Si escuchan Brown paper bag, temazo que cierra There goes that man again turning water into gin & juice (Diggers Fatory, 2022), el último álbum de Dywane Thomas Jr., aka MonoNeon, probablemente les vendrá a los oídos el sonido Prince, con quien colaboró en algunos de sus postreros oficios. Pero si retroceden hasta los años 70, encontrarán reminiscencias a George Clinton y sus proyectos Parliament & Funkadelic, es decir, P-Funk. Sabido es que algunos creen que el supuesto genio de Minneapolis inventó algo nuevo, lo que realmente hizo fue desarrollar, con menor pegada, lo que Clinton concibió.
Muchos han seguido la estela del excéntrico y superlativo creador nacido en Kannapolis (Carolina del Norte) y si bien nadie le ha pisado nunca los talones, no debemos desdeñar a alguno de sus alumnos. Uno de ellos llegó de visita a Barcelona.
A pesar de llevar poco más de una década atizando cuerdas notas con su bajo eléctrico, el chocante músico norteamericano (siempre escondido debajo de una capucha y vestido de forma poco académica) ya lleva grabados más de veinte discos en solitario, a los que debemos sumar múltiples colaboraciones junto a remarcables colegas de género.
Amante de las creaciones cortas (parecidas a las del primerizo James Brown), MonoNeon aterrizó en nuestros páramos para demostrar que su talento es real, excentricidades aparte. Estuvimos en La Nau para confirmarlo.
Talento encapuchado
Para contradecir a este cronista, el amigo Dwayne (lacónico en escena y amabilísimo fuera de ella) se olvidó de la exigüidad de sus composiciones en estudio transformándolas, en vivo, en un discurso instrumental de muchos quilates donde dominó la parte musical por encima de la vocal, aunque no la descuidó. Combinó el falsete sin abusar de él (ahí sí estuvo Prince) con un estilo más natural y bien timbrado.
Su atuendo (Ágatha Ruiz de la Prada podría estar implicada) resulta un sabroso menú para fotógrafos, aunque podría despistar a neófitos.
Es, de largo, lo más parecido a un bufón que uno ha visto en su vida, sin embargo, esa característica innegociable, no nos influye a la hora de calificarlo como un artista de enorme talento. Pronto te olvidas de los colorines y acabas centrándote en sus dotes que son muchas. Las apariencias siempre confunden.
Músico locuaz que agita las cuatro cuerdas de su original instrumento con mimo, pericia y fiereza (según toque), con gran sentido rítmico y capaz de aunar fino funk con aristas rockeras trepidantes sin que nada rechine. Buena culpa de ello la tuvo el explosivo cuarteto que consiguió reunir para la ocasión: Charlie Brown (teclados), Devin Way (batería), Peter Knudsen (guitarra) y Xavier Lynn, un verdadero killer de la guitarra eléctrica que tanto brilló en los riffs negroides como en los solos cercanos al rock más punzante, recordándonos, salvando las distancias de calidad y tiempo, a Mick Ronson o Steve Hunter. No se asusten, lo hizo de fábula toda la noche.
Heterogeneidad
Cierto es que, en contados momentos, habilitaron perfiles psicodélico-sinfónicos algo cargantes, pero el retorno al pulso funk devino inmediatamente. La paleta de tonos utilizada es amplia: funk poderoso, gotas de góspel, rock a lo Deep Purple hermanado con Ramones (sigan sin asustarse) y algún atisbo pop interesante, aunque poco significativo. Una pequeña proeza hilada con sorprendente equilibrio, muy difícil de conseguir, hemos sufrido casos que han rozado el ridículo, MonoNeon, en cambio, sabe muy bien lo que hace.
Se excedió con ráfagas demasiado metaleras en la paródica Supermane, abuso subsanado con celeridad en un final aplastante que nos recordó a Morris Day y sus Time.
Aupados por un sonido excelente, MonoNeon y su portentosa banda (unos vientos ya nos hubieran dejado patidifusos) arrasaron en una sala La Nau repleta (nos atreveríamos a afirmar que superó su aforo oficial). La noche gélida barcelonesa y el desangelado barrio del Poble Nou no fueron obstáculos (el nombre Primavera pesa mucho) para que los seguidores de este crack, al que le queda mucho recorrido, asistieran a la ceremonia funkera.
A esto de la experimentación, la copia barata o la mezcolanza imposible, se apunta hasta el más majadero. Por suerte, todavía existen jóvenes (quien pillara sus 33) que retoman los testigos con energía y aportando chicha novedosa.
Dywane Thomas Jr. es uno de los nuestros.
Don’t stop the feeling!!
ANEXO: Los responsables de La Nau nos informan que el aforo legal es de 380 y la asistencia total fue de 358, así que todo el mundo se quede tranquilo.
Autores de este artículo
Barracuda
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.