Tras más de una década con la misma formación, el biunvirato formado por Jason Williamson a las voces y Andrew Fearn a las bases, Sleaford Mods volvieron a Barcelona, con todo el papel vendido y con ganas de triunfar. El dúo ofreció su minimalista cóctel de hastío y crítica social que da voz a la clase que antes era trabajadora y ahora es desempleada, escupido a implacable ritmo postpunk.
Abrió el fuego Julie Campbell, conocida como Lonelady, también con influencias postpunk y que mostró en vivo su integración de guitarra eléctrica y caja de ritmos, baile y pop, con guiños a Madchester.
A continuación, los Sleaford Mods se presentaron con su ya tradicional minimalismo escénico. Únicamente un ordenador para hacer sonar las bases, que disparaba diligentemente Andrew Fearn, con el escenario adornado en esta ocasión con una ristra de tubos de luz para amenizar el espectáculo. Siempre han hecho conciertos utilizando sólo la voz y el dedo índice para marcar el inicio de las canciones. Es el do it yourself punk llevado a una depuración extrema. Sencillo y efectista hasta la saciedad.
Aparte de la iluminación, algunos cambios más en la escenografía. Si antes el bueno de Fearn se pasaba el tiempo entre pista y pista dando buena cuenta de una cerveza tras otra, mientras sonreía mirando a la parroquia y asentía, siguiendo sus ritmos programados, ahora diríase que le ha conquistado el virus que hace que Roland Mael, de los Sparks, deje el teclado y se ponga a bailar como un poseso; pero, en el caso Fearn, no sólo durante una canción sino durante toda la actuación. Atrás han quedado las cervezas. Fearn ahora va de botellines de agua y de bailes desternillantes en su torpeza desde el principio al final del concierto. Como un Bez animando a la parroquia, pero con la diferencia, no menor, de que Andrew Fearn es el compositor de todo lo que suena.
Mientras, el maestro de ceremonias, Jason Williamson, muestra su habitual panoplia de patochadas. En esta ocasión, la principal fue coronarse con una botella de agua durante buena parte de la actuación. En otros momentos, sonreía mirando fijamente a una persona de la audiencia, totalmente inmóvil, como si fuera una máscara, un Michael Myers preparado para atravesar a su víctima, inquietante y divertido. Aparte de sus delirios como mimo, Williamson volvió a demostrar sus capacidades de oratoria, expulsando su sprechgesang con precisión suiza. Ojo, que aunque nos hagan sonreír, hay mucho trabajo detrás de su propuesta, como reconocía Williamson recientemente en una entrevista en Mondo Sonoro. Es necesario ensayar durante muchas horas para disparar las ráfagas vocales de los Sleaford Mods sin dudar.
Y es que los Sleaford Mods no son para nada un dúo de gañanes. Su propuesta musical es totalmente válida, efectiva y energizante, aunque no podamos apreciar en detalle las radiografías que trazan sus letras. Tras una hora y media sudando la camiseta, demostraron que su lleno en la Apolo no es flor de un día y que tienen cuerda para rato, mientras sigan depurando su propuesta y no pierdan el pulso de la calle. Los pogos que se montaron entre el público en los momentos más acelerados son buena muestra de su capacidad para enervar. La rabia y el hastío pueden ser materia prima para la creación artística. Su pulsión rítmica, tanto en las bases como en las palabras, lo demuestra.
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