Si equiparamos al Jesse Malin actual con aquel muchacho salvaje que cometía tropelías hardcore en Heart Attack durante los 80, y posteriormente ejercía como vocalista principal en –los no menos feroces– D Generation, las diferencias son notables. La evolución musical es innegable, pero tampoco dista demasiado de la de cualquier creador que va examinando distintos parajes en el transcurso de su trayecto vital.
Malin, a quien el Nebraska de Bruce Springsteen le abrió nuevas perspectivas sonoras, llegó a tocar fondo cuando se arruinó en 2008 cuestionándose, seriamente, la continuidad en el negocio. Por talento y superación ha podido edificar una carrera valiosísima en el campo del rock de autor o el género americana, denominación que a un servidor le recuerda más a una prenda de vestir. Dichosas etiquetas.
Según algún medio, el de Queens, no acaba de dar con la tecla que le aúpe al éxito definitivo. Quizá queden satisfechos con su nueva entrega titulada Sad and beautiful world (Wicked Cool Records, 2021), doble disco en el que comparecen todas las virtudes que ostenta. Dividida en dos fragmentos: Roots Rock y Radicals (nombres atribuidos al cruce entre reggae y punk), esta bella y afligida obra le ha llevado, para nuestra satisfacción, de nuevo a la carretera. Le acompañan en el periplo: Derek Cruz (guitarra), James Cruz (bajo), Randy Schrager (batería) y Michael Hesslein (teclados).
El Blues & Ritmes nos llevó, por un módico precio, a la ciudad de los rascacielos. El New York de Jim Carroll, Reed, Ramones, New York Dolls y, claro está, de Jesse Malin, uno de sus mejores cronistas actuales.
Jesse & Band
Una buena banda de rock and roll no debería regalar solos inoperantes, postureos frívolos o furia impostada. Basta con funcionar cual máquina engrasada, compacta, sin sobresaltos y que la fiereza se imponga de forma natural; eso es lo que, sencillamente, hizo el conjunto del amigo Jesse. Portentosa muestra de que el ruido y la armonía pueden vivir en comandita.
Comentábamos, en el inicio, la transmutación sufrida por Malin. Vista la contundencia demostrada encima del escenario, se ratifica que la dirección tomada ha sido lógica y correcta. Ha ganado en todo: canta de fábula, interactúa con el público sin ardides (hasta tres veces bajo del escenario para conectar con la multitud), ejerce de satírico monologuista continuando la tradición de los comediantes norteamericanos (mezcla de Jerry Lewis y Lenny Bruce), salta, corre y se entrega, te pulveriza; un frontman de cuidado. Si a esa amalgama de aptitudes añadimos un cancionero excepcional, el banquete lo adorarían hasta Gargantúa y Pantagruel.
Veinte años de canciones
¿Se les ocurre mejor aparición, en escena, que acompañado de la música compuesta por Bernard Herrmann para Taxi Driver? No. Esas breves y sublimes notas se acoplaron con los fulgurantes guitarrazos de The way we used to roll que junto a Backstabbers y el single Before you go (trio de novedades) constituyeron el presagio de que algo grande iba a suceder; así fue.
Los zarpazos rockeros prosiguieron: Turn up the mains, Whitestone City y State of art; la cuerda estaba tan tensada que necesitábamos un respiro. Malin propuso instalarnos en la Room 13, tema extraído del álbum Sunset Kids (2019) producido en sociedad con la gran Lucinda Williams, al que volvería con Shining down y la tremenda Meet me at the end of the world.
Aunque el tramo final nos depararía mayúsculas sorpresas acústicas, al salir de la habitación 13 nos encontramos con Shane MacGowan (The Pogues), en su honor interpretó If a should fall from grace of god. Volvió a engañarnos interpretando el medio tiempo She don’t love me now, ya que sus intenciones maquiavélicas eran seguir triturando. Aparecieron Death star, el toque Ramones de Wendy, el pop huracanado de Todd Youth, Dance with the system (marcado estilo The Stooges con referencias a George Clinton) para concluir con Rudie can’t fail (The Clash). Sobran palabras.
En los bises podría haber seguido abrasando, no obstante, eligió la calma y acertó plenamente. Transfigurándose en su idolatrado Neil Young, encandiló (por si se quedaba corto) con Brooklyn, Solitaire y la hermosísima Greener pastures. Entre la tranquilidad y sin que saltaran las alarmas, introdujo Do you remember rock and roll radio?, enésimo testimonio de cómo conjugar calma con rudeza. El show no podía terminar sin la catarsis definitiva: atacó el You ain’t goin’ nowhere de Dylan y el Margarida Xirgu se vino abajo. Estratosférico.
El título de esta crónica puede llevarles a engaño: Jesse Malin no cantó el mítico himno tejido por John Kander y Fred Ebb, pero la esencia de su ciudad estuvo presente en cada instante de una noche gloriosa. Morrocotuda presentación de un festival señero que celebra su 30 aniversario. Happy birthday.
Autores de este artículo
Barracuda
Miguel López Mallach
De la Generación X, también fui a EGB. Me ha tocado vivir la llegada del Walkman, CD, PC de sobremesa, entre otras cosas.
Perfeccionista, pero sobre todo, observador. Intentando buscar la creatividad y las emociones en cada encuadre.