Nacida en Mozambique, Marisa dos Reis Nunes, Mariza, creció en el barrio de la Mouraria (Lisboa) y en ese lugar (cuna del fado) era imposible que esa música tan honda no la estremeciera. Sin embargo y pese a ser catalogada como fadista, ella no se siente como tal, prefiere definirse en términos globales: artista.
Su llegada al estrellato se produce un año después del fallecimiento de Amália Rodrigues, fechas en las que grabó Fado em mim (2001), disco de puro fado. Es evidente que sus inquietudes atraviesan la frontera de la música popular portuguesa, lo ha demostrado a menudo; de todos modos, el espíritu de aquellos desgarradores sonidos, descubiertos en pequeños locales lisboetas (empezó a cantar a los cinco años), nunca le han abandonado.
Tras sus escarceos con la world music, el soul, pop o jazz (su temple vocal puede con todo) regresó al folclor, en 2010, con Fado Tradicional. Pasados diez años, publica Mariza canta Amália (Warner Music, 2020) trabajo íntegramente dedicado a la diosa del fado que aspira a pasar el testigo a las nuevas generaciones, en pos de retener esa herencia tan valiosa.
Mariza no pretende emular a la máxima diva del género, desea ser ella misma; aquella artista que todavía tiembla al subirse a un escenario. Lo íbamos a comprobar de inmediato.
Canto renovado
Exceptuando a Carminho (su desgarro tampoco llega a las cotas de antaño) las intérpretes de fado han reducido la afectación de los tiempos de Amália para convertirlo en un canto natural, sin dejar por ello su carácter corta venas. El cambio es lógico y hasta cierto punto acertado, lo contrario sería tornar a un pasado glorioso, aunque algo caduco en cuanto a modulación; cantar del mismo modo resultaría sustancialmente anacrónico, poco creíble. La llama persiste sin necesidad de ese arrebatamiento propio de los inicios. Mariza es uno de los mejores ejemplos para ilustrar dicha permuta.
Al encarar Estranha forma de vida, ya apreciamos ese modo algo más liviano de abordar este tipo de clásicos; lo mismo sucedió con la airosa Cravos de papel o en una sobrecogedora Lagrima que junto a la africanizada Barco negro (fin de fiesta) fueron los únicos temas escogidos de su reciente producción grabada en Brasil.
Mariza apostó por un amplio recorrido de su triunfante trayectoria, hecho que la llevó, en volandas, al triunfo pero que nos dejó algo huérfanos de los esperados hitos de la añorada estrella de Pena (Lisboa).
Fue entrecruzando las citadas piezas con Semente viva, Beijo de saudade (aires de Cabo Verde), la fabulosa Meu fado meu, de la película Fados, dirigida por Carlos Saura en 2017 (también recuperó Ó gente da mina terra del mismo film), Alma (cantada en castellano) hasta llegar a uno de los momentos claves del espectáculo.
Teatralidad, intimismo y Mariza
La mozambiqueña (insistió mucho en sus orígenes africanos) no es tan solo una cantante elegante y excepcional que cuida las pausas como nadie, modula sus espléndidas condiciones vocales prodigiosamente (no le escucharán fallar una nota) o estremece con refulgentes tonos cristalinos; es, por si fuera poco, un auténtico animal escénico. Es posible que, en ocasiones, abuse de la teatralidad, rozando el histrionismo. No obstante, esa característica proviene de su arrolladora personalidad que le permite desarbolarnos contundentemente o contar intimidades mientras entona dulcemente sus trovas.
Recurriendo a Chuva, Meus olhos que por alguém, Há palabras que nos beijam o Senhor vino, dispuso un pequeño set íntimo en el que contó interioridades, mostrándose cálida y lo suficientemente relajada para cantar cuatro perlas preciosas (una sin micrófono) con el único acompañamiento de una guitarra acústica y otra portuguesa.
Antes de alegrarnos el corazón con la superlativa Rosa branca, recurrió al LP Mariza (Warner Music, 2018), obsequiándonos con Oraçao (se intuyeron lágrimas en sus ojos), Rochedo y las vivaces Verde limão y Amor perfeito, clara demostración del afecto que tiene por esta obra titulada con su nombre artístico.
Estuvo custodiada por cinco músicos de confianza que, como no podía ser de otra forma (los portugueses son infalibles) rozaron la perfección. A destacar el maravilloso sonido de la guitarra portuguesa y el uso, no tan común, del acordeón; otro acierto.
No se nos olvidan las propinas: a la ya citada Barco Negro, añadió una versión reflexiva de Insensatez (Tom Jobim) exquisita reconversión tan solo al alcance de las elegidas, Mariza reside en este privilegiado grupo.
Un Palau repleto despidió en pie y conmovido a una mujer excepcional.
Há palabras que nos beijam como se tivessem boca. Palavras de amor, de esperança, de inmenso amor, de esperança louca”
Há palabras que nos beijam, Mariza
Autores de este artículo
Barracuda
Dani Alvarez
Bolerista y fotógrafo. Como fotógrafo, especializado en fotografía de espectáculos. Dentro de la fotografía de espectáculos, especializado en jazz. Dentro del jazz, especializado en músicos que piensan. Trabajo poco, la verdad.