Un bosque de colores se iluminó para recibir a Jacob Collier, que entraba al escenario dando saltos e invocando al espíritu de Freddie Mercury, lanzando ese mítico juego de melodías al público. Un par de indicaciones y los tiene a todos preparando la armonía de 100,00 Voices, primer tema en el que ya saca a relucir su imponente chorro de voz. El Sant Jordi Club de Barcelona acogió el pasado 4 de noviembre una nueva visita del multiinstrumentalista inglés, conocido por convertir a su público en un coro en cada actuación y por sus virales vídeos en internet. Esta ocasión servía también para presentar su último trabajo, Djesse Vol.4 (Hajanga Records, 2024), álbum del que sonaron una decena de los veintiún temas que lo componen, abarcando estos la mayor parte del concierto.
Acompañado de otros seis brillantes artistas, a los que no dudó en ceder protagonismo durante la velada, el londinense se mostró constantemente sobrado, dominando todos y cada uno de los estilos que desplegó: desde el pop más chicloso (She Put Sunshine), pasando por las baladas acústicas (Little Blue, The Sun Is in Your Eyes) y hasta el funk de inapelable groove que tan bien trabaja (Time Alone With You, All I Need, Mi Corazón). Todo ello, pudiendo sorprender en cualquier momento con alguna figura imposible, intercalando jazz o cambiando de instrumento en un abrir y cerrar de ojos; mejor estar preparado para todo con este muchacho. El público siempre es partícipe y colabora con gusto ante las rápidas indicaciones de Jacob, consiguiendo armonizaciones imposibles y que, al contrario de lo que parece en redes sociales, no son nada fáciles de ejecutar por la persona media. El resultado es una emocionante y bella comunión entre artista y seguidores.
Cierto es que el contraste tan grande entre tempos, moods y estilos puede llegar a ser caótico, no apreciándose una intención muy acertada a la hora de estructurar e hilar más de dos horas de frenético espectáculo; un detalle a cuidar, siendo además el de Collier un directo siempre abierto a la improvisación y con alta participación de la audiencia. Hubo momentos – como los juegos con el vocoder – en los que parte del público desconectó mientras otros, eso sí, permanecían hipnotizados. Dicho lo cual, seamos justos: el caos es su arte y todos los asistentes acudieron precisamente a disfrutar de ello.
La casualidad quiso que se dieran algunas circunstancias por las que el concierto en Barcelona no pudo ser uno más de la gira. Unas horas antes, nos dejaba una persona imprescindible para la música y también para el artista sobre el escenario: el mítico productor Quincy Jones, fallecido a los noventa y un años el 3 de noviembre. Al que fuera estrecho colaborador de leyendas como Michael Jackson o Frank Sinatra le llamaron la atención los videos caseros que un joven Collier subía a YouTube y lo contrató, empezando su carrera musical y una relación de amistad entre ambos. Jacob no quiso dejar pasar la oportunidad para dedicarle unas sentidas palabras e interpretar dos temas con su impronta: Human Nature – clásico del rey del pop – y Fly Me to the Moon, arreglada por Jones en la archiconocida interpretación de Sinatra. Está última brillo especialmente, primero al piano, luego con la compañía de un violín y finalmente con todo el público haciendo de coro. Para compensar las noticias tristes, los asistentes al Sant Jordi pudieron presenciar una pedida de mano en el escenario. Ante unas cuatro mil personas y mientras tu artista favorito te toca el piano; ni en una película de Disney, debieron pensar los ya prometidos.
La discoteca hiperactiva In My Bones encaró los minutos finales echando el resto, muñecos inflables incluidos. El bis pintaba apoteósico con una gran interpretación del Somebody to Love de Queen. Collier construye, se la lleva a su terreno y enciende al público que una vez más debe mostrar sus dotes corales y percusivos; sin embargo, un problema mayor interrumpe el clímax: se necesita asistencia médica en las primeras filas. Una difícil papeleta para el londinense, que lidió con profesionalidad retomando y acabando el trabajo tras unos largos minutos de espera – deseamos que sin mayor trascendencia. Como bola extra, otro clásico, Can’t Help Falling in Love de Elvis, que, si bien no pudo remontar del todo, al menos sirvió para que no marchásemos del recinto con mal sabor de boca. No era el final que hubieran merecido ni el incombustible trabajo de más de dos horas ni el entusiasmo del carismático Jacob en todo lo que hace
Autores de este artículo
Mikel Agirre
Aitor Rodero
Antes era actor, me subía a un escenario, actuaba y, de vez en cuando, me hacían fotos. Un día decidí bajarme, coger una cámara, girar 180º y convertirme en la persona que fotografiaba a los que estaban encima del escenario.