Nacho Vegas lleva más de veinte años de trayectoria musical en la mochila. Después de la publicación de su aclamado LP Mundos inmóviles derrumbándose, el cantautor asturiano ha publicado ya dos sencillos en lo que va de año.
Mantiene su apuesta por la mezcla entre los sentimientos más íntimos y la visión social y política. El próximo 20 de abril presentará su último álbum en la Sala Paral·lel 62 en el marco del festival Guitar Bcn. Conversamos con Nacho Vegas sobre sus trabajos más recientes y el estilo conreado durante más de dos décadas en la industria.
Tu trayectoria artística te ha posicionado como una de las figuras más influyentes dentro de la escena indie rock en español. ¿Te sientes representado con esta etiqueta?
No diría que soy realmente influyente. Es verdad que llevar veinte años y poder haberme mantenido en condiciones dignas es algo de lo que me alegro. Con el tiempo sí que vas viendo a gente más joven que te pide colaboraciones, que te manda sus discos y donde ves algo de rastro o influencia. Eso siempre es un halago, pero no diría que influyo en la manera en que lo hacen otros grupos que dejan un puesto importante en su generación. Simplemente soy un nombre más.
Las letras de tus canciones suelen servirse de un vocabulario muy afinado y redondo. ¿Cuáles son tus referentes para crear tus composiciones?
Las letras son lo que más trabajo. Le echo mucho tiempo a corregirlas. Generalmente siempre hay un referente real. Hay algo muy crudo de la realidad, la realidad en bruto, de la que parte la canción. Cuando trabajas la canción vas transformando esa realidad y la vas puliendo como si fuese una escultura. Entonces vas moldeándola en lo que pretendes que sea una verdad emocional. Ahí es donde entran las influencias que tengas.
A mí no me gusta mucho cargar las cintas con influencias literarias. Las canciones parten de otro lado. Muchas veces nacen de una frase que escuchas en un bar, en la cola del supermercado, donde sea. Cuando las vas trabajando tiene mucho que ver lo que hayas leído o estas palabras que te llegan de una forma poética. Yo me suelo rodear de libros que me gustan y cuando me atasco los abro por cualquier lado. Entonces leo un verso al azar y a lo mejor me viene a la mente alguna palabra que saco de contexto y acaba formando parte de mi letra. Esto es algo que hacen muchos compañeros de profesión.
Cuando te atascas buscas palabras donde sea. Hay veces en que se te seca un poco el léxico, pero por suerte corrijo muchas veces las canciones. Primero hay un esbozo y después quizás pasan meses hasta que las doy por terminadas. Por ahí pasan un montón de estímulos, influencias, cosas que escuchas o lees en prensa o libros y que acaban formando parte de las canciones.
A lo largo de tu carrera musical has elaborado discos junto con otros artistas como Enrique Bunbury o Cristina Rosenvinge. ¿Cómo han influido estas colaboraciones en tu sonido particular?
Cuando escribes las canciones es un momento muy íntimo en que estás solo con tus obsesiones, con aquello que no sabes verbalizar. Una vez acabas las canciones el proceso se convierte en algo muy colaborativo, desde tus compañeros de la banda hasta los de la oficina. Es un trabajo que implica mucha gente. Yo entiendo la música como una colaboración constante.
Cuando hay colaboraciones con nombres propios te puedes asomar al universo creativo de un compañero y llevarte algo. Hay que saber ser muy generoso para hacer música. Hay que saber dar para poder recibir. Mi mayor virtud es saber rodearme de gente muy bonita y con mucho talento. En mi banda todos tienen sus proyectos y muchos de ellos son cantautores que conocen cómo funcionan las canciones.
Los músicos con los que toco tienen la sensibilidad de saber leer bien las canciones. Saben dejar el ego de lado y permitir que mande la canción. Cuando encuentras esto las canciones cobran vida y notas que estás al servicio de ellas. El proceso no se convierte en una especie de exhibicionismo pueril.
Los músicos con los que toco tienen la sensibilidad de saber leer bien las canciones. Saben dejar el ego de lado y permitir que mande la canción.
Tu reciente sencillo, Opulencia y amén, ensancha tu línea de críticas a la burguesía y al statu quo. ¿Consideras que has contribuido al género de la canción protesta?
El término “canción protesta” está un poco denostado. Hay una canción de Los Planetas con un verso que dice “vuelve la canción protesta” que estaba hablando de Ismael Serrano y una generación de cantautores que han hecho cosas muy chulas. Yo creo en el poder de la música en un sentido social e incluso político, pero no tanto por lo que dice sino por lo que hace.
Las canciones más íntimas pueden tener una lectura social. La música popular de una era habla mucho del mundo en que se ha creado. Durante la pandemia me pasaron un podcast buenísimo sobre cupletistas un poco underground en la época de Primo de Rivera y el franquismo. Estas coplas hablaban de temas muy tabús, homosexuales, picantes y satíricas. Las canciones decían mucho de lo que estaba ocurriendo en ese momento en España.
La generación de la que yo vengo, la del indie, empezó con una mirada demasiado ombliguista. Había la sensación de que el discurso político en las canciones ya se había tratado mucho y que todo esto remitía al franquismo tardío. Cuando nació el indie y tuvo su momento de apogeo era la época de Aznar. Pienso que estas canciones hablan mucho del individualismo que nos metían en vena. Precisamente por huir de hablar de lo político y lo social y centrarse en cuestiones muy íntimas ya hay una lectura política.
No pienso tanto en claves de canción protesta como en el hecho de que la música siempre tiene esa dimensión sociopolítica. Lo que hagas con la música, donde toques y cómo contribuyas con ella a determinadas causas sociales puede hacer que tenga más misión. Para mí el proceso de escribir canciones que tocan cuestiones políticas tiene mucho que ver con la actualidad más cercana y con lo que puedas leer en un periódico generalista.
Para mí el proceso de escribir canciones que tocan cuestiones políticas tiene mucho que ver con la actualidad más cercana y con lo que puedas leer en un periódico generalista.
¿Piensas que tu música es una referencia compartida entre distintas generaciones?
Me gustaría pensar que sí. A mí me hace mucha ilusión cuando veo gente joven en mis conciertos. Me pasa más en Latinoamérica, allí sí que me he encontrado con mucha gente joven en mis últimos viajes. En el Estado español la mayor parte mi público es de mi generación, pero es cierto que también veo una parte de público joven que está creciendo. Esto quiere decir que tu música sigue viva.
Opulencia y amén es un lanzamiento que aúna el sentimiento individual con la conciencia social, una tendencia que has ido trazando a lo largo de tu carrera. ¿Qué importancia simbólica adquiere esta canción en la asociación de ambos mundos?
Para mí es muy importante que sea algo indisociable. No me gustan las canciones de amor idealizado. A mí me gustan las canciones de amor reales que hablan de problemas que tiene la mayoría de gente. Muchas veces las canciones románticas de amor de la música popular hablan de querer y dejar de querer como si fuese algo que tú eliges. En realidad, hay un montón de condicionamientos materiales en tu vida que son vinculantes a la hora de desarrollar tus relaciones afectivas.
Belart, la canción que abre tu álbum más reciente, Mundos inmóviles derrumbándose, se erige en una mezcla de spoken word en los versos y melodías en los estribillos. ¿Cuáles han sido tus inspiraciones para mezclar ambos formatos?
Para mí siempre hay una melodía, lo que pasa es que igual es muy sutil y solamente eres tú consciente de ella. Luego la gente te dice que estás hablando en las canciones, y te das cuenta de que en la melodía hay muy pocas variaciones armónicas. En mis dos primeros discos uní estos dos mundos de una manera un poco consciente, pero es difícil controlarlo. Las canciones mandan sobre ti y en un momento dado te dicen por donde tienen que ir.
Lo que me gusta de la música popular es que hay canciones que hablan de sentimientos muy duros con melodías muy alegres. Esto pasa mucho por ejemplo con el country. Este contraste funciona bien cuando no quieres darle a la letra la música que obviamente le corresponde. Este choque genera una chispa que hace que la música entre en combustión. Antes de que existiera la música grabada se escribían canciones populares mientras la gente trabajaba en condiciones muy jodidas. Una parte de estas canciones son muy alegres precisamente para soportar el trabajo con el que se enfrentaban. La música a veces sirve para confrontar esas situaciones tan duras.
La flor de la manzana, con Mancha ‘E Plátano, consiste en un experimento sonoro original en que podemos escuchar una especie de base de reggaetón construida con instrumentos analógicos. ¿Cómo surgió la idea?
El disco se gestó mucho en Barcelona. Gracias al equipo conocí a Mancha ‘E Plátano y me flipó lo que hacía. Desconocía el mundo relacionado con la bomba puertorriqueña, con un montón de ritmos que me gustaban mucho. El hecho de darle un toque bailable hizo que la canción cobrara una dimensión desconocida. El estribillo de La flor de la manzana partía de un suceso laboral triste que había ocurrido en Xixón. Este tipo de contrastes no te pertenecen tanto a ti, sino a la gente que las interpreta. Mancha ‘E Plátano aquí hicieron una cosa maravillosa.
Cuando te das cuenta de que puedes contar una historia se te abre un mundo. Las canciones narrativas son un género en sí mismas.
En varias pistas de Mundos inmóviles derrumbándose como por ejemplo El mundo junto a ti o La séptima ola, da la sensación de que te deshaces de las estructuras pop para contar historias sin tapujos ni limitaciones. ¿Cómo interactúa tu faceta de narrador literario con la de músico?
La canción es un género en sí mismo que tiene sus propios códigos y dinámicas, diferentes a los de la literatura. Tiene sus ventajas, porque a diferencia de la poesía, esa musicalidad ya te viene dada en las canciones.
Al principio cuando escribía canciones me parecía muy difícil contar una historia. Luego me adentré en el estilo de los romances y las historias elípticas y acabé contando historias. Al final cuando buscas los detalles esenciales cuentas una historia en varias estrofas que se repiten de modo cíclico.
Los cantautores jugamos mucho con la primera persona confesional, pero en un momento te das cuenta de que tiene su límite. Tienes que buscar nuevas perspectivas. Cuando te das cuenta de que puedes contar una historia se te abre un mundo. Las canciones narrativas son un género en sí mismas.
En Mundos inmóviles derrumbándose podemos apreciar una amplia variedad de voces con notas distintas que se suman a la melodía de tu voz. ¿Qué valor poseen los sonidos vocales en el proyecto?
Siempre he tenido un problema con mi voz. Cuando hice las canciones del primer disco busqué a alguien que las cantara, pero no encontré a nadie y tuve que cantarlas yo porque no me quedó más remedio. Con el tiempo aprendes que tienes que hacerte oír, y que por limitado que sea tu registro hay un universo de posibilidades y texturas. Hay un montón de maneras de transmitir emociones.
La voz es una de esas cosas que nos hacen diferentes y únicos. Juntar voces a mí es algo que me encanta. La idea del cantautor con la voz en primer plano me gustó en los primeros discos, pero hubo un punto en que me apeteció contar con más voces y dimensión coral. La sensibilidad que puede aportar una voz es muy interesante. Al fin y al cabo, las canciones son tanto de quien las escribe como de quien las interpreta, incluso más de quien las interpreta.
La miseria y el dolor humanos, la falta de rumbo y la convivencia con un sistema social cruel son temas recurrentes. ¿Se trata de sentimientos más bien propios o ajenos? ¿Crees que das voz de un malestar compartido?
Yo canto sobre cosas que percibo en mi vida. No entiendo mi vida solamente con mis intimidades, sino también con el mundo que me ha tocado vivir. Aquello de lo que canto es bastante común. Cada vida es única, pero a la vez comparte mucho con otras vidas.
En los últimos años creo que la música popular ha tenido una deriva elitista preocupante. La música popular siempre fue un elemento de cohesión social, y ahora parece que sea de distinción social. Es como si por tener unos gustos distinguidos tuvieses un estatus diferente. La música nos tiene que poner en común, porque apela a sentimientos comunes. Entre las clases populares los sentimientos compartidos son latentes para la convivencia.
Pienso que en este oficio uno debe ser honesto y cantar cosas reales y verdaderas. La realidad puede verse de diferentes maneras, pero la verdad es una manera de cuestionar la realidad y mirar más allá. Cada canción es una mirada que cuestiona y derriba muros.
Autores de este artículo
Pau Lobato Ferrando
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.