El falo en tendencia en todos los museos
No me quedan euros para ver algo tan feo
Qué feo, qué feo, para ver algo tan feo
Se ha alzado una mujer y ha plantado un pino
Cecilia es un hombre, Ecce homo, es divino
Las observo. Una rubia y una morena maquillándose en los baños de una de las discotecas más potentes de A Coruña, el Playa Club. Dicho así cualquiera pensaría que se tratan de dos tías cualquiera una noche de fiesta. Podría ser. Son las doce menos cuarto de este sábado 18 de marzo. Cuela si dices que te has empezado a emborrachar a las diez, cosa rara, pero nunca se sabe. Mas no, no son dos amigas haciendo alarde de su divismo y despreocupación, porque no cualquiera se maquilla en un baño. Una suele venir maquillada de casa, diréis que no. Pero a Carla y Alba se la suda. En quince minutos dan un concierto y ahí están: en un baño en el que habrá sucedido a saber qué cosas, dramas y demás historias y pintándose el jeto ni más ni menos que con acuarelas. Sí, habéis leído bien. Solo un par de divas, o de señoras fetén, se puede permitir hacer eso. Es más, solo ellas se lo pueden permitir y además alardear de lo jodidamente bien que le ha quedado la raya negra en el ojo. Porque esa raya era más tocha que la que Amy llevaba en su época, y si no juzguen ustedes en las fotos.
Alba Rihe: No me la he hecho bien.
Carla Moreno: Algún día aprenderemos.
Alba Rihe: Me la suda en realidad.
“Con calma”, dice la Rihe, “cómo nos gusta el riesgo”. Quedan cuatro minutos para la apertura de puertas. Y allí están, en un baño que en menos de una hora tendría un par de poteadas, un suelo mojado y un aluvión de mujeres tratando de mear sin tocar la taza del váter.
Les dan un aviso. Que tienen que abrir, así, como una imposición categórica. ¡Si ellas son las protagonistas! Menuda presión, la vida del famoseo es lo que tiene. “No teníamos ni puta idea de que esto iba a funcionar”, se sinceran. Y ahora aquí están. En su segundo show en Galicia, después de marcarse una ruta gastronómica por la ciudad y a medio pintar a segundos de que entre la gente al Playa. Se van corriendo, con sus tenis y su maquillaje “de travestis” -cito literal- sin terminar. Se meten en la habitación zulo de la que treinta minutos después saldrían enfundadas en dos vestidos naranjas muy orientales. Y el público estalla. Sobre el escenario varios hinchables: un pedazo de carne y una columna, símbolos indiscutibles de este par de divas del electro-disgusting.
A mi alrededor solo veo brillos, pelucas y un ambiente de lo más LGTBI. Da gusto. Brilli brilli para todos los presentes. El fondo de Windows con sus cabezas dando tumbos de un lado para otro desaparece y en la pantalla aparecen sus videoclips, verdaderas joyas del arte, al menos del efecto back to the 80s. Dicen que en sus conciertos salen a divertirse, que bailan descoordinadas y que intentan cantar. “El público nota que nos lo pasamos bien ahí encima”, se miran y sonríen. Y es que sí, la noche fue una fiesta. Por ellas, por su espectáculo. Por su naturalidad y espontaneidad, sin lugar a dudas.
Son dos tías de veintimuchos, jóvenes, llenas de vida y creatividad. Son artistas. Un par de mujeres que del ridículo social hacen espectáculo. Son las mismas que nos recuerdan que antes de salir de casa “móvil, cartera, tabaco, llaves”. Pa’ que no se nos olvide. Como dos señoras bien, señoras fetén, chochocentristas pero nada capitalistas se van del escenario. Ha sido breve pero intenso. Solo Las Bistecs pueden irse con la cabeza tan alta.
Mientras regresan al zulo una chica se sube al escenario. Empieza a animar al público para que canten su mítica canción HDA (Oferta, 2016). El segurata sube por la izquierda y esta moza en cuestión huye despavoridamente. Solo un concierto de ellas puede terminar así. Vivan las mujeres que disfrutan de la vida sin tapujos, leches.
Autores de este artículo