Si hace quince años alguien me hubiera dicho que Robe Iniesta metería a más de 23 mil personas en la explanada del Parc del Fòrum de Barcelona para vibrar con algo que no fueran canciones de Extremoduro, le hubiera tomado por loco. Pero si algo ha demostrado el roquero de Plasencia durante sus casi cuarenta años de carrera es su capacidad para explotar al máximo los recursos de los que dispone. Lo hizo en 1989 cuando financió el debut de su banda a base de vender participaciones anticipadas del álbum. Y lo volvió a hacer a finales de 2019 cuando, una vez disuelto el proyecto que lo había mantenido ocupado más de 35 años, recuperó su carrera en solitario, dándole una vuelta de tuerca más a su estilo, introduciendo nuevas texturas de inspiración folk, y sacándose de la manga dos discazos como Mayéutica (2021) y Se nos lleva el aire (2023).
Esta apuesta, seguramente arriesgada, ha resultado todo un acierto, pues su trabajo ha conseguido algo no muy habitual cuando el cantante de una banda de éxito decide irse por su cuenta: recibir buenas críticas y, a la vez, satisfacer a la mayor parte de sus seguidores. Además, la apuesta también ha sido desacomplejada, renunciando a vivir de la inercia. Buena prueba de ello es que, en la gira Ni Santos Ni Inocentes, David Lerman, al clarinete y saxofón, y Carlitos Pérez, al violín, son dos de los grandes protagonistas sobre el escenario. Además, durante las casi tres horas de duración del apabullante espectáculo, suenan mayoría de temas de su última etapa. Arrancando con la melódica Detrozares, para después dar el primer golpe de efecto con Adiós, cielo azul, llegó la tormenta, que despertó la euforia entre el público. Un mismo público que contuvo la respiración durante Nana cruel, que el artista dedicó a los niños que están sufriendo en Gaza.
El momento más sorprendente de la noche fue cuando se atrevió a versionar en catalán Sequia, canción de su admirado Albert Pla. “La primera vez que escuché a alguien hablar en catalán, me molestó. Pensaba que hablaba raro. Luego he aprendido y ahora le tengo envidia”, confesó. Por difícil que pueda parecer, el proyecto de Robe Iniesta en solitario ha conseguido generar un sonido propio. Aunque mantiene las letras poéticas y el desparpajo marca de la casa, su propuesta es más experimental y suave, alejándose del sonido puramente rock de Extremoduro. Además, la introspección y la reflexión ganan terreno sobre la rebeldía y la crudeza. Esta especie de liberación también le ha permitido abrazar sin miedo influencias del jazz o del folk, como en El poder del aire, una obra magna de más de nueve minutos de duración en la que la banda se exhibió y con la que cerró la primera parte del concierto.
Tras un descanso de quince minutos, Robe volvió a la carga, ahora sí, sacando a relucir su faceta más roquera. La estruendosa Haz que tiemble el suelo pilló a más de uno todavía con el bocadillo. Acto seguido, fue el turno de Prometeo, uno de los clásicos inolvidables de Extremoduro. Pese a que los 62 años no se notaban en la interpretación vocal, sí lo hacían en las extensas pausas entre canciones. Ahora bien, la banda hacía que valiera la pena, marcándose piezas de más de diez minutos de duración, como cuando enlazó Segundo movimiento: Mierda de filosofía y Tercer movimiento: Un instante de luz. En la parte final, el extremeño consintió a sus fieles haciéndoles viajar en el DeLorean con Salir y Ama, ama, ama y ensancha el alma, durante la que se dedicó a decir adiós al público durante más de dos minutos. Una sentida despedida que dejó a más de un seguidor con la mosca detrás de la oreja. Aunque si tiene que ser por lo que se vivió la noche del sábado, que Robe podría durar para siempre.
Autores de este artículo
Pere Millan Roca
Sergi Moro
Desde que era un crío recuerdo tener una cámara siempre cerca. Hace unos años lo compagino con la música y no puedo evitar fotografiar todo lo que se mueve encima de un escenario. Así que allí me encontraréis, en las primeras filas.