Frio ambiente (a pesar de la insoportable humedad imperante), tanto en los jardines como en el espacio dispuesto (gradas medio vacías) por el festival Les Nits de Barcelona, para recibir a los, otrora, recuperadores del swing vocal añejo y, de algún modo, inventores de aquel sabroso coctel que incluía jazz, pop y ecos brasileños.
Como casi todos, en este país, descubrí a The Manhattan Transfer por aquella melosa canción titulada Chanson D’amour y la un poco hortera Cuéntame. Pero si indagabas, un poquito, descubrías que detrás de aquellos dos impactos comerciales existía un cuarteto, de perfectas voces armonizadas, que amaba el góspel, el doo wop, el sonido de las grandes orquestas (que arrasaron entre los 30s y 50s) y del jazz en general. La confirmación de este amor me llegó, en 1979, con aquella magnífica versión de Birdland (Weather Report) que ellos cantaban al estilo del enorme Jon Hendricks. En 1995 actuaron, curiosamente, en el Poble Espanyol y mi admiración seguía inalterable. Desgraciadamente, el tiempo no pasa en balde y entre aquel estupendo show y el ofrecido este 2023 las diferencias son notables. Quizá el principal problema resida en la ausencia de su creador Tim Hauser, fallecido en 2014, aunque creemos que existen otras causas para este evidente declive.
Desazón
A Janis Siegel, Cheryl Bentyne, Alan Paul y Trist Curless, (demasiado afectado) les secundó un conjunto de cuatro miembros dirigidos por el incombustible Yaron Gershovky al piano, el mejor de largo.
Los Manhattan andan celebrando los cincuenta años de existencia con un disco a cuestas (el prescindible Fifty, 2022, que no contó para el espectáculo) y un repertorio repleto de swing con carencias. Nos explicamos.
El grupo formado en New York siempre ha priorizado sus aptitudes vocales por encima de la música, nada a objetar. El inconveniente reside en armar temas de orquestas como las de Erskine Hawkins (Tuxedo Junction) o Glenn Miller (I know why (and so do you) e incluir partituras de Lee Morgan (Sidewinder) u Oscar Brown Jr. (Jeannine), sin ningún viento que llevarse a los oídos.
Los aventajados comentarán: “nunca lo han hecho”. No es del todo cierto. En más de una ocasión han invitado a un saxofonista; hubiera sido suficiente.
Acabado el trio dedicado a Hauser, encabezado por That cat is high, se aventuraron en Study in Brown de Count Basie (sincronización perfecta), un Four brothers (Jon Hendricks) de rapidez endiablada, marca de la casa, y una porción rockera integrada por Route 66 y un Tisket a Tasket con Alan Paul de máximo protagonista; ya lo había sido en el tema de Glenn Miller antes citado.
El Groovin’ de The Young Rascals prometió y acabó desesperando, la versión hiphopera del Cantaloop (Flip Fantasia) de los Us3 terminó en fiasco (Herbie Hancock se hubiera cortado la cabellera) y la fabulosa Hear the voices (Bahia de todas as contas), original de Gal Costa, desafinó en desmesura. La infalible Birland arregló el descalabro. Demasiado tarde.
Nadie más que a mí le duele escribir estas palabras. Empeño le pusieron, pero es evidente que ni Siegel (muy gritona) ni Bentyne pasan por su mejor época, lo cual tampoco es anómalo dado el tiempo que llevan en el oficio. A Curless no le perdonamos.
Cuando las cosas se complican, lo mejor es tirar de éxitos. Allí estuvieron Cuéntame (horrible) y un Tequila fuera de contexto. El público, alborotado y en pie, opinó todo lo contrario; esperaba este momento como agua sanadora. Cosas como Swing Balboa (Down on Riverside), Java Jive (The Ink Spots) o Trickle, Trickle (The Videos) suenan a tagalo o a una lengua perdida. Lástima.
Siguen aquí y lo agradecemos. Sin embargo, parece que el tiempo ha determinado cobrar factura.
Autores de este artículo
Barracuda
Marina Tomàs
Tiene mucho de aventura la fotografía. Supongo que por eso me gusta. Y, aunque parezca un poco contradictorio, me proporciona un lugar en el mundo, un techo, un refugio. Y eso, para alguien de naturaleza más bien soñadora como yo, no está nada mal.