Es normal que los millennials intentemos salir fuera de nuestras raíces. Porque crecer con internet supone asumir que nuestras raíces son todas las raíces del mundo. Lo vemos día a día: usamos más anglicismos que nunca, la moda japonesa ha pasado a ser parte de la cultura popular —en España, ¿hola?—, y muchos artistas, incluida Soledad Vélez, se suman al carro de los géneros e idioma americanos. Claro que no tiene nada de malo. La mezcla de culturas es el futuro, pero también es bonito ver cómo alguien adopta su herencia y la personaliza.
Esto es lo mejor de Nuevas épocas (Subterfuge Records, 2018), el primer disco en español de la artista chilena. Ya ha dicho en varias ocasiones que la idea nació de su gira por Latinoamérica, así volvió a conectar con la lengua materna. En su música sigue habiendo mezcla máxima de influencias internacionales, pero mola escuchar algo tan auténtico en el idioma que resulta más natural tanto para la audiencia como para la artista. En línea con esta naturalidad, este viernes en la Sidecar abre el espectáculo un muy acelerado y simpático Eduardo Fernández, músico y productor chileno. Guitarra en mano y en solitario, el concierto empieza como quien coge una guitarra en la típica fiesta de viernes por la noche: de repente, con buen humor y mucho ruido de fondo. Igual que a Vélez, poco le importa a Eduardo que algunos hablen mientras toca. Todos hemos venido a pasarlo bien.
He leído por ahí que Sole —como la aclama el público de la Sidecar— es tímida. Tímida nivel ‘me desmayé porque tenía que hablar en público’. Nadie le nota nada cuando al subir al escenario se disculpa por el retraso con una sonrisa de oreja a oreja. Esta noche nos deleita casi únicamente con temas de su último disco. Al público le encanta. A ella le encanta el público. Si alguien manda callar, ella dice que sigan hablando, que estamos aquí para disfrutar. Antes de empezar Compañera, anuncia que es la canción más importante, la más importante. Preguntando cuántos flechazos ha habido esta noche introduce Flecha. A mitad de Cromo y Platino sale Gerard Alegre, de El último vecino, a acompañarla al micro. Se queda sola un momento para una preciosa versión de Qué pena siente el alma de Violeta Parra.
Cierra el concierto y empieza el resto de la noche con Ven para acá, por si se nos olvida que ‘la noche acaba de empezar’. Me quedo un rato, esperando a ver si hay bis. Oigo una discusión entre unas chicas que se marchan:
– Espérate que no ha acabado.
– Que sí, no ves que no vuelve.
– ¿Pero no acababa a las doce?
Y desaparecen tras la puerta.
La segunda tenía razón. Suena la música de ambiente de la sala, las luces se ponen un poco más fuerte. Salgo al aire ‘fresco’ de la Plaça Reial. Miro el móvil para acordar mi próximo destino y emprendo camino. La gente de la calle tiene el mismo ánimo que la de la Sidecar: cerveza, amigos, buen rollo. Me monto en el metro y me doy cuenta de que desde que salí tengo la voz de Sole en la cabeza: “La noche acaba de empezar”.
Autoras de este artículo
Nadia Dubikin
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.