Nos las prometíamos muy felices cuando, después de asistir a la magnífica celebración del 20 aniversario de la productora Kasba Music (¡larga vida!), íbamos a asistir, a un par de conciertos, teóricamente, excitantes. Lo de Makaya McCraven no iba a fallar, el inspirado intérprete es toda una garantía, pero la conjunción con Calibro 35, no acabó de armonizar.
Ni se nos pasa por la cabeza castigar a la organización del evento. Conocemos, de sobra, el problema existente para ajustar fechas, pero lo ocurrido en la sala Paral·lel 62 no resistió el impacto de dos propuestas antagónicas. Programar a McCraven, en una sala de esas dimensiones, era un salto al vacío plausible (quien no chuta no marca, dicen), sin embargo, hacerle compartir escenario con un grupo hardcore (no vale lo de jazz alternativo) chirrió. La deserción del público asistente (nos quedamos la mitad en el segundo asalto), ejemplificó lo relatado. Seguramente, el festival convocado por Piñata no pudo celebrar dos funciones separadas y el éxito de la convocatoria quedó desmejorado. Lástima. De la música ofrecida podemos escribir aparte.
Macaya y su batería
Al preguntarse qué tipo de sonidos ofrece este baterista, nacido en Paris aunque residente en USA desde los tres años, es difícil pronunciarse. Dejarlo en jazz es quedarse corto y si utilizamos cualquier otro término, el error se reproduce. Si escuchan, con atención, In these times (2022), encontrarán ecos a Stevie Wonder, algo de ambient (no se asusten) y, ante todo, encanto.
Cierto es que, en vivo, cuando tan solo cuentas con la ayuda de dos escuderos, el efecto permuta. Debes ingeniártelas para que el resultado sea satisfactorio: McCraven lo ha conseguido. No es necesario explicar el trabajo que significa llevar a un escenario lo que puede ofrecer un estudio, sea con músicos o prefabricado: un mundo.
Es muy posible que la mayoría quedaran prendados del buen hacer de Matt Gold con su guitarra. Suyas eran las melodías, harmonías, a veces, mal gestionadas por un abuso de punteos redundantes. No debería extrañarnos, ya que la base rítmica no puede contribuir a ese encargo. De todos modos, si alguien duda que el motor de un grupo son el bajo y las percusiones, no importa el número de componentes, debería hacérselo mirar.
McCraven dirige y Junius Paul, ejecuta con su bajo. Ellos ejercen de guía, ofrecen el sustento a un trio infalible que podría estar a gusto interpretando cualquier género. No utilizan solos insípidos (la eterna película), se limitan a dar substancia a lo que sus estímulos codician. El jazz o la tuna (si me apuran) necesitan de ella.
Makaya McCraven es un músico con ambición, sincero, que no necesita aporrear timbales sin sentido, si lo hace siempre tiene motivaciones rítmicas. Su final poderoso, tampoco hacía falta restringirse, le condecoró. Tampoco es forzoso pasar desapercibido.
Dureza cinematográfica
El quinteto italiano Calibro 35, que ya lleva 16 años en el candelero, se ha dedicado, últimamente, a conjugar su estilo rockero-psicodélico (Van der Graaf Generator haciendo sombra) con la herencia de Ennio Morricone, un par de grabaciones tituladas Scacco al Maestro Vol. 1 y 2 lo testifican. Proyecto arriesgado y complicado de digerir, pero que demuestra las ganas que poseen de forzar la máquina y no aposentarse en el sofá de los vagos. Desgraciadamente, les tocó mostrar, sus más recientes entregas, después de un espectáculo situado en las antípodas musicales (ya lo hemos comentado). No dudamos de su compromiso y aptitudes, sólo queremos saborearlos en las condiciones apropiadas. Juguetear con Morricone, a base guitarrazos y férrea disposición, se le ocurre a pocos. Deberemos seguirles la pista.
Piñata arriesgó con una doble función ecléctica en la que McCraven se llevó el gato al agua. Era de esperar.
Autores de este artículo
Barracuda
Òscar García
Hablo con imágenes y textos. Sigo sorprendiéndome ante propuestas musicales novedosas y aplaudo a quien tiene la valentía de llevarlas a cabo. La música es mucho más que un recurso para tapar el silencio.