelona (siempre la primera en descubrir artistas prometedores) acogió, en 2018, al cantaor toledano Israel Fernández, quien en aquella memorable velada estuvo acompañado por la guitarra de Joni Jiménez. Era la primera ocasión que lo escuchaba en directo y me impactó. La clarividencia demostrada en su nítido cante prometía un futuro glorioso.
Repetimos en 2021, esta vez en el Parc del Fòrum (ya junto a Diego del Morao), cuando compartió cartel con Estrella Morente. Las sensaciones seguían siendo las mismas y el éxito definitivo ya estaba llamando a su puerta.
Llegados a 2022, su carrera ha tomado derroteros algo sospechosos: el fichaje por Universal o colaboraciones con El Guincho, Omar Montes y la aparición reciente, junto a Raphael, en la Nochebuena televisiva, le sitúan en un terreno donde la comercialidad podría barrer la fuerza de sus inicios.
El Universo Flamenco que iba a descubrirnos en el Palau de la Música Catalana, junto al guitarrista de Jerez de la Frontera, quizá no borraría del todo nuestras dudas, aunque iba a mostrarnos su estado de forma actual y si los posibles humos, que acostumbran a generar recompensas, nublarían los precoces y tremendos logros.
Concierto sin trucos
En su primer Palau (Diego repetía) el gitano de Toledo optó por renunciar a veleidades y encaró la prueba de fuego a base de pureza flamenca sin artificios. La primera muestra la tuvimos con la impactante introducción. Israel presidió una mesa (en pie) en la que sus dos palmeros y el percusionista (sentados) interpretaron unas efectivas bulerías a base de golpes rítmicos tribales. La voz aguda y punzante del cantaor hizo el resto.
Con Diego del Morao en escena (ovacionado a gritos de maestro) comenzó el desfile de diversos palos. Lo encabezó una taranta cuyas primeras estrofas estuvieron dedicadas a Almería.
Tras las afinadas tarantas prosiguieron por soleares (Soleá del cariño), antesala de uno de los grandes momentos de la especial noche. Unos tientos espectaculares se cruzaron con unos tangos bordados. La mejor versión de Israel había llegado: “Como llora el corazón, las campanas también lloran”. Terminada la exhibición llegaron el descanso y las primeras conclusiones.
Mientras el protagonista se acicalaba para convertirse en una especie de gurú vestido totalmente de rojo (“es Navidad”, comentó como discutible justificación), su compadre quiso enardecer al público con unas bulerías tan efectistas como aburridas. El andaluz es un buen instrumentista (negarlo sería ridículo), pero su estilo, al menos la noche de autos, se tornó algo abrupto. Pecó de excesivo rasgueo y se olvidó, en diversos tramos, de una sutileza muy necesaria; comentario que contrasta con el de un público enfervorizado por sus nerviosos arranques y que prácticamente agotó billetes.
Palos infinitos
Cumplidos los 33 abriles, el divo (ya podemos nombrarlo de este modo) se permite licencias que demuestran seguridad, pero también un poco de altivez.
Se paseó por granaínas, seguiriyas, bulerías o fandangos (y se olvidó de la guajira) sin aparente esfuerzo; “vuela” comentaba un fan enardecido. Sin embargo, durante esa demostración sin fronteras, el nivel interpretativo o la profundidad son bien distintos. Hemos hablado de unos formidables tangos. Podemos extendernos alabando los fandangos finales o la seguridad con que afronta el reto. La facilidad para frasear es innegable, al igual que esa limpieza y excelente dicción que le distingue. Lo que sucede es que, aunque, a simple escucha, todo esté bien cantado, la monotonía tonal aparece sin cesar y eso, en flamenco, es una pega importante.
La confianza, en sí mismo, también provoca excesos. Es cierto que reconoció no saber tocar bien el piano (comprobado está) pero atreverse, además, con una propia versión del Vino amargo de Rafael Farina, se nos antoja una fruslería innecesaria. Como también lo sería (más que frivolidad, descaro) situar su estampa en medio de escena, en solitario, para ser de nuevo bendecido. Minutos antes sí había demostrado la humildad prometida, al principio del espectáculo, festejando, con los compañeros, la alegría que recorría sus cuerpos con bailes y cantes sin micrófono.
Aunque la velada duró, aproximadamente, 90 minutos, bajando por las escaleras del Palau escuchamos comentarios acerca de que había sabido a poco. Israel se esforzó, pero le faltó aquella guinda que embellece una copa de helado.
El leonino gitano es bueno, buenísimo, si me apuran. El problema consiste en, como otros tantos, querer disfrazarse de Camarón. Cuando comenzó no lo hacía.
De José Monje Cruz sólo hubo uno y no renacerá. Quizá debería crearse una camiseta con un logo que lo advirtiera. De deidades ha habido muy pocas en el mundo del flamenco. Inventadas muchas, no caben en los dedos de una mano.
Probablemente el sensible Israel no tiene toda la culpa de su subida a los altares. Seguimos creyendo en él porqué cuando despliega todo su potencial es imparable. Lo que no nos gusta es sustituir lo que surge de las entrañas por alaridos rotos.
Israel Fernández se comió el recinto modernista a bocados, triunfando por todo lo alto. El modo, a nuestro entender, dista del propicio.
Autores de este artículo
Barracuda
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.