Cuando la canción más jaleada de un grupo de New Orleans es el cover de Nirvana Smells like teen spirit, algo no funciona. Aunque ciertamente tampoco deberíamos situarnos en el inmovilismo. Estancarse en el recuerdo de Buddy Bolden, Professor Longhair, Fats Domino, Dr. John y otras leyendas de la ciudad maltratada por el huracán Katrina y símbolo multicultural, es ponernos vendas en los ojos obviando la actualidad. Sin embargo, no mirar por el retrovisor también impide observar la coyuntura con claridad, los referentes son imprescindibles. A simple vista no parece que éstos estén presentes en el discurso musical de Tank and the Bangas, un compendio de soul, funk, hip hop, spoken word y toneladas de heavy (al menos en directo), pero si escuchamos a la portentosa Tarriona “Tank” Ball, los ecos de la urbe más poblada del estado de Luisiana envuelven nuestros oídos trasladándonos a sus maravillosos orígenes.
Ella es el eje sobre el que gira todo el espíritu de la banda, una furia escénica dotada de una voz descomunal. Tarriona ha decidido hacer más hincapié en el recitado dejando la melodía cantada en segundo plano, defendiéndose con un flow que más de un estrellón del hip hop actual querría, pero su calidad vocal da para bastante más. Tenemos ante nosotros una Chaka Khan en potencia, cómo demuestra entonando la delicada Rollercoasters. Acompañada por su corista, nos hace recordar a The Floaters en versión femenina, intensa sensualidad. Su morrocotuda rapidez de dicción le haría capaz de representar un musical de Sondheim y, con su espiritualidad a flor de piel, ser la estrella de un importante coro góspel. Una capacidad ilimitada deudora de Rosetta Tharpe o Mahalia Jackson y Stevie Wonder o Al Jarreau, maestros influyentes en el campo masculino. El camino escogido es otro, menguándole posibilidades interpretativas. Ese inmenso protagonismo (el estrafalario look es determinante) se convierte a menudo en rémora por el histrionismo que ello comporta.
Esa personalidad arrolladora esconde alguna de las virtudes de unos músicos muy competentes, como Albert Allenback, responsable del saxo y la flauta, arrebatándoles cualquier tipo de destello. A pesar de todo hacía mucho tiempo que no veíamos un talento tan fuerte y natural, el gracejo desplegado en la jocosa Spaceships fue de sombrerazo. Ser negra y de New Orleans, conlleva ventajas. La grumosa sonorización no ayudó en exceso, convirtiendo las resonancias a Funkadelic en algo demasiado cercano al hard rock, atisbo cercano a RUN-DMC, más desorbitados si cabe.
Tank and the Bangas (en el único concierto por tierras hispanas) justificaron en La [2] de la Sala Apolo el motivo del triunfo en el NPR’s Tiny Desk Contest con el hit Quick. Poseen buenos fundamentos, gran profesionalidad y han conseguido elaborar un show muy visual y contundente. Con todo, se perciben carencias. Tienen excelentes canciones, Boxes and Squares o la reciente Ants son dos buenos ejemplos, pero percibimos monotonía de estilo, tara enmendable con el tiempo, pues su carrera sólo ha cumplido ocho años. También sería interesante acercarse más al estudio de grabación, únicamente lo han hecho con Thinktank (Feedbands, 2013) junto algunos singles dispersos, y bajar los decibelios de sus guitarrazos en directo, el terreno donde mejor se expresan. Atenuando esos síntomas, el futuro podría ser espléndido. Los presentes, dicho sea de paso, disfrutaron de lo lindo. Esperaremos a la consagración con un “capricho” menos ruidoso.
Autores de este artículo
Barracuda
Víctor Parreño
Me levanto, bebo café, trabajo haciendo fotos (en eventos corporativos, de producto... depende del día), me echo una siesta, trabajo haciendo fotos (en conciertos, en festivales... depende de la noche), duermo. Repeat. Me gustan los loops.