Los conciertos programados por Caprichos de Apolo han sido casi siempre sinónimo de calidad, con el riesgo por bandera. La elección de Josef Leimberg, parecía, en principio, ideal para continuar esa buena racha. La realidad rozó el fiasco.
El afamado trompetista de Los Ángeles, llegó avalado por su colaboración con Kendrick Lamar en la supuesta obra magna To pimp a butterfly (Top Dag Entertainment/Aftermath Entertaintment, 2015). Un año más tarde, las ansias de caminar en solitario le llevaron a grabar y producir Astral progressions (World Galaxy/Alpha Pulp Records, 2016), un viaje curativo donde el jazz experimental y el hip hop se ensamblaban para vivir un idilio casi celestial. En la Sala Apolo, ese amorío bajó al planeta Tierra.
La espiritualidad emanada por el disco, debía haber penetrado en el corazón de los asistentes, para ello la organización situó mesas redondas en el centro de la gran sala, cubriéndola de hermosas alfombras. Esa representación, cavilada con fines balsámicos, no era errónea en un principio, pero el ideólogo, no tuvo en cuenta las medidas, no predijo la escasa afluencia, ni mucho menos esperaba el poco feeling que iban a transmitir Leimberg & co.
Su calidad como instrumentista no admite dudas, su profesionalidad unas cuantas. Muchos colegas de generación creen haber llegado a la cima cuando no han llegado ni al primer campo base. La aptitud hay que demostrarla a diario, el endiosamiento estanca. Quizá parte de la culpa nos corresponda: tendemos a agarrarnos a un clavo ardiente, faltan ídolos a los que adorar. La industria lo sabe, abusa y le agrada tener corderitos que no rechistan.
Leimberg se limitó a salir del paso, como si padeciera del síndrome ‘no hay público, no toco’. Ya guardará esfuerzos para otro día mejor, si lo hubiera, claro. Casi nada pudimos escuchar de esa sugerente trompeta encandiladora de The awakening o de esas sinuosas láminas sonoras que transmite Interestellar Universe. Sabemos que el elaborado trabajo de producción, en estudio, resulta imposible trasladarlo al directo (la falta de samplers cuesta de suplir) pero de ahí a transformar imágenes sugestivas en jazz plano sin punch, aburrido y latoso, van unas cuantas leguas. Jugueteó todo el tiempo con sus curiosos aparatos de percusión sin ton ni son, dando protagonismo a un baterista demasiado contundente y a un saxofonista de calidad que empezó clarividente y acabó triturando su saxo, asfixiándolo en un lucimiento desatinado, pólvora mojada. Cierto es que tampoco les ayudó un sonido reverberado en exceso por la falta de relleno; tampoco les serviría de excusa, pero debemos ser sinceros.
Setenta y cinco minutos no dan para explicar mucho más. El set se basó en un disco, recomendable al cien por cien, donde podrán encontrar temas de enjundia tipo Celestial visions o Between us 2, diríjanse a él, allí si encontrarán buen cobijo. Como el ofrecido por Lonely fire, pieza con sabores hispánicos en el que Josef Leimberg intenta homenajear de alguna manera a Miles Davis. En el escenario se quedó en una burda copia de Sketches from Spain, y esa maravilla sólo la podía tocar una persona, todos sabemos su nombre.
De la súper remodelación de la Sala Apolo, hablaremos otro día, da para muchos caracteres. Si todavía no la han visto, acudan con gps, lo necesitarán.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.