Se cumplen 29 años de su debut discográfico con Dreamlamd (1996). En aquel sonado estreno, a Madeleine Peyroux se la comparó (por la inflexión de su voz) con Billie Holiday: un favor envenenado. Desatada esa gruesa cuerda, la de Athens (Georgia) ha construido una carrera modélica, jugando con los géneros que le apasionan desde siempre, es decir, el jazz, el folk y el country. En su reciente y fascinador disco titulado (reivindicativamente) Let’s Walk (Just One Recordings, 2024), sus dotes de prominente autora se elevan muy alto y se muestra más “dylanesca” que nunca (ya lo era en Careless Love de 2004). No es una nueva Peyroux, simplemente se asienta en su trono, mostrando sus más sinceras cartas.
El recital ofrecido en el, prácticamente lleno, Paral·lel 62 e incluido en la programación del Guitar Bcn 2025, fue una auténtica delicia y pasa por ser uno de los mejores presenciados por un servidor, fan de la artista norteamericana (no me duelen prendas). Fenomenal de voz y luciendo ese canto, aparentemente desafinado, pero que seduce al más sordo, nuestra estrella ofreció una clase maestra de interpretación, armonía, perfectos fraseados y sensibilidad extrema, a la altura de las mejores. Ella sola se hubiera bastado para encandilar con su talante y la guitarra acústica, pero, además, contó con la inestimable ayuda de dos musicazos: John Herington (guitarra eléctrica y harmónica) y Barak Morin (bajo eléctrico y contrabajo). Una pareja estratosférica, de las que hacen fácil lo imposible; la finura arrollando al artificio.
Tanta confianza tiene en las nuevas creaciones que menos De Puis, cantó las nueve restantes del álbum. A destacar las dos primeras: Find True Love y How I Wish, aunque, en realidad, casi todas son destacables, incluida la calypsera Me and the Mosquito (el molesto insecto arrasa en los veranos de New York), en la que entonó unos versos en castellano. Grandiosos los blues a lo New Orleans, Blues for Heaven y Showman Dan, la estremecedora Nothing Personal, Take Care, dedicada a las madres del mundo entero, la soulera Please Come On Inside o la ejemplar Let’s Walk, con coros a lo góspel.
Del repertorio habitual, sobresalieron Our Lady of Pigalle, Don’t Wait Too Long, Half the Perfect World (maravillosos aires bossa), Don’t forget to Love Yourself, la inevitable Dance me to the end of love de Cohen o los bises, J’aix Deux Amours y Careless Love (Bessie Smith).
El intimismo reinó toda la noche, salvo ligeros momentos de ánimo con los mosquitos y ese cierre gospeliano. Peyroux agradeció el silencio respetuoso del público, sin embargo, echó de menos algún síntoma de algarabía, el ritmo, probablemente, vivía en su interior. Agradecimos la compostura, una mesura difícil de encontrar actualmente.
Siempre que actúa Madeleine Peyroux acudo sin pestañear. En ella encuentro paz, limpieza de alma, la conjunción de estilos que adoro y ante todo pulcritud y sinceridad. En esta ocasión, el placer se multiplicó. Los comentarios escuchados al abandonar la sala no desmintieron mis elogios. Hasta la próxima, Madeleine.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.